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Entrevista a Marta María Ramírez: “como buen violento machista el Estado cubano te deja sola a su merced.”

Situación del activismo feminista autónomo en la isla. Contra el statu quo de los poderes instituidos que refuerzan la violencia contra la mujer, la injusticia y asiemetría en el ejercicio de los derechos humanos. El silenciamiento y subregistro de datos reales reclaman la escucha atenta de una narrativa que busca romper el aislamiento de la reivindicación de su lucha en toda la región.


¿Qué te llevó a ser activista en Cuba? Desde los distintos ámbitos, desde el feminismo, las artes, la ciudadanía, que te movió en un primer momento y te motivó a actuar, a participar, considerando las particulares condiciones de Cuba para hacer un activismo autónomo.

Vengo de una familia conformada por una migración reciente, de inicio del siglo XX. Vinieron desde España huyendo por cuestiones políticas. La otra rama, la paterna, tiene raíces muy profundas, se pierden en la historia de Cuba. Pensamos, además, por el apellido Ramírez que están entre los primeros habitantes de la Isla, tras la colonización. Ambas familias han estado comprometidas con su lugar en la sociedad. Vengo de una familia revolucionaria y con un pensamiento de izquierda, ambas apoyaron la lucha armada que llevó al triunfo de la conocida como Revolución cubana.

De latifundistas pasaron a tener hijos funcionarios, personas que lograron tener un nivel de vida un poco más alto que la media. Mi padre fue funcionario público, en una cartera equiparable al rango de viceministro, en el Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas (ICAIC). Eso me situó como privilegiada más allá de lo económico (fue mi madre médica quien más dinero entró a la casa). En realidad, siendo muy niña me codeé con una intelectualidad cubana, quizá ya temerosa hacia afuera, pero muy fuerte para mí y para mi educación escolar politizada, empobrecida en diversidades de cualquier índole, aunque todos se definían como “Revolucionarios”, con R mayúscula.

En casa me enseñaron que debía pagar por mis privilegios. Tenía que retribuir de alguna manera. Me lo recordaban siempre. Creo que ahí está la génesis de todo. Creo que lo agradezco, a pesar de lo duro que es hacer entender esto a una niña. Fue mi padre quien me animó a saber de feminismos. Asumo que no quería para mí lo mismo que vivía mi madre, empoderadísima en su trabajo, pero sin abandonar la cocina ni el cuidado de toda la familia, incluida sus hijas. Mi madre no quería que me metiera en política. No le gustaba que hablara de esos temas.

No es hasta el año 1995 que me reconozco como activista, y fue la casualidad, la ingenuidad y la responsabilidad también, ante la demanda, fundamentalmente, de mujeres que vivían situaciones de violencia, mujeres jóvenes, casi todas de mi edad. Entonces tenía 19 años. Hoy tengo 44.

Esto me llevó a tener que buscar respuestas fuera de la institucionalidad cubana, que no atendía a las demandas de mis compañeras. También me acerco a grupos de personas LGBTIQ+, sobre todo interesada en las transidentidades femeninas. Estaba comenzado a hacer periodismo, y lo que más me interesaba era el periodismo de género. Así empecé a tener una voz en el contexto cubano, en el que muchas personas consideran que los periodistas debemos cumplir el rol de ayudar, o sea, no solo informar, no solo mostrar verdades, sino de colaborar en la solución del problema. Así fue como empecé en ese año un proceso de radicalización, como creo que pasa con casi todos los activismos. Yo no creo que la radicalización sea necesariamente violenta. Yo creo que se trata de llegar a un punto de no retorno. Esa, más o menos, es mi historia. Milito en un feminismo autónomo, aunque he colaborado con distintos proyectos e instituciones, con cada mujer que toca a mi puerta.

Hago también periodismo independiente, una actividad igualmente criminalizada en Cuba. Trabajo como comunicadora y coordinadora administrativa en el Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), que es una organización que se enfoca en la educación cívica desde la cultura, donde llevo el Fondo para Audiovisuales Independientes. En fin, que todo lo que hago y soy, quizá hasta lo que seré, está penado por Ley en la isla.

 

¿Cuáles son las principales dificultades y los aprendizajes de hacer activismo en Cuba?

Yo creo que una de las de las dificultades puntuales que estamos enfrentando en este momento los activistas en Cuba es la conexión inestable a Internet. En este momento, en plena crisis sanitaria y con mayor necesidad de utilizar las redes sociales, a veces no se escucha, a veces no puede reproducirse un video, o conectarse a ciertas redes sociales. Es la mala conectividad y las prohibiciones de Apps por el Embargo contra Cuba.

Pero el tema central, del que ya han hablado muchos activistas, es el miedo. Vivimos bajo una constante expresión de un gaslight de Estado. Muchos ya sabemos lo que esto significa, lo que este tipo de violencia psicológica representa en Cuba. Como el gaslight en las relaciones de pareja, tan difícil de demostrar a quienes no quieren ver, siempre somos sus víctimas las responsables, las que actuamos mal, las mercenarias, las apátridas, las gusanas, como se nos llama. Y, sobre todo, nos merecemos toda la violencia de un Estado. Una llega a creérselo. Nuestras familias, nuestros amigos llegan a creérselo. Y como buen violento machista el Estado cubano te deja sola a su merced.

Ser “mercenarios” nos separa aún más de esa masa llamada pueblo. Ya no solo hay una diferencia entre intelectuales y no intelectuales, entre artistas y obreros, sino que se desplaza hacia nuestros ingresos. Somos vistos como personas que vivimos por encima, muy por encima de la media, cuando la verdad nuestras profesiones son bastante precarias, pagan poco, no regularmente y nos inhabilitan para participar del mercado negro, que hace subsistir a Cuba, porque sabemos que nos pueden atacar por ahí. El periodismo independiente es bastante mal pagado. La mayor parte de los medios no tiene dinero para hacernos sobrevivir con cuotas dignas y sus fondos son muy mal vistos por el aparato estatal.

También está el tema de la descapitalización, limitarnos además todos nuestros ingresos, las vías de ingreso que hemos ido generando con nuestro trabajo que es lo que financia nuestro activismo.

Yo creo que apuntaría esto, a ese miedo como estado constante, y al otro: a esa sensación de que en algún momento llegaremos a estar como otros países de la región, que en algún momento tendremos mártires de nuestras luchas.

Personalmente me siento en una posición donde todo lo que hago está criminalizado: el periodismo independiente, el feminismo autónomo, el acompañar mujeres víctimas en situaciones de violencia, y la participación también en INSTAR. Todas son actividades que en la isla no solo son alegales, sino que se han convertido en ilegales, en penadas por leyes, y reforzado su castigo por decretos ley de aplicación más reciente, que son totalmente espurios. Decretos como el 349 y el 370; el 373 para el cine independiente, están ahí, amenazando la libertad de expresión y la libertad de creación en Cuba hoy.

Para promover mi trabajo y causas, al menos en mi caso, he acudido a todo, incluso a las instituciones estatales. Tuve un tránsito en un voluntariado por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), que tiene el mandato del gobierno de impulsar los temas de derechos LGBTIQ+ y los temas a derechos de mujeres.

Las instituciones estatales cubanas a mí juicio, como el CENESEX, tuvieron una especie de luz a inicios de los 2000, a principios del siglo. Parecía que iban realmente a acompañar a la sociedad cubana en estos cambios que necesitamos y que no remueven las bases del sistema político. Pero no ha sido así. La no aprobación del matrimonio igualitario dentro de la nueva Constitución y la postergación de una legislación integral contra la violencia machista hasta 2028, son muestra de ello.

Hemos utilizado todos los espacios, desde nuestras casas convertidas en casas-oficinas y espacios de refugio para muchas mujeres en situaciones de violencia, ante la ausencia de estructuras del Estado, a pesar de nuestros reclamos de urgencia. Llevamos tiempo diciendo que, como sociedad civil, podríamos hacernos cargo de los refugios para mujeres en situaciones de violencia y sus familias. Podemos hacernos cargo de esto, pero necesitamos contar con el apoyo del Estado, si no, no tenemos ningún tipo de protección para ellas.

Ha sido muy difícil organizarnos. El año pasado feministas autónomas nos reunimos para demandar ante la Asamblea Nacional una ley integral contra la violencia machista, construimos consensos, por primera vez. Y, aunque temas de mi agenda personal quedaron fuera, logramos un posicionamiento común inédito. Es como la génesis de un movimiento. Las personas ya nos han identificado. Nos contactan mujeres, sus familias, sus vecinos, sus amigos en busca de asesorías legales, psicológicas, ante el silencio y mal trabajo de las instituciones estatales. Nosotras vamos haciendo lo que podemos, en todos los espacios y con nuestros propios recursos. Las redes sociales de Internet han sido vitales en la cuarentena, para amplificar la información sobre la violencia machista, para que se denuncien actos de violencia contra nosotras, con los feminicidios e infanticidios como su expresión más brutal.

 

Para una parte importante de América Latina Cuba es una referencia, algo que esta aparte, no juzgable ni medible por las mismas varas de los procesos democráticos en América Latina, y que impide hablar o señalar violaciones a derechos humanos, actos de represión. ¿Qué mensaje le darías a colegas, a activistas de la sociedad civil latinoamericana?

Hace unos años vi un documental que circuló clandestinamente en La Habana. Se llama Nadie Escucha (1984), de Néstor Almendros y Jorge Ulloa. Es una obra que recoge los testimonios de prisioneros políticos en Cuba, prisioneros políticos que habían logrado salir en algún tipo de amnistía o canje de prisioneros. Viéndolo, comprendí lo que creo ha sido el gran reto para el activismo cubano, por eso agradezco tanto estos espacios y a las personas que quieran escuchar, acercarse.

Creo que desde la región es necesario establecer una escucha activa con el activismo en Cuba, con el periodismo independiente, con las historias que están ahí. Nosotros no existimos solo por ego, existimos porque hay demanda explícita de ciudadanos cubanos que han ido necesitando. Nuestros despertares como activistas no han sido procesos aislados de lo que está sucediendo a nuestro alrededor.

Por ejemplo, en términos de feminicidio puedo decirte que tenemos un registro este año que suma 21 mujeres, más tres infanticidios en Cuba*. Esto es lo que podemos saber las activistas feministas independientes. Lo que hemos podido recoger a través de redes sociales, y confirmar. Esta información no es algo que se dijo, que alguien escuchó, o que esté en redes, son cifras verificadas, cada historia ha sido confirmada según estándares universales, para poder aportar al Estado cubano, que se niega a reconocer el delito de feminicidio, a legislar una Ley integral contra la violencia machista.

Nosotros nos hemos organizado durante años, y hemos sido solidarias con procesos en la región. Estamos enterados. Los medios oficiales tienden, dentro de su agenda informativa, a hacer gala de los problemas de la región, tal vez para separarnos.

Yo, personalmente, he viajado a varios países de la región, conocido espacios, y mi gran temor es que nos convirtamos en un país más ingobernable aún, con más cacicazgos y otros males que afectan Latinoamérica. Creo que frente a ello tenemos una responsabilidad, desde nuestras posiciones, en no llegar a ese punto.

Nosotros no somos solo disidencia política tradicional, somos una ciudadanía, una sociedad civil criminalizada. El Decreto 370 se ha utilizado de manera indiscriminada durante la cuarentena. Poblaciones completas han sido amenazadas por brindar información a activistas feministas o a la prensa independiente.

Tampoco la disidencia política más tradicional es igual ahora que hace 10 años. La disidencia en Miami también ha cambiado, ha variado con las recientes migraciones, y tiene que ser mirada así. Hay voces muy lúcidas como la de Mabel Cuesta, cuyas posiciones en el contexto electoral de Estados Unidos han sido muy interesantes.

Estamos en un momento importante, la Constitución es nueva, tiene condicionantes contra la libertad de expresión y de creación. Pero hay un escenario de nuevas leyes, de leyes por hacer de cero como la ley integral contra la violencia machista agendada para el año 2028. Ante esta situación, nos preguntamos cuántas más muertas necesitamos para que el Estado cubano se quite el velo de la doble moral, reconozca que somos asesinadas por nuestras parejas y somos personas desconocidas por el hecho de ser mujeres. Hablamos de un Estado que reconoció los feminicidios en 2019, utilizando unas estadísticas sin criterio metodológico claro. Y obviamente un subregistro, la punta de un iceberg muy profundo.

Creo que todas nuestras historias están siendo contadas ahora. Ya están ahí porque nosotros estamos aprendiendo también a documentar lo que está sucediendo a nivel de violaciones de los Derechos Humanos. La pregunta es, ¿llegarán a compartir estas acciones, a entender que independientemente de cuáles sean nuestros ingresos, de dónde provengan, de nuestras posiciones políticas divergentes, Cuba está ante un escenario bastante peligroso y definitorio?

En la región también nos han criminalizado colectivos y movimientos, incluso feministas. Recientemente varios de estos grupos, bajo el paraguas de Abya Yala, nos han criminalizado. En una carta nos denominaron “feminismo mercenario”, fruto de intereses foráneos, alegando que existe un solo tipo de feminismo en Cuba, el feminismo verdeolivo. Yo siempre he dicho que no voy a enfrentarme nunca a una mujer, creo que ese sería un triunfo del patriarcado, pero me cuesta entender esas posiciones, duele esa desconexión de los movimientos desde el feminismo.

El hecho de ser una isla también nos mantiene en una especie de aislamiento. Los activistas en los últimos tiempos hemos sufrido incluso, durante protestas, el corte al servicio de Internet, el acceso telefónico; además de ponernos vigilancias en las puertas de nuestra casa para no permitirnos salir, para restringir la movilidad. Somos humanos, tenemos hijos pequeños y ancianos que cuidamos. Por todo esto, el hecho de querer escucharnos activamente, respetuosamente, es un gran primer paso.

Por ahí iría la fundamental demanda. Una vez que seamos escuchadas, que las historias que estamos levantando y acompañando tengan oídos receptores, incluso también dentro de la izquierda del mundo, nosotras podremos hacer algo para construir la Cuba mejor que nos merecemos, antes de pensar en la posibilidad de emigrar, o irnos todos porque es ya un país invivible.

 

N. del E.: *3 más al cierre de esta entrevista

 

[author] [author_image timthumb=’on’]https://demoamlat.com/wp-content/uploads/2020/11/Marta-María-Ramirez-.png[/author_image] [author_info]Marta María Martínez

Comunicadora, feminista autónoma, periodista independiente. Coordinadora del PM Fondo para audiovisuales de Cuba del Instituto Internacional de Periodismo Hannah Arendt. Activista social y gestora cultural, con enfoque de género y desde el feminismo. Escribo en publicaciones periódicas, y ha sido community manager en La Marca, estudio-galería de Body Art y Tatuajes de La Habana; Asesora de Comunicación de la Muestra Joven-ICAIC; y asesora en temas de género y comunicación para medios y proyectos artísticos en Cuba.[/author_info] [/author]