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Los opositores venezolanos, reales o acomodados, repiten «Unidad y Voto». Deberían añadir, a la dupla, «Liderazgo». La Unidad, como factor organizativo que aprovecha la ventaja demográfica y el Voto, en tanto medio/terreno para la disputa, están claros. Tanto que las narrativas de tirios y troyanos los invocan, con sentidos divergentes, que buscan ampliar la base y aceitar el mecanismo del cambio o la estabilización del status quo.
El problema principal para la oposición reside en la disputa alrededor del Liderazgo, entre las figuras de Maria Corina Machado (MCM) y Manuel Rosales (MR). Disputa detonada por el bloqueo ilegal a la candidatura de MCM y la habilitación oficial a MR. Paradójicamente, siempre me he sentido cercano a la ideología oficial del partido de MR, Un Nuevo Tiempo (UNT). Al tiempo que he criticado por años las retóricas y posturas de MCM. Pero sucede que en este escenario actual, lo ideológico cede espacio a lo político, desde las coordenadas del clivaje «democratización vs autoritarismo». Y, en ese marco , las palabras y comportamiento de la «derechista» MCM muestra mejor el sentir y conexión populares que los del «socialdemócrata» MR. Los entrecomillados aquí, lectores, importan.
Organizacionalmente, el liderazgo de MCM emana de unas elecciones primarias al interior del campo opositor, celebradas en un ambiente de persecución oficial y la desconfianza opositora. Primarias que, al celebrarse, se tornaron hito movilizador para una ciudadanía desencantada por sucesivos ciclos de protesta social, elecciones burladas, represión estatal y, en suma, frustración con la agenda redemocratizante. Las primarias devienen el crisol de un liderazgo renovado de MCM, que apunta a recuperar la democracia para todo el país desde un proceso democrático interno, al que MR no quiso someterse.
En ese camino MCM ha mostrado (contrario sensu a etapas anteriores de su trayectoria) un apego orgánico a la agenda democratizadora definida por la coalición de partidos (la llamada «Plataforma Unitaria») y, sobre todo, al movimiento social que le apoya. MR y sus seguidores, por su parte, han enfatizado un manejo personalista de su imagen, como buen gestor, estadista, moderado…. incursionando siempre en los márgenes permitidos por el gobierno, en vez de por los canales impulsados por la oposición.
Discursivamente, la actual MCM ha persistido con mayor sencillez y transparencia en la misión, con el mandato popular como origen, el evento electoral como marco y la transición como objetivo. MR y su partido apelan a una política elitista (lobbys, foros teatrales, declaraciones de notables) y sus declaraciones suelen ser contradictorias («me inscribí al final», «no me han invitado a dialogar») cuando no abiertamente chantajista («no se puede perder la candidatura»).
El escenario es restrictivo no tanto por los errores opositores (que han sido muchos y a veces graves) sino por los horrores del régimen. La narrativa y estrategia de MCM, así como las arremetidas del gobierno contra su entorno y contra actores de la sociedad civil ajenos a la clase política, lo ratifican. Pero esos Horrores (y su causalidad/consecuencias) del chavismo «realmente existente» se ven hoy disminuidas en la narrativa desenfocada que propaga un grupo de actores politicos, empresariales, mediáticos y civiles afines a MR, donde confunden «normalización» autoritaria con supuesto pragmatismo.
Académicamente, los «expertos» hemos complicado la cosa, al echar mano a un montón de falsas analogías. Comparando a la Venezuela de 2024 con la Rusia de igual fecha, para vender el apoyo a MR como reedición tropical de la agenda de «voto útil» de Navalny…ignorando que, detrás de las semejanzas y alianzas entre Miraflores y el Kremlin (de las que he escrito bastante), subyacen hoy grandes diferencias de coyuntura política, arraigo poblacional opositor, cultura cívica y contexto geopolítico entre ambos países. La matriz intelectual de la «paz autoritaria» incluso aludió alguna vez (creo por 2014) al caso del PAN en México, cuyas bases demográficas, matrices ideológicas y estrategias electorales lo distinguen tanto de la actual oposición venezolana; al mismo tiempo que se diferencian la naturaleza de sus respectivos regímenes autoritarios. No diré nada aquí a las invocaciones a la transición chilena, tan cara a cierta politología criolla (y aliados extranjeros) porque sus mantras han sido bastante cuestionadas en fechas recientes por colegas como el politólogo Angel Alvarez.
Si se insiste en acudir a la Historia, tal vez sea más fructífero explorar la trayectoria de las oposiciones toleradas y/o fabricadas por las «democracias populares» en Europa del Este y la suerte de sus émulos contemporáneos en el espacio postsoviético; regímenes estos mucho más cercanos al venezolano en varios rasgos centrales: estatismo, personalismo, partidos gobernantes con vocación totalitaria. Muy pocas veces, en esos países, cuando un liderazgo y organización aceptaron el rol de concurrir para legitimar el despotismo, preservaron o producieron alguna capacidad y/o vocación de poder. Se trata de «oposiciones» zombies, que nacieron -o mutaron- alrededor de una idea rentista de administración subrogada de migajas, tendencialmente declinantes. Incluso el actual Partido Comunista ruso, que sostuvo el desafío opositor a Yeltsin durante la transición rusa, ha sido purgado de sus miembros y reclamos incómodos al Kremlin. El «alacranismo», para usar un término venezolano que alude a los opositores sometidos y/o cooptados por el régimen, tiene muchos orígenes posibles: por génesis, por mutación.
El dilema opositor en esta Venezuela es llegar a las venideras (e inciertas) elecciones (concebidas en tanto medio, no fin) para potencialmente abrir un juego democratizador. Eso es lo que han reclamado, con una mezcla de desesperación y esperanza, millones de personas en Barinas y Yaracuy, en Vargas y Barquisimeto. Es lo que, por ahora, encarna en MCM y aparece ausente en MR.
Ojalá haya espacio y oportunidad para una sorpresa -partera de los giros de la Historia- capaz de desbaratar la operación psicológica y represiva del gobierno; para reunir a esa gente honesta que, en las respectivas campañas, quiere llegar impregnar a las elecciones un carácter democratizador. incluida la gente valiosa y valiente que hoy cree, honestamente, que MR es la única alternativa posible para participar en las eleciones. Esa gente es muy necesaria para el cambio real, difícil pero posible.
Por un cuarto de siglo, la sociedad venezolana ha mostrado una resistencia cívico admirable a la imposición criminal del despotismo, con pocos parangones en la Historia contemporánea. Resiliencia acaso a la altura de las mostradas por la nación polaca. Deseo, por el futuro de su gente y el destino de un continente, que siga siendo así.
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