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Tres obstáculos ante la crisis de Cuba: el mercado, el tiempo y el diferendo

El inmovilismo que caracteriza la concepción del poder político en la isla la sume en un retraso y una crisis que se agudizan y entran en un callejón sin salida que refleja solo límites y ninguna posibilidad.

 

La crisis estructural de Cuba, presente hace varias décadas, se profundiza. Con la estatización de los medios de producción la economía se convirtió en factor de pobreza; con las restricciones a los derechos y las libertades desapareció la condición de ciudadano. A esos dos resultados se unió, en medio de la guerra fría, la confrontación con Estados Unidos, la mayor potencia económica y científica del mundo.

El sistema totalitario implantado, ajeno a la naturaleza humana, agotó sus posibilidades. Los intentos por reanimarlo han fracasado. La solución, como ha ocurrido con sistemas similares en otros lugares, resulta imposible sin una reforma estructural y un giro radical en la forma de pensar y actuar de los gobernantes.

Entre los múltiples obstáculos que se alzan ante la persistente crisis se destacan tres que requieren de una alta dosis de voluntad política para enfrentarlos: la economía de mercado, el factor tiempo y la negociación con el vecino del Norte.

La economía de mercado

Desde los albores de la humanidad la especialización en la producción de alimentos condujo al intercambio de los productos del trabajo. Primero la separación entre agricultores y ganaderos, seguido de los oficios hasta el surgimiento del mercader, especializado en el intercambio que institucionalizó el mercado.

Las sucesivas divisiones del trabajo en busca de mayor eficiencia condujeron a nuevas formas y métodos, cada vez más modernos, basados en la subdivisión de tareas y el control del tiempo de cada actividad. De ese proceso, en los siglos XIX y XX, en la industria norteamericana surgió el taylorismo[1] y después el fordismo[2], aplicado este último a la producción de automóviles. Actualmente la cuarta revolución industrial (Industria 4.0), basada en la automatización, las novísimas tecnologías de la información y las comunicaciones, ha ensanchado el mercado.

La economía de mercado es, por tanto, un resultado natural de la civilización humana, que consiste en una forma de relación social donde diversas personas e instituciones, con dinero, productos y servicios se encuentran para intercambiar. Es efecto y a la vez causa del progreso.

De la misma forma que la libre concurrencia de productores y consumidores estimula el crecimiento de la producción, la diversificación de los productos, la calidad de los mismos y el surgimiento de nuevas demandas; su prohibición o limitación genera el desinterés, repercute en la cantidad, calidad y diversidad de la producción hasta generalizar la escasez, que es exactamente el punto en que Cuba se encuentra: un enorme cuerpo de vigilantes e inspectores que no producen, una corrupción generalizada, vitrinas vacías, precios elevados e intentos fallidos del Estado para toparlos. Su causa: la economía, prisionera de la política se desnaturaliza e involuciona hasta convertirse en factor de pobreza material y espiritual.

El mercado, que actúa como regulador de la vida económica, no fue engendrado por el capitalismo ni inventado por los burgueses, existió siempre. Es tan natural que cuando se lo suprime reaparece reverdecido como mercado sumergido o mercado negro, con las consiguientes deformaciones. Al mercado se lo legaliza o se lo obliga a existir oculto; lo imposible es eliminarlo por ser consustancial al hombre. De ahí que lo útil es colocarlo en condiciones naturales acompañado de las correspondientes normas jurídicas.

El Secretario General del Partido Comunista de Vietnam, Nguyen Phu Trong, en la conferencia dictada en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en abril de 2018, ante las autoridades cubanas allí presentes, al referirse a las dificultades que confrontaron en su país con la economía planificada, expresó: “Ya tenemos un mercado y no podemos prescindir de él. Con el rechazo ideológico y el acoso burocrático lo colocamos en una situación en que no funciona para el bien de la sociedad y el hombre, sino que se vuelve en su contra”.

La propiedad sobre los medios de producción constituye la base de las relaciones económicas y por tanto del mercado. La misma implica un determinado modo de apropiación de los frutos del trabajo que motiva el interés por los resultados. De ahí el daño que se ocasiona al subordinarlo a esa camisa de fuerza que es la economía centralizada y planificada. Sencillamente lo que es bueno para el hombre, lo que le es útil, lo que aporta bien y dicha, debe ser instituido. En ese sentido el criterio para determinar sobre cualquier sistema de economía no puede ser otro que si cumple o no esa función social.

En Cuba, el Partido-Estado-Gobierno atado a la ideología ha decidido que la planificación y no el libre mercado seguirá siendo el rasgo distintivo de la economía. Así quedó plasmado en la reciente Constitución de 2019; una decisión que constituye un nuevo eslabón en la cadena de intentos fracasados por salir de la crisis.

El factor tiempo

El tiempo es una propiedad universal que actúa en todo lo existente y por tanto en los fenómenos sociales. Todo cambia, la diferencia radica en la velocidad con que ocurre en cada fenómeno particular o en cada momento. Tal propiedad hace del tiempo un requisito de obligada observación e interpretación en cualquier proyecto social.

La historia de la humanidad es una contundente prueba de que ningún cambio, resultado de la espontaneidad, de reformas o de revoluciones, resulta definitivo. En Cuba los cambios realizados después de 1959 hace mucho tiempo dejaron de responder a las necesidades de los cubanos. Se requiere, por tanto, de nuevos cambios de forma continuada.

El inmovilismo, inducido desde el poder para “salvaguardar las conquistas”, condujo al estancamiento y al espejismo de que el estado alcanzado sería eterno. Resultado de esa distorsionada visión, los problemas acumulados han empeorado la situación al punto que, o se acometen con urgencia las transformaciones que la realidad demanda o el aumento de la presión social encontrará otra salida, en la que todos, pueblo y gobierno resultarán  perdedores. Se trata, pues, de la vida o muerte de la nación cubana.

Carlos Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte[3], planteó: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Ello significa que los deseos y voluntades cargados de subjetividad humana, son acotados por el factor tiempo. Por eso, si bien los hombres pueden acelerar o retardar los procesos históricos, sólo pueden hacerlo hasta el punto en que la objetividad del tiempo lo permite.

El empleo desacertado del tiempo en la historia para reformar un sistema inviable o agotado cuenta con múltiples ejemplos. Uno exterior y otro interno son suficientes para ilustrarlo: 1- A pesar de las crecientes contradicciones entre colonia y metrópoli y las luchas por las reformas y la autonomía a lo largo del siglo XIX, las autoridades de España se empeñaron en no cambiar. En su lugar decidieron sacrificar hasta el último hombre y la última peseta. A fines de ese siglo, cuando era imposible conservar la Isla de Cuba, decidieron otorgar la autonomía fuera de tiempo, cuando ya el reclamo era la independencia; 2- El Partido Comunista de la Unión Soviética, aferrado a la ideología, ignoró la necesidad de cambios. Cuando intentó hacerlo el tiempo le pasó la cuenta. La reforma emprendida, conocida como Perestroika, destapó una presión social incontrolable que liquidó el poder del Partido Comunista, desmembró la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y hundió el socialismo implantado en Europa Oriental.

En Cuba la ignorancia del factor tiempo tiene su historia. El fracaso de la zafra de los Diez Millones de toneladas de azúcar en 1970 demostró el daño del monopolio estatal y del idealismo en la economía. Sin embargo, en lugar de enmendarse el camino equivocado, se decidió sobrevivir como parásito de las subvenciones soviéticas y de los préstamos capitalistas. La pérdida de las subvenciones y el no pago de los préstamos obligó a introducir algunos cambios, tímidos y coyunturales en espera de mejores tiempos. En cuanto comenzó a surgir un embrión de clase media y el coronel Hugo Chávez se impuso en las elecciones de Venezuela, en lugar de acelerar los cambios se frenaron para subsistir con las subvenciones chavistas. En 2008 el retroceso sostenido en la economía obligó nuevamente a introducir reformas, aunque con un poco más de calado, pero limitadas a algunos aspectos de la economía y sin tocar las causas fundamentales de la crisis, lo que condujo nuevamente al estancamiento. La última oportunidad de cambio de forma gradual y ordenada la ofreció el mandatario estadounidense Barack Obama, la cual una vez más fue desaprovechada.

La responsabilidad con todo lo ocurrido, las responsabilidades contraídas en tan prolongado tiempo, los espejuelos oscuros de la ideología, la mentalidad anquilosada, la falta de voluntad política y la dependencia de las subvenciones extranjeras, condujeron a la profunda crisis estructural en que el país está inmerso.

El diferendo con Estados Unidos

En 1959, junto a las primeras medidas de carácter popular, el gobierno revolucionario nacionalizó las propiedades norteamericanas, intentó exportar la revolución a otros países de la región y restableció las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Estados Unidos, por su parte, rebajó la cuota azucarera que compraba a Cuba, dictó el embargo sobre el comercio, rompió las relaciones diplomáticas y apadrinó la invasión de Bahía de Cochinos. Acciones continuadas con la declaración del carácter socialista de la revolución y la crisis de los misiles, que convirtieron la confrontación en el centro de la política nacional y en obstáculo para el desarrollo.

A pesar de algunos intentos de rebajar la tensión, como ocurrió en 1977 con el establecimiento de Secciones de Intereses en las capitales de los dos países, la escalada del conflicto continuó su rumbo. No fue hasta después de 2009, durante el primer mandato de presidente Barack Obama, que se inició un giro contrario con la supresión de las restricciones a los viajes de familiares y los envíos de remesas a Cuba. Luego, en su segundo mandato, después de casi dos años de las negociaciones secretas que desembocaron en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, la administración de Obama renunció al papel de agente de los cambios en Cuba, lo que representó la mayor oportunidad para emprender cambios al interior de la Isla.

El 17 de diciembre de 2015, el general Raúl Castro dijo: “[…] Proponemos al Gobierno de los Estados Unidos adoptar medidas mutuas para mejorar el clima bilateral y avanzar hacia la normalización de los vínculos entre nuestros países, basados en los principios del Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas”. Y Exhorto al Gobierno de los Estados Unidos a: “remover los obstáculos que impiden o restringen los vínculos entre nuestros pueblos, las familias y los ciudadanos de ambos países, en particular los relativos a los viajes, el correo postal directo y las telecomunicaciones”[4].

Por su parte, Barack Obama expresó: “[…] Pondremos fin a un enfoque anticuado que durante décadas no ha podido promover nuestros intereses. Comenzaremos en cambio, a normalizar las relaciones entre nuestros dos países”. Y añadió: “En aquellas esferas donde podamos promover intereses mutuos, así lo haremos… Ahora bien, en aquellos aspectos en los cuales no coincidimos, abordaremos esas diferencias directamente, tal y como continuaremos haciendo en aquellos temas relacionados con la democracia y los derechos humanos en Cuba”[5].

El discurso del mandatario estadounidense se acompañó de un primer paquete de medidas concretas para coadyuvar al empoderamiento de los cubanos; paquete que fue seguido de otros cinco que, entre otras cosas contemplaban: la ampliación de los permisos generales de viaje a Cuba; la capacitación comercial a las empresas privadas cubanas y a los pequeños agricultores; el aumento del monto de las remesas y de donativos para proyectos humanitarios; la expansión de ventas y exportaciones comerciales de bienes y servicios, incluyendo al sector privado cubano; el incremento del acceso de Cuba a las comunicaciones y la capacidad para comunicarse de manera libre; y la permisibilidad a los proveedores norteamericanos para proporcionar telecomunicaciones comerciales y servicios de internet con precios más bajos.

Las medidas de Obama flexibilizaron el embargo, mejoraron los vínculos entre ambos gobiernos y beneficiaron a los cubanos. Aumentó el flujo de turistas a la Isla y, antes de culminar su mandato, eliminó la política de pies secos/pies mojados, que el Gobierno cubano había reclamado. Al calor de esas medidas el Club de Paris condonó 8.500 millones de dólares de una deuda de 11.000 millones.

Tres días después del discurso citado, en la Asamblea Nacional del Poder Popular del sábado 20 de diciembre de 2014, Raúl Castro, en dirección contraria, expresó: falta eliminar el bloqueo, será una lucha larga y difícil que requerirá de la movilización internacional y de que la sociedad norteamericana continúe reclamando el levantamiento del bloqueo, Cuba se limita a estudiar el alcance y forma de aplicación de las positivas medidas anunciadas por el Presidente Obama, que todo Estado tiene el derecho a elegir su sistema político sin injerencia externa y que no debe pretenderse que Cuba renuncie a las ideas por las que ha luchado durante más de un siglo”[6].

El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos respondía a los intereses de ambas naciones y por tanto ambos países tenían que avanzar en la misma dirección, como corresponde a las negociaciones. La administración de Obama brindó una oportunidad de cambio; las autoridades de Cuba se paralizaron por temor a que las contradicciones internas ocuparan el lugar de las externas. No se dio ningún paso efectivo para destrabar las fuerzas productivas ni para restituir las libertades ciudadanas. En cambio, la prensa oficial desató una campaña dirigida a reavivar el pensamiento antiimperialista, a llamar a la resistencia y la fidelidad a los principios y a exaltar la vocación de victoria. Por tanto, carece de sentido depositar la suerte de Cuba en los cambios exteriores en ausencia de voluntad política para remover la causa principal, que está al interior del país.

Una observación final

La mejor prueba de la disposición de no cambiar está en la Constitución aprobada el pasado año 2019. En el nuevo texto constitucional se optó por la continuidad mediante el blindaje del modelo fracasado. La Comisión de Diputados, designada por el Partido Comunista para esa función conservó las principales causas del retroceso: la existencia de un solo partido, el Comunista, como fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado. La propiedad estatal, causa del declive económico, como la forma fundamental de la economía, mientras la privada se relegó al cuarto lugar. Garantías a la inversión extranjera y desconocimiento del derecho de los nacionales a invertir en su país. Regulación de la concentración de la propiedad, sin aclarar cómo se regula ni cómo se define dicha concentración. Las libertades y los derechos limitados a ejercerse de conformidad con los fines de la sociedad socialista, es decir, subordinados a una ideología. Su contenido augura ser la Constitución de menor tiempo de duración en la historia constitucional cubana.

Después de haber desaprovechado varias oportunidades para sustituir el modelo totalitario, en un escenario nacional e internacional desfavorable, la profundización de la crisis continúa su indetenible marcha. Totalmente fuera de tiempo, sin la introducción de la economía de mercado, sin un cambio radical en los gobernantes y en su anquilosado pensamiento, sin voluntad política para desechar el modelo fracasado, y sin la negociación del diferendo con cualquier administración norteamericana que asuma la presidencia, la salida será imposible.

Además, será imposible sin una nueva Ley de inversiones que incluya a los cubanos; un nuevo Código de Trabajo que refrende la libre sindicalización y la autonomía del sindicalismo en concordancia con el Convenio 87 de la OIT sobre la libertad sindical; sin verdaderas cooperativas, basadas en los principios establecidos por la Asociación Cooperativa Internacional, a diferencia de las actuales que son realmente asociaciones de usufructuarios dependientes del Estado; sin una nueva ley de empresas; sin la separación de las funciones estatales de las empresariales; sin descentralizar el comercio exterior; y sin crear mayores incentivos financieros para la exportación y la sustitución de importaciones. Medidas que para tener efectividad tienen que acompañarse con la erradicación del unipartidismo.

 

[1] El taylorismo se refiere a la división de las tareas en el proceso de producción.  Su inventor fue el ingeniero y economista norteamericano Frederick W. Taylord (1856-1915.

[2] El fordismo es el modo de producción en cadena que representó una revolución en la productividad. El nombre proviene de uno de sus progenitores ideológicos, el norteamericano Henry Ford (1863-1947), fundador de la Ford Motor Company.

[3] Luis Bonaparte (Napoleón III) 1808-1873, sobrino de Napoleón I, presidente de la república francesa de 1848 a 1852 y emperador de Francia de 1852 a 1870.

[4] Declaración del Presidente de Cuba.  Granma, jueves 18 de diciembre de 2014.

[5] Declaración del Presidente de Estados  Unidos. Granma, jueves 18 de diciembre de 2014.

[6] Juventud Rebelde, domingo 21 de diciembre de 2014. Discurso de Raúl Castro en la ANPP el 20 de diciembre de 2014.

 

[author] [author_image timthumb=’on’][/author_image] [author_info]Dimas Cecilio Castellanos Martí.

Licenciado en Ciencias Políticas y en Estudios Bíblicos y Teológicos. Fue profesor de Filosofía Marxista en la Universidad Agrícola de La Habana. Autor de El nuevo Blog de Dimas. Ha publicado cientos de artículos y premiado en varios concursos. Autor y coeditor del libro Cuba, de la editorial ABC CLIO y autor del libro La revolución fracasada. Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia y Analista del Centro España-Cuba “Félix Varela”.[/author_info] [/author]