Por Jorge Alberto Silva Rodríguez*
María Isabel Puerta Riera, politóloga, pone en la mesa un tema controversial para todos los países que tienen un sistema democrático: ¿Qué pasa con la democracia, sus procedimientos, naturaleza, estructura, componentes y principios? ¿Acaso estamos viviendo una crisis en el umbral de la posdemocracia? Para esta discusión, la autora traza un horizonte de interpretaciones de la democracia que no se reduce a la dicotomía sobre la libertad y la igualdad, sino de manera más profunda, a la óptica del pensamiento moderno y posmoderno.
A través de este camino, analiza a la democracia en el contexto de la ciencia política. Hace un recorrido histórico, se acerca al pensamiento filosófico, al pensamiento político en la modernidad y posmodernidad, que la llevan a arribar a conclusiones sobre la crisis de la democracia. En esencia, plantea que esta crisis no es procedimental, sino que se encuentra en los valores que subyacen al ejercicio democrático, los que dan el soporte necesario para resistir a las exigencias en una misma realidad social.
La crisis en sistemas democráticos, institucionales y más aún, de la ciencia política se da por las nuevas valoraciones en una sociedad, es decir, la forma de aproximarse a los problemas. La realidad política no obedece a rígidos patrones formulados. La discusión de la democracia se centra en cómo lograr que la democracia trascienda la representatividad y nos lleve a un tema de gobernabilidad. La autora observa que lo relevante es la capacidad de respuestas de un sistema ante los desafíos y su constante reinvención.
El libro lleva de la mano en un profundo análisis del contexto histórico de la democracia, pasando por autores del pensamiento moderno como Rousseau y Touraine, y va por los pasajes más representativos del pensamiento posmoderno como Dahrendorf, Wolin, Crouch y sin duda Sartori y Bobbio.
Puerta Riera argumenta que el Estado ya no controla ni interviene en todos los aspectos de la vida pública, en la misma medida que antes, porque por una parte hay más intereses que satisfacer y por la otra menos capacidad de respuestas. De esta manera, es la misma sociedad la que asume ciertos espacios en procura de alcanzar acuerdo. Sin embargo, ¿Qué pasa cuando el Estado perfectamente legítimo se vuelve controlador y denosta a la sociedad civil organizada, a las instituciones, al sistema político, judicial, a la academia? Quizá aquí se rompa el modelo de democracias, mismo que refleja las expectativas del ciudadano en relación con la conducción de la sociedad. Entonces, la crisis de valores que menciona sería un reflejo del deterioro del sistema de poder que ha cargado con la responsabilidad de ser el modelo ideal, pero que en el fondo no resulta ser más que una utopía. La democracia así, como se argumenta, luce disminuida, debilitada por ser la promesa, la oferta que no llega a concretarse, sobre la cual se construyen el entramado institucional y que no convence por llegar a ser incapaz de complacer a todos los sectores con los mismos niveles de eficiencia.
Pero, si su principal debilidad -de la democracia- radica en esa inconsistencia en la relación con la eficacia de la representación, no puede entonces descansar solo en sus instituciones, sino en el intercambio permanente entre centros de decisión y sus dirigidos. Es decir, renovarla resulta ser lo prioritario para su funcionamiento y conservar así su espíritu de racionalidad.
Ante esta situación de debilidad, la autora nos induce al concepto de posdemocracia, analizando a Crouch, y definiéndola como suceso inevitable que ocurre cuando la democracia, tal como la conocemos, se ha agotado y deja de responder a las expectativas colectivas. La autora alza la voz y sacude así la definición de que, en la democracia, los poderosos intereses de una minoría cuentan actualmente mucho más que los del conjunto de personas corrientes a la hora de hacer que el sistema político las tenga en cuenta; el agotamiento de la democracia, deberá verse desde la óptica de un debilitamiento de su ejercicio y no del modelo per se.
Cuando la institucionalidad democrática favorece sólo a aquellos que detentan el poder – como por ejemplo las cámaras legislativas, el poder judicial, las fiscalías, la misma academia – la sociedad se asusta y toma distancia. Se genera una desconfianza y una enorme desmotivación donde la clase política, a pesar de hacer uso de mecanismos para lograr la participación cívica, fracasa; todo se enfoca a la massmediatizacion de las cosas; el sistema político se torna en videocracias. En este escenario, la democracia solo está provista de condicionantes muy alejados a los que la modernidad le puede proporcionar donde sus valores asociados no pueden desarrollarse y solo se vuelven una aspiración; así llegamos a la posdemocracia.
En la posdemocracia, señala la autora, vemos las consecuencias del debilitamiento de los mecanismos de la democracia y el reflejo de su ineficiencia en dar respuestas a las demandas de la sociedad. La posdemocracia es la inercia, señala, que termina por desplazar el modelo de la democracia tradicional de la modernidad. Sin embargo, ¿será un sustituto real, es solo una etapa, o hacia dónde se dirige esta nueva forma de entender a la democracia?
Los demagogos aparecen donde la ley ha perdido la soberanía. Sartori, analiza la autora, se muestra no solamente escéptico en relación a la participación en una democracia como fórmula que corrige las deficiencias de esta, sino que, además, reconoce que se debilita a la propia democracia al transferir parte de la carga al ciudadano cuando en realidad debe ser el Estado quien dé cumplimiento de sus funciones y asuma toda la responsabilidad que la sociedad ha conferido, y no al revés. El pueblo no gobierna, el pueblo elige. Hacer lo contrario es demagogia y la sufrimos día a día en países de América Latina. La democracia es el único sistema que garantiza el periodo finito de sus gobernantes, ellos son elegidos y si no hacen bien sus trabajos y preservan las instituciones, se van.
La era posmoderna se presenta como una realidad fragmentada, define la autora. La erosión sobre la cual se construyó una sociedad moderna -el modelo social político, económico y cultural- se está desintegrando, deteriorando, agotando y requiere la construcción de una nueva conciencia social. En esta sociedad posmoderna, el poder descansa en un lenguaje con aspiraciones universales: las tecnologías de la información y comunicación. Hay una sobreexplotación de lo noticioso donde la mayoría de los individuos son espectadores silenciosos, un mundo de la posverdad, donde los hechos objetivos y comprobables tienen menos impacto que los dichos, las emociones y las creencias personales.
La democracia vista por la posmodernidad dejó atrás su gran virtud, la inclusión de todos los sectores, distanciándose de las mayorías para hacerse de un espacio cómodo, hegemónico donde el dominio del lenguaje y la imagen es el reflejo de la capacidad simbólica del hombre; donde la información es fundamentalmente visual, tanto que la imagen absorbe a la palabra.
La democracia está cargando con el deterioro de un sistema, y con la pesada responsabilidad de ser un modelo ideal que en el fondo resultó ser utópico. Este deterioro sistemático provoca que no cubra todos los frentes de los sectores sociales y que se presente débil por la inconsistente relación con la eficacia de la representación, puesto que los instrumentos con los que cuenta tienden a reforzar el orden de privilegios existentes. Su eficiencia, pareciera ser el tema central de su desencanto.
Este desencanto, en realidad, debiera verse desde la óptica de un debilitamiento de su ejercicio y no del sistema propio. Los representantes no son necesariamente la representación de las mayorías, las barreras ideológicas entre los partidos han desaparecido y se ha enfocado en una excesiva democratización de la vida pública, dándole poder a sectores que no tienen la madurez política para ejercerlo.
En sociedades políticamente inmaduras, la representatividad ha transferido su crisis a la democracia y la hace ver débil ante la amenaza autoritaria. La democracia se ha interpretado como un sistema meramente electoral, pero este no garantiza la credibilidad del sistema mismo. La autora, al replantear estos argumentos, llega a la hipótesis que la crisis está en los valores, ya que son estos los que le conceden el soporte necesario para resistir las exigencias. La crisis no es de su denominación, es de su naturaleza -al no corresponder al contexto en el cual se inserta-, es de su estructura -que ha perdido la confianza de sus acciones y de un verdadero ejercicio de soberanía-, es de sus componentes -por la pérdida de legitimidad de los sistemas electorales, legislativos o judiciales-, y es, una crisis de sus principios – de las instituciones que representan: Estado de derecho, libertad, equidad y justicia.
La democracia, sin embargo, y a pesar de sus problemas, es el mejor sistema político con el que contamos y persiste el deseo de que sobreviva. La batalla es contra el autoritarismo, contra el populismo y los gobiernos unipersonales que se muestran desafiantes por el embate a las instituciones y a los valores. La necesaria reinvención de la democracia, la reinterpretación de su naturaleza, de su estructura, de sus componentes y de sus principios, es lo que se espera en el umbral de la posdemocracia y así evitar la tan anunciada crisis que dé pie a más autoritarismos simplistas, retrógradas y polarizantes. Y así aparece la interrogante: Crisis de la Democracia ¿en el umbral de la posdemocracia?
*Jorge Alberto Silva Rodríguez. Economista con estudios de maestría en Administración y Políticas Públicas por Centro de Investigaciones y Docencia Económicas (CIDE). Fue funcionario por más de una década del Banco de Desarrollo de América del Norte (NADBank por sus siglas en inglés). Se desempeña como socio-consultor en políticas públicas, director de FUNDACROVER, A.C. (Fundación de la Crónica de Veracruz, A.C.), catedrático y analista en medios. Cuenta con diplomados en: Análisis Político, Democracia y Elecciones por el CIDE, en estudios de Estados Unidos, México y Canadá por el Centro de Investigaciones sobre América del Norte (CISAN) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en Organismos Públicos por la Universidad del Verbo Encarnado (UIW por sus siglas en inglés). Ha sido coordinador de publicaciones académicas con el ITESM (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey), CIDE y COLEF (Colegio de la Frontera Norte) y autor de capítulos en libros y revistas especializadas, además de ser ponente y profesor invitado en seminarios de la UNAM, el COLEF y la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) capítulo para México. Sus áreas de especialización son: instituciones, políticas públicas, gobiernos subnacionales, administración y programas.