El reto de pensar mecanismos de participación social en democracia y en libertad involucra la revisión de dispositivos de poder que han hecho uso de la violencia históricamente y han permeado tanto lo territorial como el cuerpo de manera simultánea, dando lugar a una lógica de control que pone en crisis el verdadero ideal de convivencia pacífica y resolución civilizada de conflictos como valores centrales del sistema.
Los últimos veinte años en América Latina han estado marcados por estrepitosos cambios de gobierno y sus tendencias políticas. Para la gran mayoría de analistas, la discusión se ha centrado en la dinámica electoral y el movimiento social que han posibilitado el cambio de Gobierno, así como las implicaciones de estos influjos para la democracia. En este panorama Colombia aparece como un punto aparte en la discusión dada la continuidad de los Gobiernos conservadores. Sin embargo, la actual situación de extrema violencia estatal, en medio de una nutrida movilización social sin precedentes, acompañado de un paro nacional, es un punto de quiebre frente a esta continuidad de sostenido conservadurismo y al mismo tiempo una grieta para repensar la democracia y las formas en que encarnamos lo político, tanto en el país como en la región.
Ahora bien, debemos aclarar que con ruptura frente al conservadurismo no nos referimos a un cambio de Gobierno, pues precisamente lo que queremos mostrar es la importancia de salir del análisis electoral e institucional para entender el escenario político actual. En ese sentido, afirmamos que históricamente el cuerpo y los sentimientos son el epicentro de la disputa política en América Latina; de suerte que las posibles lecturas de las tensiones actuales, en la región y en Colombia, tienen que releer la política como lugar personal, emocional, que exige una gramática específica del cuidado, cercanía con el otro y respeto por su cuerpo, así como la construcción de comunidad desde el lugar. Este planteamiento pasa por releer la política y cuestionar el significado de la democracia en clave de género. Esto es cuestionar la división entre lo público (masculino) y lo privado (femenino), y rescatar la ética del cuidado que de manera histórica han construido las mujeres a través de sus experiencias, cuerpos y territorios.
Para dejar más claras estas apuestas y afirmaciones, empezaremos por un breve recuento de lo que ha ocurrido hasta el momento en el Paro Nacional en Colombia, poniendo énfasis en la centralidad del cuerpo en la disputa del poder en América Latina. Posterior a ello realizaremos una breve aclaración contextual de los hechos que dieron lugar al Paro Nacional en Colombia, para finalizar con un análisis del pliegue concreto de la violencia sobre los cuerpos lo cual nos permitirá cerrar con los cuestionamientos a la democracia que esta situación nos deja en el escenario político actual.
Paro Nacional: Cuerpos en resistencia y violencia histórica
El Paro Nacional en Colombia surge como un estallido de movilización ante la reforma tributaria propuesta por el Gobierno nacional en cabeza del presidente Iván Duque. La reforma pretendía aumentar el recaudo a través de diferentes propuestas, dentro de las cuales se pretendía gravar varios servicios de consumo básico como el Internet y la luz eléctrica, así como pasar de la categoría exentos a excluidos más de 30 productos dentro de los cuales se encontraban la carne de cerdo, el pescado, los huevos, el pollo, la leche, el queso, el arroz, entre otros[1].
Esto en términos concretos implicaba el aumento de precio al consumidor, pues los productores no tendrían derecho a recibir compensación por el impuesto pagado en las cadenas de producción[2]. En pocas palabras, la reforma afectaba de manera directa el ingreso de los más vulnerables, lo cual se agravaba ante la situación pandémica que ha aumentado los niveles de pobreza y desempleo en todo el país.
Aunque el detonante de estas manifestaciones ha sido esta reforma tributaria, es necesario decir que la tensión política y social tiene como antecedente las movilizaciones sociales de 2019 y las demandas ante el incumplimiento de los acuerdos de paz que desembocaron en una ola de violencia en los territorios. Esta situación particular, a su vez, es producto de un acumulado de inconformidad social tras años de conflicto armado y ausencia de políticas sociales que atiendan las necesidades de las poblaciones.
Aunque muchos analistas han abordado la coyuntura actual como un problema de gobernabilidad —que hace eco ante un escenario de inestabilidad política y social en toda la región tras el ascenso de Gobiernos conservadores precedidos por Gobiernos de izquierda en las últimas décadas—, debemos rescatar la centralidad del cuerpo más allá de la institucionalidad y de los escenarios electorales. Que el estallido social ocurra a través de una salida masiva a las calles y se responda con una excesiva violencia estatal sobre los manifestantes —a través de asesinatos, detenciones y violaciones bajo la excusa de garantizar la movilidad— muestra la tensión que genera la presencia de ciertas corporalidades marcadas por la pobreza y la exclusión en el escenario público, cuando se trata de revindicar condiciones mínimas de existencia digna.
El estallido social en medio de una pandemia no es sino la respuesta de una necesidad material impostergable: el bienestar y la propia posibilidad de existencia de los cuerpos invisibilizados que ante el escenario de la política formal solo aparecen como votantes cada cuatro años. En ese sentido no solo se trata de las problemáticas de pobreza enunciadas desde las cifras, sino de la resistencia de cuerpos subyugados históricamente que, ante las circunstancias de una pandemia y una intención manifiesta de despojo por parte de un Gobierno, se ven obligadas a defender su vida mediante su presencia corporal en las calles.
Hacerse visibles, presentes y hablantes ante el silenciamiento de un sistema para el cual somos invisibles la mayor parte del tiempo, no es menor, pues la lucha social en este momento de incertidumbre y agresiva profundización de la explotación, trata sobre el rescate de nuestros propios cuerpos. Las demandas por un trabajo digno, una pensión, asistencia médica, educación y desmilitarización, entre otras, tienen un común la defensa del bienestar de los cuerpos en todas sus dimensiones.
Lo anterior es importante puesto que el cuerpo es clave en el despliegue de las dominaciones desde el momento de la “colonización” o invasión de América. Esto es así puesto que, a partir de ese momento de invasión, se inaugura toda una matriz de poder basada en la inserción de la raza, es decir la jerarquización de los cuerpos según el fenotipo, el color de piel y la filiación sanguínea o herencia[3]. De la misma manera se inserta el género en clave binaria (femenino / masculino), lo cual permite ejercer una dominación sobre los cuerpos catalogados como femeninos[4], pues a estos últimos se les conferirá un lugar de subordinación. Estas clasificaciones permitieron definir la distribución de trabajos y roles, delineando los lugares de dominantes y dominados.
A su vez cabe aclarar que la sujeción del cuerpo no solo se queda en lo humano, pues características femeninas fueron atribuidas a las naturalezas y a los territorios en función de obtener su control y dominación —al describirlas con rasgos femeninos hacen referencia a su necesidad de ser controladas y moldeadas[5]—. De suerte que el cuerpo, en su sentido amplio, humano y no humano, fue el escenario concreto en el cual se inscribieron el control, la dominación y la explotación.
En consecuencia, la defensa y centralidad del cuerpo en el análisis son reveladoras en este momento de paro pues conectan con un continuo histórico que ha basado la dominación en el disciplinamiento de los cuerpos en toda América Latina. De manera concreta, el escenario colombiano nos nuestra esta centralidad y constante presencia del cuerpo a través de la violencia del Estado que se materializa en violaciones por parte de la policía, disparos a los ojos de los manifestantes, desapariciones forzadas y torturas en las detenciones —lo cual se agudiza especialmente en las zonas periféricas de ciudades y en las regiones—. Así, el control de los cuerpos se centra en corporalidades relegadas y las territorialidades asociadas a ellas.
La guerra contra los cuerpos en Colombia
Según la ONG Temblores, hasta el 27 de mayo de 2021 se han registrado 3 405 casos de violencia policial a nivel nacional. De estos casos, 1 113 corresponden a violencia física por parte de las autoridades, 1 445 a detenciones arbitrarias, 47 a agresiones a los ojos de manifestantes, 22 a víctimas de violencia sexual y 175 a disparos con arma de fuego por parte de la policía[6] .
Cuerpos de jóvenes reportados como desaparecidos fueron hallados en las aguas del río Cauca, en Valle del Cauca. Este es el caso de Brahian Gabriel Rojas López quien, según lo reportan testigos, se lanzó al río Cauca para evitar las agresiones de la policía, a pesar de que no estaba manifestándose[7]. En Popayán, Alison Mélendez, de 17 años, fue detenida por la policía mientras transitaba por las calles y grababa las confrontaciones; fue agredida sexualmente por la policía, lo cual conllevó a su suicidio[8]. En Bogotá, Leidy Cadena perdió un ojo luego de que un integrante del ESMAD le disparara directamente a la cara con un arma no letal[9], a pesar de que, en los protocolos internacionales de uso de estas armas no letales está prohibido apuntar de manera directa a los cuerpos de los manifestantes. En la misma ciudad, Diego Luna fue retenido en el Portal Américas, trasladado al interior de las instalaciones del propio Portal y agredido físicamente por agentes mientras se encontraba bajo custodia de la policía[10].
Todas estas manifestaciones muestran cómo la violencia del Estado es concreta y se materializa sobre cuerpos específicos, que se atreven a desafiar los mecanismos instituidos para participar en la democracia y la política (votaciones o espacios institucionales). En este sentido la violencia estatal nos muestra el poder del Estado para decidir sobre la vida, la muerte, pero, además, para delimitar qué es la política, cómo y dónde se ejerce. Los casos relatados no son hechos aislados, sino la muestra concreta de cómo el Estado estructura su poder. El dolor y el terror son formas de aleccionamiento que producen cuerpos dóciles, que aseguran la propia existencia del Estado, el orden vigente y los limitados mecanismos de participación.
En Colombia, el terror y el miedo han sido mecanismos específicos para mantener el orden imperante. Desde los años ochenta el río Magdalena fue usado (por el Estado, la guerrilla y los paramilitares) para desaparecer cuerpos de víctimas y dejar un mensaje de autoridad y control sobre las comunidades ribereñas[11]. La violencia permite controlar el cuerpo y los territorios de manera simultánea. Esta práctica histórica se presenta nuevamente en este paro y nos muestra la importancia de los cuerpos y su sujeción en la estructuración del poder.
El cuidado como ética para la resistencia
Enunciar la violencia estatal como violencia sobre los cuerpos, es poner en primer plano el despojo que ejecuta el Estado sobre la posibilidad de decidir sobre nuestros cuerpos, como encarnamos lo político y los lugares que nos son permitidos habitar a la hora de hacer efectiva nuestra participación política. El actual estado de conflictividad, producto de la falta de respuestas ante las necesidades concretas de las poblaciones en Colombia, ha mostrado la incapacidad de los mecanismos de participación vigentes para suplir las demandas de las poblaciones. La incesante movilización aún después de la retirada de la reforma tributaria, nos pone frente a los límites de una democracia en el marco de un neoliberalismo esquizofrénico que no se detiene ante el desgaste de la naturaleza y los cuerpos, para recomponerse ante la ininterrumpida explotación.
Aunque muchos de los análisis prefieren centrarse ante los posibles impactos de las movilizaciones de cara a las elecciones del próximo año, creemos que más que impactos o respuestas existen brechas ante el escenario político actual que ponen en evidencia los vacíos del sistema democrático y al mismo tiempo nos dan alternativas. En concreto, nos referimos a la organización popular que se desprende del paro en el marco de los barrios y regiones.
Tanto las expresiones artísticas de las marchas, como la autoorganización en los barrios para atender heridos y responder ante la brutalidad policial, son muestras de una reconfiguración de la política que apela, por una parte, a los cuerpos como lugares donde se vive y se resiste ante el poder; y, por otra, a una ética del cuidado del otro que sobrepasa los límites de lo privado y se ubica en las calles para sostener a quienes se enfrentan a la violencia estatal y su intención de control sobre los cuerpos.
Lo anterior es así, puesto que en casos como los del Portal Américas en Bogotá —renombrado como Portal de la resistencia por los manifestantes— los habitantes de los barrios aledaños se han organizado para prestar ayuda (agua carbonatada, cobijas y bebidas) a los manifestantes acorralados por la policía en las noches de enfrentamientos. De igual manera los participantes de las marchas se encargan de cocinar en ollas comunitarias que aseguran la alimentación de la primera línea de jóvenes que con escudos improvisados resguardan las manifestaciones ante los ataques de la policía.
A la par, en este mismo Portal, se protesta mediante muestras artísticas y culturales, las cuales van desde bailes, poesía hasta grafiti. Ello nos muestra que la protesta se hace desde cada cuerpo y sus posibilidades de expresión y se rompe así con un esquema rígido donde solo la argumentación y las respuestas en clave de política pública e instituciones son la opción para cambiar el orden existente. Cualquier saber de los sujetos participantes es una forma válida para expresar la inconformidad, de manera que la puesta en marcha de cada cuerpo expresa en sí misma una potencialidad política.
Teniendo en cuenta lo anterior, podemos decir que la presencia del cuerpo y el cuidado en la movilización son centrales pues nos muestran que la ética del cuidado relegada históricamente a lo privado, al hogar atribuido y a las mujeres, es la respuesta ante el orden del control, el dominio y terror sobre los cuerpos que ejecuta el Estado. Como lo afirma Rita Segato[12], no se trata de incluir a las mujeres en lo público sino de romper la división entre lo público y lo privado, y subrayar que el cuidado de los cuerpos y la construcción colectiva de bienestar son opciones políticas que sobrepasan las definiciones de la política actual, las cuales se han construido sobre una figura masculina de lo público centrada en el control y sujeción del otro.
El cuidado colectivo que deviene cuidado del cuerpo ha sido central en estas movilizaciones, y ha abierto paso a una política del bienestar que se antepone a una de violencia sin límites sobre los cuerpos. Las ollas comunitarias, la organización barrial para curar heridos, la defensa ante la presencia de la policía dentro de los barrios, las colectas vía redes sociales para dotar de insumos a la primera línea, son maneras concretas de reformular la política en clave de cuidado. Ante una violencia estatal desmedida, el cuidado es una respuesta contundente, pues como lo indica Yusmidia Solano[13], es más difícil destruir lo que se ha cuidado.
El cuidado permite la continuidad de la vida y el bienestar, pero, además, pone en tensión una democracia que en el marco de un neoliberalismo resulta insuficiente para garantizar la existencia digna de los cuerpos marginados quienes hoy se encuentra en resistencia desde las calles y sus propios territorios.
Referencias:
Doria, P., Amaya, D., & Hernández, J. (30 de mayo de 2021). La comunidad detrás de la protesta en el Portal Américas. Obtenido de La Silla Vacia: https://cutt.ly/lnbHgNc
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Lugones, M. (2008). Colonialidad y género. Tabula rasa, 73-101.
Rodríguez, I. (2002). Banana Republics: feminización de las naciones en frutas y las socialidades en valores calóricos. En G. Nouzeilles, La naturaleza en disputa. Retóricas del cuerpo y paisaje en América Latina (pp. 85-113). Buenos Aires: Paidós.
La Oreja Roja. (22 de mayo de 2021). La Oreja Roja: la-escalofriante-escena-de-nuevo-cadaveres-en-los-rios. Obtenido de LA Oreja Roja: https://cutt.ly/inbHjZy
Salazar, C. (16 de abril de 2021). Con la reforma tributaria, hay más de 30 bienes que estarán excluidos de IVA y podrían subir de precio. La República.
Segato, R. (2016). La Guerra contra las mujeres. Buenos Aires: Tinta Limón.
Semana. (14 de mayo de 2021). El caso de Alison en Popayán: se suicidó tras presunto abuso sexual del Esmad. Obtenido de Semana.com: https://cutt.ly/BnbHkVx
Solano, Y. (2017). Las mujeres de las diásporas caribeñas: el cuidado, el afecto. En Y. Solano, L. de la Rosa, & K. Padilla, Ensayos sobre mujeres y relaciones de género en el Caribe (págs. 205-223). San Andrés Islas: Universidad Nacional de Colombia – Sede Caribe.
Temblores ONG. (30 de mayo de 2021). Publicaciones: temblores.org. Obtenido de temblores.org: https://www.temblores.org/
Wade, P. (2010). The presence and absence of race. Patterns of Prejudice, 43-60.
[1] Salazar, C. (16 de abril de 2021). Con la reforma tributaria, hay más de 30 bienes que estarán excluidos de IVA y podrían subir de precio. La República.
[2] Salazar. Op. Cit.
[3] Wade, P. (2010). The presence and absence of race. Patterns of Prejudice, pp. 43-60.
[4] Lugones, M. (2008). Colonialidad y género. Tabula rasa, pp. 73-101.
[5] Rodríguez, I. (2002). Banana Republics: feminización de las naciones en frutas y las socialidades en valores calóricos. En G. Nouzeilles, La naturaleza en disputa. Retóricas del cuerpo y paisaje en América Latina (pp. 85-113). Buenos Aires: Paidós.
[6] Temblores, ONG. (30 de mayo de 2021). Publicaciones: temblores.org. Obtenido de temblores.org: https://www.temblores.org/
[7] La Oreja Roja. (22 de mayo de 2021). La Oreja Roja: la-escalofriante-escena-de-nuevo-cadaveres-en-los-rios. Obtenido de LA Oreja Roja: https://www.laorejaroja.com/la-escalofriante-escena-de-nuevo-cadaveres-en-los-rios/
[8] Semana. (14 de mayo de 2021). El caso de Alison en Popayán: se suicidó tras presunto abuso sexual del Esmad. Obtenido de Semana.com: https://www.semana.com/semana-tv/vicky-en-semana/articulo/el-caso-de-alison-en-popayan-se-suicido-tras-presunto-abuso-sexual-del-esmad/202126/
[9] Infobae. (5 de mayo de 2021). Reportan nuevo caso de joven que perdió un ojo en medio de manifestaciones en Bogotá. Obtenido de Infobae.com: ttps://www.infobae.com/america/colombia/2021/05/05/reportan-nuevo-caso-de-joven-que-perdio-un-ojo-en-medio-de-manifestaciones-en-bogota
[10] Doria, P., Amaya, D., & Hernández, J. (30 de mayo de 2021). La comunidad detrás de la protesta en el Portal Américas. Obtenido de La Silla Vacia: https://lasillavacia.com/comunidad-detras-protesta-portal-americas-81792
[11]La Oreja Roja. Op. Cit
[12] Segato, R. (2016). La Guerra contra las mujeres. Buenos Aires: Tinta Limón.
[13] Solano, Y. (2017). Las mujeres de las diásporas caribeñas: el cuidado, el afecto. En Y. Solano, L. de la Rosa, & K. Padilla, Ensayos sobre mujeres y relaciones de género en el Caribe (pp. 205-223). San Andrés Islas: Universidad Nacional de Colombia – Sede Caribe.
Por
Laura Castañeda. Politóloga egresada de la Universidad Nacional de Colombia. Maestra en Ciencias Sociales con Orientación en Estudios Políticos Latinoamericanos en la Universidad de Guadalajara. Actualmente es profesora ocasional del Departamento de Ciencias políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá.