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Tener elecciones no significa tener democracia

El pasado 10 de octubre en el Palacio de las Convenciones, en una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular, se eligió como presidente a Miguel Díaz-Canel, quien desde 2018 se desempeñaba como presidente de los consejos de Estado y de Ministros, puesto que ocuparon Fidel Castro (1976-2008) y Raúl Castro (2008-2018), quienes además tenían el cargo de primer secretario del único y gobernante Partido Comunista de Cuba (PCC).

Esta reestructuración es consecuencia de la reforma constitucional aprobada hace algunos meses en la isla que le devuelve al sistema político las figuras de presidente y vicepresidente, inexistentes desde 1976. Hablamos de reestructuración porque los cambios introducidos tras la reforma no constituyen una real variación de la Ley Electoral sino una mera redistribución de los poderes del Estado y tal vez una solapada descentralización del mismo. El reclamo que sigue vigente entre la población cubana es que la nueva constitución mantiene el mismo modelo de elección presidencial indirecta que existe desde 1976. Es decir, los ciudadanos eligen representantes barriales, municipales y provinciales, pero no pueden elegir de manera directa los representantes nacionales. El sistema consiste en la nominación de los mismos a través de una “Comisión de Candidaturas” que está integrada por miembros del gobierno y del Partido Comunista Cubano, los nominados son sometidos a la votación en el Parlamento (generalmente unánime) para asumir sus cargos.

La continuidad de este sistema de elección indirecta permite a su vez la continuidad de la elección de los principales representantes del país en manos de un grupo reducido de personas y que la participación real de los ciudadanos sea prácticamente nula.

Mencionábamos que además este nuevo sistema introducido en la nueva Ley Electoral pretende simular el reparto de poder en varias manos. A raíz de esto podemos deducir que es un mecanismo para provocar un recambio generacional que brinde “seguridades” a los líderes de la “generación histórica” -quienes participaron en la revolución del 59-, seguridades en búsqueda de mantener el socialismo como único modelo de Estado y gobierno y no dejar las grandes decisiones en manos de una sola persona como lo fue en los últimos 40 años.

La ciudadanía se ha mostrado apática y desesperanzada tras lo ocurrido en el Palacio de las Convenciones, el común de la sociedad lo entendió de manera simple: una formalidad. Una importante franja de la población, concentrada aproximadamente entre los 16 y 30 años, se manifiesta en profundo desacuerdo con la elección indirecta y en general con la nueva Ley Electoral, estos reclamos son canalizados, en la mayoría de los casos, a través de las redes sociales.

La ratificación y entrada en vigor de la nueva Constitución y la Ley Electoral separó los cargos de presidente de la República y de primer ministro, que en su momento se unificaron para otorgar plenos poderes a Fidel Castro. Como decíamos previamente, quizás en un intento de evitar que un solo hombre pueda cambiar el sistema desde arriba, ahora la generación histórica disgregó la toma de decisiones entre varias figuras que por el momento se muestran absolutamente fieles al legado de Fidel y la revolución, una clara muestra de que se teme desde su parte que la concentración de poder en una persona ajena al núcleo duro revolucionario provoque cambios en el sistema socialista.

Como ya sabemos, Díaz-Canel fue elegido presidente, y es en este punto que nos preguntamos si puede de verdad llamarse democracia a un sistema en el cual las elecciones consisten en un proceso en el que los miembros del parlamento ratifican una candidatura única y acordada “desde arriba” para cada uno de los cargos a ocupar. Esto sin mencionar el mecanismo de elección indirecta que mantiene la Ley Electoral. Las pocas formas de expresión de la voluntad popular viciadas por la corrupción y la represión a los disidentes al régimen no ofrecen un panorama esperanzador para los próximos años en los que Díaz-Canel presidirá Cuba bajo la mirada atenta de Raúl Castro y demás miembros del núcleo duro revolucionario.