Perspectiva del renovado escenario del bipartidismo argentino. Sin lugar para totalizaciones hegemónicas el espacio que se abre en el horizonte para este nuevo ciclo político exige el trabajo del acuerdo y la negociación entre fuerzas. Bien leída, la decisión del electorado instala el imperativo del diálogo democrático, ante la fragilidad e incertidumbre económica.
¿Qué reflexiones generales te deja el proceso electoral de Argentina?
Que la Argentina electoral es mucho más previsible que lo que se piensa. Estuvimos confundidos por una visión que consideraba un electorado apolítico dividido en tercios. Un tercio apoyando al gobierno, otro siendo opositor y otro, blando, que estaba dispuesto a votar a unos y otros. En realidad, como ya lo planteaba tempranamente el recordado Manuel Mora y Araujo, el voto se encuentra distribuido en dos espacios políticos, siguiendo la clásica división sociodemográfica en estratos bajos y medios bajos, por un lado, y estratos medios y altos por el otro. Alberto Fernández obtuvo el mismo voto y de los mismos ciudadanos que en 2015 habían votado a Daniel Scioli. Mauricio Macri, en cambio, pese al sprint final, no pudo juntar todos los votos del no peronismo. Nuestro electorado está dividido en mitades, no en tercios. Los que se dividen o se juntan son los políticos.
¿Consideras como sostienen algunos analistas que el poder queda distribuido?
El poder siempre está distribuido en la Argentina. Por algo los intentos hegemónicos siempre han fracasado. Si las cosas le van bien, los gobiernos tienen mayor capacidad de opacar a la oposición, pero han caído en la tentación de tirar manteca al techo y así vuelven insustentable su política económica, que es la raíz de la resistencia. Somos republicanos en épocas de vacas flacas.
¿Cómo imaginas el vínculo entre el presidente electo y la vice presidente? ¿Cómo será la dinámica de gestión?
Por ahora, parece que la Grieta se ha trasladado de la tensión entre dos fuerzas políticas al interior del nuevo oficialismo. Entre el “albertismo” (in nucce) y el “cristinismo”. La elección distribuyó los cargos electos: ahora comienza una disputa por el liderazgo en el peronismo. E históricamente, el peronismo ha contagiado su interna al resto de la sociedad. Dependerá de cómo le vaya al Presidente. Si logra alcanzar una cierta estabilidad macroeconómica, habrá tensiones, pero manejables. La vicepresidente será un “im-poder”, un poder potencial. Diferente será si las cosas se ponen feas. Precisamente, ese “im-poder” puede volverse poder, porque todo el mundo mirará hacia ese banco de suplentes.
¿Hay margen para un proyecto populista en Argentina con la situación económica actual y el contexto económico mundial?
No en términos económicos. Pero populismo, si nos atenemos a la definición de Laclau, siempre se puede hacer si seguimos echándole leña al fuego a la Grieta. Obviamente, en un país como la Argentina, eso es absolutamente inviable en el mediano plazo como proyecto de poder político. No será apoyado ni por el poder económico, y las Fuerzas Armadas solas no son ya un factor de poder decisivo.
¿Cómo imaginas la luna de miel del nuevo gobierno? ¿Corta o larga? ¿Por qué?
No va a tener luna de miel. La fórmula presidencial es como un matrimonio entre viejitos. Solo pueden pedirse paciencia mutua. Pero llevan años de rencores y traiciones. Alberto Fernández tiene que sacar el país del borde del abismo. Luego viene la estabilización y por último pensar el crecimiento sustentable. Muchos se esperanzan con la vieja fórmula “Nixon va a la China”. Uno de derecha puede implementar políticas de izquierda en la emergencia, y uno de izquierda puede implementar políticas de derecha. Pero la Guardiana de la Fe, es la Ayatollah Cristina, que como vicepresidente y ejecutora de la campanita senatorial podrá mantenerse al margen de la responsabilidad política para guardarse como poder de reserva frente a la crisis.
De todas maneras, los fierros de los que dispone Cristina Fernández son extremos (la vice presidencia, que no es nada, salvo que desde su lugar de conspirador constitucionalmente habilitado puede serlo todo) y la Provincia de Buenos Aires, con su Estado Inverso, proveedor de males públicos y no de bienes públicos. Pero esa administración del mal vuelve muy difícil su gestión política. Digamos que, si Axel Kiciloff quiere causar un incendio, el será el primer incinerado.
El esquema que propone Alberto Fernández parece una reedición del PAN (Partido Autonomista Nacional) de Avellaneda, Alsina y Roca: está el presidente (porteño) están los gobernadores, pero no son 24, sino parecieran ser 23, porque la provincia de Buenos Aires pareciera no encolumnarse a la austeridad proverbial que se viene. Ya Kiciloff le pidió a lo que queda de la gobernadora Vidal que dé marcha atrás con los aumentos tarifarios (desafiando el Teorema de Baglini).
Por otra parte, ya el maestro de Alberto Fernández, Néstor Kirchner, resolvió las amenazas bonaerenses a la gobernabilidad “cerrando” directamente con los intendentes y los nuevos movimientos sociales y baypasseando al gobernador a quien condenó a la penuria financiera y a la dependencia del Gobierno Nacional, con la ley educativa, ya que la provincia tiene más de 300.000 docentes.
A Alberto le queda representar la moderación y ser apoyado por las fuerzas del centro, el radicalismo, el PRO de Horacio Rodríguez Larreta, y resistir el embate cristinista, o radicalizarse él también, para entrar él en clinch con CFK, y evitar que no entre una hoja de afeitar entre ellos. Sin embargo, la radicalización no resuelve, sino que agrava los problemas, como demuestra el caso venezolano (pese a que ese país tiene petróleo y está en las manos del Estado, y las FFAA son poderosas).
Las ilusiones, en un contexto crítico, casi inmediatamente se chocan con la durísima realidad; mejor anticiparse teniendo un buen diagnóstico de ella.
¿Juntos por el cambio tiene futuro? ¿Es posible su institucionalización? Da la sensación que queda un escenario de dos coaliciones. ¿Cuáles serían las características de cada una?
A CAMBIEMOS (que creo que ese es el nombre que debería quedar consolidado, ya que el otro es un frente electoral) le recomendaría mucha paciencia. Obviamente, está la ansiedad que provocará el síndrome de abstinencia del poder perdido. Pero va a gobernar el peronismo, y ellos mueven las blancas, y la oposición las negras.
CAMBIEMOS no tiene que entrar en una prematura guerra por la sucesión, tienen que ir todos sus dirigentes a una terapia colectiva, y bajar un cambio. La pelea por el liderazgo está dentro del peronismo. CAMBIEMOS tiene que seguir siendo este encuentro horizontal, y aunque conspire contra su institucionalización, permitirá dar una imagen de unidad.
Los ciclos en la Argentina son cada vez más cortos. Esta vez el Papa es peronista (el vicario de Perón en la tierra, dicen algunos con sorna), pero Dios parece que no. Si Menem tuvo las privatizaciones y el endeudamiento y Kirchner la soja, Alberto no parece tener nada. Frente a esa situación, la coalición opositora tiene que mantenerse unida, para que dentro de ella florezcan un millón de flores. Utilizar todos los recursos con una unión laxa, que permita retener a todos. Y esperar.