El divorcio entre la imagen socialmente glorificada de la madre y el tratamiento público concreto que cabe al cumplimiento de su papel. La carga que recae sobre la mujer expresa las contradicciones de un discurso que promueve el deseo de la maternidad como forma de realización personal y la efectiva realización de la tarea de crianza que esta ejerce en soledad y en muchos casos lejos de las condiciones adecuadas.
La construcción del instinto materno.
La sociedad tiene una serie de mecanismos que promueven un entrenamiento sistémico y sistemático en las mujeres desde la infancia, que deriva en la internalización de la maternidad como “deseo genuino” para la mayoría. Este entrenamiento comienza en la infancia con un proceso de socialización de roles de género y son las instituciones las encargadas de marcar el ordenamiento de las tareas según el sexo de las personas.
Desde la infancia se impone la tarea que se espera de nosotras en la sociedad, y no sólo la tarea, sino la forma en cómo tenemos que llevarla a cabo. Esto va desde la clasificación de los juguetes por género, hasta el orden establecido en el espacio público. La mayoría de las niñas crecen creyendo que su principal función son las actividades de cuidado. La industria de juguetes no sólo ha impuesto la idea de que a las niñas les interesa cuidar bebés, sino que hay que cuidar neonatos, bebés prematuros y cigotos. Así reproducimos la idea de que los cuidados maternos son acciones inherentes a la condición natural de las mujeres. Hemos normalizado tanto los estereotipos y roles de género que creemos que por “naturaleza” las mujeres sabemos cuidar mejor, dar mejor contención, somos más cariñosas, amorosas, cuidadosas, delicadas o compresivas que los hombres. Sin reparar en que todas estas cualidades son producto de un entrenamiento constante que hemos recibido desde la infancia.
La conceptualización del ejercicio de la maternidad se ha reconfigurando y diversificando en el transcurso del tiempo. Sin embargo, hoy día aún existe toda una parafernalia promovida desde el mercado y el orden social patriarcal que impone la idea de la maternidad como un imperativo categórico que deber ser para todas y cada una de las mujeres. Las sociedades, sobre todo las latinoamericanas, utilizan una serie de argumentos, interacciones, símbolos y rituales donde se enaltece, refuerza y prioriza, sobre cualquier otra cosa, la “realización” de las mujeres a través del ejercicio de la maternidad.
La industria cultural, la publicidad y las estructuras sociales refuerzan la idea de la maternidad (abnegada) como un deber ser inherente a las mujeres. Es una idea constante, permanente y presente de la sociedad en general. Las instituciones como la iglesia, la familia e incluso la escuela, fomentan la división de roles que contribuyen a la configuración de valores, códigos y símbolos que refuerzan estereotipos sexistas y tradicionales en torno a las mujeres y el ejercicio de la maternidad. Los valores morales y, en gran medida, los religiosos, se siguen imponiendo en las políticas públicas y en las prácticas sociales.
La exigencia por convertir a las mujeres en madres, no sólo se limita a la procreación (sin importar la edad), sino que se extiende a la exigencia de hacerlo “perfecta” y “sacrificadamente”. Para ello hay una serie de interacciones sociales que nos conducen y a la vez nos sanciona cuando no logramos cumplir los estándares que la sociedad impone. Dentro de estas imposiciones se encuentra que las mujeres madres deben ejercer la crianza en el espacio privado, de manera amorosa y casi perfectamente. Olvidando que las mujeres son personas con deseos, proyectos de vida, aspiraciones y anhelos propios.
A las mujeres se les ejerce presión a través de una amplia variedad de mecanismos de socialización e incluso coerción para imponer el “deseo” materno. Dentro de los mecanismos de coerción se encuentra, la “sanción”. En caso de que no se cumpla con el mandato de la maternidad, la sociedad hace un despliegue de acciones, donde se castiga, a través del reproche, ridiculización o desprecio a las mujeres que no ejercen la maternidad o que la ejercen “mal” según los ojos de la sociedad. Esto con la finalidad de recordarles que no han cumplido con la “misión” que les fue dada. Y es así como la mayoría de las mujeres internalizan el “deseo” de convertirse en madres, un deseo al que hemos llamado instinto, pero que podría ser un deseo o “instinto” construido socialmente.
El ejercicio de la maternidad en condiciones de desigualdad.
Parecería que la presión social para todas las mujeres de convertirse en madres (sin importar la edad) se traduciría en mejores condiciones, oportunidades, derechos y facilidades para que las mujeres puedan ejercer esta tarea “adecuadamente”, tal cual se lo dicta el mandato social. Sin embargo, la realidad dista mucho de ello.
Para contextualizar un poco: según datos del INEGI (2018), casi una tercera parte de las madres mexicanas (27.8%) ejercen la crianza sin pareja, la presión social porque las mujeres asuman el rol de madres no se equipara en lo más mínimo al nivel de exigencia que se le impone a los hombres para que ejerzan la paternidad; ni siquiera existen mecanismos tersos para obligarlos a dar pensión alimenticia, esto sin contar el estigma, desprecio y discriminación sistematizada que existe hacía las llamadas “madres solteras”. Incluso, no existe ningún tipo de presión para que los hombres ejerzan la paternidad estando en matrimonio. Ellos no interrumpen sus carreras, ni sus proyectos, ni aspiraciones personales por el ejercicio de la paternidad. Los hombres ejercen la paternidad como si hicieran voluntariado, como si no fuera parte de una responsabilidad compartida y como si no tuvieran obligación. Aquellos hombres que ejercen la paternidad lo hacen parecer como una ayuda extraordinaria o algo que no les compete. La cultura ha promovido la idea de que los hombres no ejercen la crianza, ellos ayudan en una tarea que socialmente “no les corresponde”. Y a aquellos hombres que realizan mayores labores de cuidados se les da un tratamiento como si estuvieran haciendo una actividad extraordinaria.
Las condiciones para ejercer la maternidad en México, no son las más alentadoras, según la Organización Mundial de la Salud se presentan 34.6 defunciones maternas por cada 100 000 personas nacidas vivas (CONEVAL, 2018). Para hacer el comparativo, si bien es cierto que esta cifra está abajo de algunos países de África, también es cierto que esta tasa es menor en países como Belice, Costa Rica, Chile, Puerto Rico o Uruguay, por poner sólo algunos ejemplos latinoamericanos.
Para seguir en esta línea de contextualización, tenemos que México se encuentra entre los países de América Latina con menos días de Licencia Materna (84 días), mientras que Venezuela otorga 182, Cuba 156 y Costa Rica 120 días (BBC, 2018); en muchos trabajos, y por los diferentes esquemas de contratación, muchas mujeres ni siquiera pueden acceder a este derecho, no sólo se otorgan menos días que en otros países, sino que se niega ese derecho. En algunos casos, un embarazo en el ámbito laboral es motivo de despido, acoso o negación de derechos; incluso es justificación para no acceder a mejores puestos y por lo tanto a mejores salarios. Además, las licencias de paternidad o el derecho a guarderías, son prestaciones que se otorga solamente a mujeres porque son las mujeres quienes se han encargado, históricamente, de los trabajos de cuidados.
A todo esto, podemos agregarle la violencia obstétrica que viven muchas mujeres en hospitales al ser tratadas deshumanizadamente durante la gestación y/o el parto. A lo que se suma la falta de anticonceptivos, de información para el control de la natalidad y el incumplimiento de las Normas[1] Oficiales (NOM) que hablan sobre la interrupción del embarazo en mujeres víctimas de violación.
La maternidad en el espacio público.
Es decir, pese a que existe toda esa exigencia e instrumentalización de las mujeres para ser madres y hacerse cargo como las principales responsables de la crianza, las condiciones que se ofrecen para ello no son, ni por asomo, las ideales. Tan sólo el orden social y urbano excluye e invisibiliza el ejercicio de las crianzas en los espacios públicos. Cualquier persona que haya ejercido la crianza (y sabemos que en su mayoría es ejercida por mujeres) sabe perfectamente lo difícil que es andar con bebés e incluso con infantes preescolares fuera de casa, se suelen hacer muchas omisiones y por lo tanto exclusiones en el diseño urbano. Por citar un ejemplo: en un centro comercial puede haber espacio de estacionamiento para personas con discapacidad, en algunos casos para mujeres gestando, pero ninguno para personas criando; la experiencia en el centro comercial va desde armar la carriola en medio de los autos, en el mejor de los casos, cargar al bebé, los accesorios para su cuidado, los accesorios propios y sortear los autos en el estacionamiento; dentro del centro comercial la situación no cambia, en muchos lugares ni siquiera hay cambiadores en los baños ni alternativas para apoyar la crianza; en la mayoría de los establecimientos en los baños de varones se omiten los cambiadores de bebés, pues parten del supuesto de que hombres no ejercen la crianza. Es decir, pese a toda la presión social que hay para que las mujeres sean madres, no existen las condiciones para ejercer la crianza en el espacio público.
Otra manera de confinar a las madres al espacio privado es la discriminación hacia las mujeres lactantes. La sociedad es mucho más tolerante con la imagen de mujeres con senos sexualizados, que con la imagen de mujeres lactando. Esta intolerancia tiene un componente machista que responde a la defensa del orden patriarcal establecido, se las rechaza porque son mujeres fuera de su espacio asignado, es decir, el espacio que les corresponde a las mujeres lactando, dentro de un orden patriarcal, es el espacio privado, es decir, sus casas.
La sociedad muestra cierta tolerancia con las mujeres criando siempre y cuando parezca que cumplen adecuadamente el rol que les asignaron, de no ser así, la sociedad estará muy atenta para reprochar el mínimo atisbo de descuido, maltrato o algo que se le parezca o asemeje a omisión de cuidados. Si hay algo que la sociedad no tolera es que haya mujeres que se comporten o parezcan “malas madres”. Claro, esto desde una perspectiva hegemónica de cómo debe ser el comportamiento de las mujeres, y como ya dije, sin ofrecer apoyo, infraestructura ni condiciones para ello. El trabajo de crianza está tan invisibilizado y despreciado que ni siquiera se considera trabajo. Por un lado se nos exige ser “buenas madres”, pero por el otro hay un desprecio internalizado y desvalorización del trabajo doméstico y de cuidados.
Otro tipo de violencia que se ejerce contra las mujeres, responsables históricas de la crianza, es el rechazo hacia las niñas y los niños en el espacio público, producto de la crianza ejercida en estos espacios. La sociedad se encarga de ubicar a las madres en el lugar que se les ha asignado, el espacio privado, es por ello que los espacios públicos no están pensados para el ejercicio de la crianza y cuando se ejerce en estos espacios será motivo de escrutinio. Respecto de la crianza, al estar excluida del espacio público, se juzga con mayor severidad a las madres que se exponen a la mirada pública. Los ojos están atentos al comportamiento de las y los infantes, así como a las reacciones y acciones de las madres. Se les reprocha, a través de ciertos códigos, el ejercicio de la maternidad en el espacio que no le corresponde. Cosa muy diferente con los hombres que ejercen la crianza en el espacio público. Ellos son vistos con admiración, se los halaga y se les ofrecen todas las consideraciones que a las mujeres se les niega.
La maternidad como obligación y sus consecuencias.
El “deber ser” del ejercicio de la maternidad nos ha llevado a justificar, incluso, embarazos en menores de edad productos de violaciones, embarazos entre adolescentes y embarazos no deseados. Tal es el peso de la conceptualización de la maternidad que se pone en riesgo y obligar a niñas a convertirse en madres, antes que facilitar o contemplar la posibilidad de interrumpir sus embarazos.
Los embarazos en niñas de 10 y 14 años cada día van en aumento en el país y las acciones para mitigar este problema poco han funcionado. México tiene los niveles más altos de embarazos adolescentes de la Organización para Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), es decir, reprobamos educación sexual y reproductiva, estamos obligando, prácticamente, a niñas sin los recursos, ni condiciones, ni herramientas, ni habilidades necesarias a convertirse en madres. Necesitamos repensar acciones conjuntas que impacten en mayor medida en las estructuras culturales, pues es ahí donde más se justifica y se “protegen” los embarazos no planeados. Es en las estructuras culturales donde el abuso a menores de edad se propaga, se oculta y se produce. Muchos de estos embarazos en niñas y adolescentes son producto de abusos y violaciones, aun así la sociedad exige el ejercicio de la maternidad, incluso en niñas de 10 años.
No es casualidad que en un país con una cultura plagada de ideas conservadoras y machistas, con una fuerte producción, reproducción y reforzamiento de los estereotipos y roles de género, sea el primer lugar de los 36 países que integran la OCDE en embarazos adolescentes. México tiene una tasa de fecundidad de 77 nacimientos por cada mil adolescentes de 15 a 19 años de edad. Los embarazos son la segunda causa de deserción escolar en nivel medio superior (INMUJERES, 2019).
El embarazo adolescente es un problema con causas y consecuencias multidimensionales. Las causas van más allá de la falta de usos de métodos anticonceptivos, más allá de un fallo en el sistema educativo o del sistema de salud. Es un tema que tiene que ver con estructuras culturales muy arraigadas, donde el ejercicio de la maternidad se promueve como una acción que se tiene que ejercer aunque no se tengan las condiciones económicas, ni las herramientas sociales necesarias, ni el desarrollo físico adecuado para la maternidad para ofrecer una crianza en plenitud.
Otras maternidades son posibles.
Las mujeres están más expuestas al escrutinio y la sociedad se muestra poco empática. Pareciera que hay interés en exigir, sancionar, pero sin apoyar. Las exigencias sobre las responsabilidades en la crianza no son las mismas que se les otorgan a los hombres, por tal motivo, algunos padres cuando participan en el cuidado de sus propias hijas e hijos asumen una actitud como si estuvieran haciendo voluntariado y no parte de un trabajo, cuya responsabilidad tendría que ser compartida.
En México el culto a la madre es contradictorio. Por un lado, se la ve como un ser meritorio de devoción, pero, por el otro, se la castiga de muchas maneras. La parafernalia en torno a la maternidad es una manera de expiar las situaciones precarias, la falta de derechos y la ausencia de condiciones apropiadas para ejercer la crianza de manera sana, colectiva y con la participación de todos. En México, el día de la madre sirve para justificar todos los días del año que las madres están en total descuido y abandono. En la glorificación del sacrificio materno se oculta una imposición machista y colectiva hacia las mujeres, porque la glorificación de la madre abnegada, sufrida y sacrificada es una invitación a seguirlo siendo; y cuando las mujeres no se muestran de esta manera, se presenta una furia colectiva como especie de correctivo, pero sin ofrecer las condiciones, ni apoyos, ni redes adecuadas o necesarias para ejercer la maternidad y crianzas sanas. Hay que pensar en crianzas diversificadas, en distintas formas de ejercer la maternidad, donde las crianzas sean compartidas, como un ejercicio que es responsabilidad de la colectividad.
Nadie nace con el conocimiento básico para desempeñar una crianza “excelente”. Y mucho menos cuando el ejercicio de la maternidad no está planificado, choca con otros intereses o se da en etapas muy tempranas de la vida. La mayoría de las madres traen cargando consigo una serie de culpas impuestas por la sociedad al sentir que no logran cumplir con los estándares del rol que se les ha asignado. Por lo tanto, es necesario pensar en las maternidades como ejercicios diversificados, más que una imposición, como una opción deseada y llevada a cabo de manera voluntaria. Pensar en las mujeres como una amplia gama de diversidad, donde no todas quieren, desean o pueden tener hijos(as) y no todas podrán ni querrán convertirse en madres. Tenemos que pensarnos como seres libres, con deseos y aspiraciones diversificadas, para pensarnos de muchas maneras, más allá de un rol o una imposición. Más allá de las limitaciones del “deber ser”.
Bibliografía
BBC News Mundo (2018) ¿Cuáles son los países de América Latina con más tiempo de licencia de maternidad? (En línea). Recuperado el 4 de Diciembre de 2018 de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-46215053
INEGI (2017). Estadísticas a propósito del día de la madre (10 de mayo). [en línea]. Recuperado el 03 de abril de 2018, de: http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2017/madre2017_Nal.pdf
INEGI. (2014). Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), 2018. Base de datos.
INMUJERES. (2019). Día de las madres: una oportunidad para celebrar la diversidad de maternidades y visibilizar los retos para la igualdad. (en línea) recuperado el 03 de Julio de 2019 en https://www.gob.mx/inmujeres/es/articulos/dia-de-las-madres-una-oportunidad-para-celebrar-la-diversidad-de-maternidades-y-visibilizar-los-retos-para-la-igualdad-199725?idiom=es#_ftn1
CONEVAL (2018). Estudio Diagnóstico del Derecho a la Salud 2018. (en línea) Recuperado el 3 de Julio de 2019 en https://www.coneval.org.mx/Evaluacion/IEPSM/…/Diag_derecho_Salud_2018.pd
Gobierno de México (2020). Norma Oficial Mexicana 046-SSA2-2005 Violencia familiar, sexual y contra las mujeres. Criterios para la prevención y atención. (En línea). Recuperado el 20 de Mayo de 2020 en https://www.gob.mx/conapo/documentos/norma-oficial-mexicana-046-ssa2-2005-violencia-familiar-sexual-y-contra-las-mujeres-criterios-para-la-prevencion-y-atencion
[1] El México es la NOM-046-SSA2-2005. Violencia familiar, sexual y contra las mujeres.
[author] [author_image timthumb=’on’][/author_image] [author_info]Nancy Ortiz
Socióloga, educadora y Maestra en Ciencias Sociales por el Instituto de Investigaciones Histórico- Sociales. Facilitadora de Talleres con perspectiva de Género, docente universitaria y directora escolar en Veracruz. Participante en la Red de Investigadores latinoamericanos adjuntos al Departamento Ecuménico de Investigación en Costa Rica. Consejera Consultiva del Instituto Veracruzano de las Mujeres. Subdirectora de programación e implementación de programas sociales en la Secretaría de Desarrollo Social del Estado de Veracruz.[/author_info] [/author]