Cada día que pasa, cada segundo que resuena en el reloj de la situación política y económica de Venezuela, el futuro parece cada vez más incierto. Por un lado, encontramos una ciudadanía anhelada por la libertad socio-política que enarbolan bajo la consigna de «esperanza», mientras luchan día tras día por tener (al menos) un plato de comida en la casa. Por otro lado, encontramos las altas cúpulas políticas venezolanas enfrentándose a muerte súbita por aquella decisión que los principales analistas internacionales se realizan: «¿Quién cederá primero, el Oficialismo o la Oposición?» Por tanto, cada día que transcurre en Venezuela puede observarse con precisa incertidumbre como la toma de decisiones determinan un progresivo avance y retroceso nacional, una progresiva libertad y un irrefutable aislamiento internacional que es previsto como un secreto a voces.
Ante los dos principales escenarios expuestos, aparece la figura de un revolucionario líder que busca consumar la lucha iniciada en el año 2013 por Leopoldo López, Henrique Capriles Radonski y Maria Corina Machado: El Ing. Juan Gerardo Guaidó Márquez. El «Perro Blanco» suramericano (de One White Dog, traducción fonética anglosajona del nombre del líder político venezolano) representa un actor más de la progresiva transición regional hacia el capitalismo latinoamericano.
La figura del Ingeniero Guaidó es percibida ante la comunidad internacional como aquella cual peón estructural se somete ante el hegemónico poder de un Estado contra la incómoda intromisión de otro, en su confort político. De esta manera, podemos observar cómo los Estados Hegemónicos internacionales continúan siendo hábiles practicantes de la realpolitik del Siglo XX que busca «torcer» el brazo del otro ante las fuerzas desestabilizadoras internacionales. Bajo esta lupa, en una primera perspectiva se percibe la figura «Guaidó» en Venezuela como una en constante transición, del «líder de esperanza» a la «costumbre» del país. Su figura política nació de la «nada» para convertirse en el «todo regional» levantando, pues, el espíritu democrático en la región norte de Suramérica.
Desde históricos sucesos, la ciudadanía venezolana siempre ha sido blanco fácil de un populismo recalcitrante y demagogo que no promueve el futuro bajo el espectro realista del contexto habitado. Como bien mencionan diversos literatos: «Al pueblo, pan y circo», cuyo pan es la esperanza que escasea en el espíritu de prosperidad del venezolano y se hunde, entonces, en el circo político de fuerzas mayores.
El Perro Blanco Venezolano se ha convertido, entonces, en el símbolo mesiánico y esperanzador para toda América Latina; Se ha convertido en el modelo que todo líder político próximo debe seguir, para aprender qué no se debe hacer bajo la consigna de «libertad». Juan Guaidó transitó del poder plenipotenciario internacional a ser ofuscado por la misma. El Presidente (E) de la República Bolivariana de Venezuela se encuentra bajo el dilema que todo líder revolucionario se encuentra en un momento determinado de su vida: Someterse o levantarse, continuar con fuerzas o esperar órdenes, ser integral por la trascendencia o ser esclavo de una falsa realidad petrolera.
He ahí cuando el Perro Blanco debe decidir: Ser para Venezuela o Ser para Latinoamérica…