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Ese tiempo en que los muchachos no quisieron escuchar

Obliga a la más atenta reflexión lo que la última performance del artivista cubano Luis Manuel Otero Alcántara ha dejado. Obliga a atender qué es posible pensar, expresar y manifestar en una sociedad en que la libertad, que ha sido clausurada, encuentra en internet una zona intersticial como desafío y posibilidad.

 

Varias han sido las interacciones -en persona o vía redes sociales- durante los últimos años, en las que los periodistas independientes y los ciberactivitas cubanos que claman por un cambio de régimen, han sido “invitados” a “cuidarse”, a no exponerse del modo en que lo hacen, a que abandonen sus luchas en pro de un gobierno de signo democrático para la isla y sus rizomas. Las invitaciones han venido desde dos grupos de polarizada estirpe.

El primero sería el de los “bien intencionados” a quienes resulta importante reagrupar. Así, quedarían diferenciados como: “los desgastados” por el evidente fracaso de sus propios esfuerzos; “los escépticos” ante la irrebatibilidad del totalitarismo y los “buenos cínicos” que hartos de no hacer nada quieren sumar cómplices a sus nihilismos -estos últimos suelen ser mordaces e incontinentes verbales y compensan inacción con discurso.

El segundo grupo sería también digno de subdividir; pero antes de hacerlo démosle un nombre global: “los amenazantes memoriosos”. Y es que sus advertencias de “cuidado” son, en realidad, amenaza velada o no de que matarán, meterán presos o impedirán salir de la isla a dichos periodistas y activistas. Añado la calificación de “memoriosos” porque insisten en recordar, haciendo uso de esa transacción simbólica que sigue capitalizando dividendos incontables, que el cien por ciento de quienes desafían al poder con sus letras, intervenciones cívicas o artísticas, tuvieron educación y salud gratuita en Cuba y que, por lo tanto, no solo son deudores de un gobierno que parecería un padre gigante y omnipresente (¿Dios?) quien tomó la manita de cada uno para ponerle la vacuna hoy y mañana enseñarles a leer sino que además todo diálogo con ese poder ciego está destinado a la alabanza y nunca a la interrogación (¿Dios? No, porque a Dios su hijo le pregunta: “Eloi, Eloi, lema sabachthani?” lo cual traduce como “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” Mateo 26:46).

Pero volviendo a estas categorizaciones empíricas al interior de los “amenazantes memoriosos” hay en ellos otras dos grandes tendencias: 1) la de quienes enardecidos defienden a una revolución que dejó de serlo hace casi el mismo número de años de su triunfo; pero que auténticamente se sienten respaldados, endeudados e ideológicamente afines a sus propuestas (llamémosle “defensores orgánicos”) y 2) las de quienes podemos llamar “influencers asalariados”.

Estas nomenclaturas completamente desechables y susceptibles de rebautizar en el momento en que mejor se estime conveniente, nos vienen a hablar del fenómeno mayor y realmente pujante: el acceso de los cubanos a la internet y el sabio uso de esa herramienta para establecer y dejar trazado un mapa informativo que desdice a la retórica oficial. Incluso “los amenazantes memoriosos” (orgánicos o asalariados) representan esa ruptura en la misma medida en que replican el discurso oficial de chantajes y cumplidos; pero pasando dichos axiomas por sus propias experiencias de vida y por eso mismo pluralizando la otrora rígida y ahora imposible de secuestrar opinión pública.

Los sitios webs que cargan revistas digitales también marcadas por su heterodoxia en la medida en que pueden clasificarse como noticiosas, culturales, literarias, de crítica y pensamiento y/o destinadas al activismo ciudadano, viven pobladas de comentaristas que responden ideológicamente a los grupos arriba señalados. Esas revistas no serían otras que 14ymedio, Asociación Pro Libertad de Prensa (APLP), ADN Cuba, Alas Tensas, Árbol Invertido, CiberCuba, Convivencia, CubaNet, Diario de Cuba, El Estornudo, Havana Times, Hypermedia Magazine, La Hora de Cuba, Play-Off Magazine, Proyecto Inventario, Puente a la Vista, Rialta, Tremenda Nota, y YucaByte, por solo nombrar a las más destacadas por su indiscutible contenido de interrupción y cuestionamiento del discurso oficial del régimen.

Aunque la diversidad etaria tampoco es ajena a los editores de estos sitios/revistas, resulta obvio que son los periodistas nacidos desde mediados de los setentas en adelante quienes parecen deshacerse de aquella noción de miedo que tan productiva habría resultado, por más de cinco décadas, a los detentadores del poder por más de seis. Los desgastados, los escépticos, los buenos cínicos, los nihilistas, los amenazantes memoriosos (orgánicos o asalariados) son presentadas con un panorama de extrema dificultad porque los “muchachos (periodistas y activistas) no quieren escuchar”.

Y así lo demostró el muy elocuente episodio del encarcelamiento en marzo de 2020 del artivista Luis Manuel Otera Alcántara (LMOA). Bajo supuestos cargos de “profanación de símbolos patrios” y “daño de la propiedad estatal”, la policía nacional y las fuerzas de la policía secreta, pusieron preso al artista cuando salía de su casa dispuesto a hacer unas compras luego de que una “besada” convocada por activistas lgbtqi fuera cancelada.

La “besada”, que se realizaría frente a los estudios de la televisión cubana, querría protestar por una película de temática gay que fue exhibida en la televisión publica; pero mutilada (justo en los cortes que mostraban un beso) la noche anterior. Sin embargo, la administración de la televisión pidió disculpas en su página web (previa ciberprotesta) y los activistas organizadores de la “besada” decidieron cancelarla. En consecuencia, LMOA había ya cambiado su ruta; pero habiendo declarado con antelación su voluntad de participar en la protesta, se le apresó al salir de casa.

Importa anotar que Luis Manuel Otero Alcántara es un chico negro, autodidacta y que se identifica como heterosexual -de hecho, fue su novia quien anunció su detención, iban juntos a besarse. Y quiero destacar ese último rasgo de su identidad porque, en la performance sin pausa que parece ser su vida, dicha heterosexualidad será a ratos quebrada por sí mismo. LMOA muestra selfies con uñas pintadas o besos de labios con otros amigos cis hombres; haciendo así significante la imposibilidad que como sujeto representa tanto para el poder que intenta reprimirlo (esa mano larga e invisible que en los totalitarismos hurga en todos los rincones) como para los cibercomentaristas que he insistido en clasificar en este breve texto de opinión.

El impedimento para debatir a la persona pública que es LMOA se confirma en todas y cada una de sus intervenciones artísticas y también en la inestabilidad que crea hasta en la propia prensa alternativa a la oficial. El último de sus performances es un espaldarazo más a dicha inestabilidad que en realidad he aprendido a leer y entender como cimarronaje[1].

Su último performance comenzó a desarrollarse también en marzo del 2020, días después de haber sido liberado gracias a la presión que ejercieron los medios de prensa arriba enumerados y una carta firmada por más de 3000 personas de la sociedad civil cubana. En él, LMOA proponía subastar la bandera cubana que había usado para intervenciones anteriores (aquella que le habían acusado de profanar) y con los fondos recaudados hacer una donación al mismísimo presidente del gobierno cubano, Miguel Díaz Canel, para que con ellos apoyara a los enfermos por COVID-19.

Las críticas de quienes antier temprano eran sus defensores (desgastados, escépticos, buenos cínicos, nihilistas y ciberguerrilleros despojados de miedo) se igualaron en una horizontalidad nunca vista con las de los amenazantes memoriosos (orgánicos o asalariados).  Todos a por su cabeza y la prensa desafiante o no, sin saber dónde colocarse.

Sin embargo, lo que LMOA nos estaba proponiendo con esa subasta era un emplazamiento a los gobernantes de la isla en donde se intentara sobreponer el carácter emergente de la crisis global a las ideologías. Lo hacía, esperando una reacción oficial que rechazara esos fondos y que con eso desvelar (una vez más) la imposibilidad y/o interrupción del diálogo entre artistas y estado. Pero poniendo siempre a los actores de este último en jaque. Y no solo lo consiguió a ese nivel, sino que consiguió atravesar a todos los actores de la opinión pública que aquí he venido a comentar. Un cimarronaje nunca antes puesto en acción con semejante ingenio y, por qué no, semejante valentía.

Pienso, en fin, desde una cautelosa esperanza, que el acceso a la internet ha traído para la joven ciudadanía cubana una posibilidad de deshacerse de taras que maniataron a generaciones anteriores nacidas también después de 1959; pero que compartieron desinformación con compromiso a partes iguales. En este nuevo escenario, Luis Manuel Otero Álcantara no es un héroe, sino un síntoma. Nos viene a decir que ni él, ni sus coetáneos tienen voluntad de escuchar y en esa no escucha descansa su redención.

No perdamos tiempo en aconsejarles que tengan miedo. La prensa y el activismo dará bandazos como ellos, como él; pero desde la sordera nacerá la nueva música. Una que se escribe en los palenques adonde no llega el mayoral[2].

 

[1] En las Américas se denomina con el adjetivo de cimarrón a aquellos esclavos que se refugiaban en los montes buscando la libertad. Siguiendo esta tradición y a pesar de que en Cuba la esclavitud fue abolida desde el siglo XIX, uso esta alegoría para designar a aquellas personas que siendo descendientes de eslavos, siguen resistiendo las actuales opresiones perpetradas contra ellos desde el poder.

[2] Un “palenque” es el sitio al que escapaban los cimarrones, pequeñas ciudades libertarias ancladas en parajes muy adentrados en el monte, el bosque o la montaña a las que por lo regular no alcanzaban a llegar sus dueños o ninguna otra fuerza represora para regresarlos a su condición de esclavos. El “mayoral”,  por su parte, era la figura que funcionaba como administrador y figura de poder en las plantaciones agrícolas (azucareras y otras); una suerte de representante del dueño de dichas plantaciones y administrador asimismo de penitencias y sometimientos para los esclavos. Uso ambos términos aquí en sentido alegórico.

 

[author] [author_image timthumb=’on’][/author_image] [author_info]Mabel Cuesta

Poeta, narradora y ensayista. Graduada de Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de la La Habana, Cuba y Doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ha publicado Lecturas Atentas. Una visita desde la ficción y la crítica a veinte narradoras cubanas contemporáneas (Almenara, 2019); In Via, In Patria (Literal Publishing, 2016, Ediciones Matanzas, 2019); Nuestro Caribe. Poder, raza y postnacionalismos desde los límites del mapa LGBTQ (Isla Negra, 2016); Bajo el cielo de Dublín (Ediciones Vigía, 2013); Cuba post- soviética: un cuerpo narrado en clave de mujer (Cuarto Propio, 2012); Inscrita bajo sospecha (Betania, 2010); Cuaderno de la fiancée (Ediciones Vigía, 2005) y Confesiones on line (Aldabón, 2003). Es profesora de Lengua y Literatura Hispanocaribeñas en University of Houston.[/author_info] [/author]