Leonardo Fernández Otaño es un historiador, investigador y laico católico progresista cubano. Desde muy joven, Leonardo ha sido un activo practicante de la fé y la solidaridad en diversos espacios eclesiales y sociales de Cuba. Ha animado procesos de formación y asistencia sociales en comunidades empobrecidas de su país, en los que ha puesto en práctica lo aprendido en sus actividades de experiencia y educación en Cuba y el extranjero. Con protagonismo en diversos eventos del pasado año, tanto en los espacios físicos como virtuales, Leonardo es una de las voces más distinguibles -con su defensa permanente del diálogo, la reivindicación de derechos, la búsqueda de la justicia y el reclamo ante la represión y la censura- del activismo e intelectualidad cubanas
Tu trayectoria como laico católico es conocida. E inseparable del activismo comunitario y cívico que has desarrollado. ¿Cómo influye esa experiencia vital, en el ejercicio de los derechos?
Si algo mueve mi intento por incidir, transformar y construir Cuba, es mi formación cristiana, vista desde el prisma de la teología de la liberación, en su opción moderada. Respeto los tiempos y las opciones de los otros, pero reconozco que entregas como las de Camilo Torres distan mucho de lo que siento, porque estoy distante del marxismo. Me siento, como le decía a un amigo el otro día, en una suerte orfandad, porque soy de izquierda, pero no conecto con los presupuestos de la ideología en la que se han refugiado muchos sectores de la izquierda, en especial en Cuba.
En muchos espacios intelectuales aprecio aquella vieja fórmula tridentina: “Fuera del Marxismo, no hay salvación.” No vivo en conexión con esa propuesta. Primero porque mi camino tiene como centro a la persona humana. Yo no creo que la masa sea la solución. Yo creo que es ver a la persona humana, ver el ambiente en el que se desarrolla, tratar de transformar su realidad, y de ahí, con un sujeto que acompañemos, con una persona que se sienta actor de cambio, sujeto de derecho habremos iniciado un camino fecundo. Es esa experiencia comunitaria en la que todos construimos, donde todos somos protagonistas, la que me mueve a seguir andando en medio de este desierto llamado estado totalitario. El otro fundamento espiritual que me mueve es la espiritualidad ignaciana. Ese estilo de vida cristiana promovida por San Ignacio de Loyola y enriquecida en los tiempos de Pedro Arrupe, me anima a transformar y actuar. Como diría San Ignacio en los ejercicios espirituales “gustar todas las cosas”.
Esa mezcla de lo que siento que es mi parte de Cuba, refuerza mi vocación social a permanecer y escuchar, también a buscarme líos, porque callar ante la injusticia es el mayor de los pecados. Son esos dos espacios los que me mueven a adoptar un compromiso social y encarnado. Es un compromiso que siento me llama constantemente a creer en la fuerza de lo pequeño. Muchas veces vemos en redes “todos para la calle”, que ahora se acabó esto, me refiero al Estado totalitario en Cuba, yo creo profundamente en la fuerza de lo pequeño y vulnerado. Incluso, cuando lo he abandonado, ha venido después el golpe y la decepción. Sí lo pequeño brota, el árbol crece. Esa vida frágil va tomando fuerza, se va empoderando, va dando frutos y sombra. En especial en esta Cuba, que quiero creer, en esta Casa Cuba, como diría el padre Carlos Manuel de Céspedes, donde tengan lugar mis amigos gais, mis amigos santeros, las personas descartadas por el régimen; donde los emprendedores puedan emprender. Donde tengamos consensos, consensos que nazcan del más genuino disenso.
¿Cuáles serían las ideas, teóricas o teológicas, valores / ideologías que marcan tu compromiso e incidencia social?
Creo que, tal vez, uno de los aspectos en que se centra mi intento de incidir es la búsqueda de la dignidad humana, de encontrar la plenitud de la persona. Enaltecer lo que el otro vale, decirle “¡Levántate, anda!”. Eso lo percibo en clave cívica, cada ciudadano es valioso, cada historia cuenta, cada persona tiene que tener derechos y oportunidades. Cada sujeto es tierra sagrada. Lo sufro cuando veo la injusticia, cuando veo que a esa tierra se intenta profanar.
El camino que he hecho para buscar y conquistar derechos en Cuba nace de lo que soy, un laico católico y un hijo de la Iglesia, un hijo rebelde que sabe que siempre va a tener la madre ahí, la madre que lo va a abrazar. Y, sobre todo, porque no puedo ver mi opción si no la veo por el prisma de la bienaventuranza, si no la veo con los lentes del Evangelio de optar por los pobres, de optar por aquellos que muchas veces son olvidados. Creo que el optar hoy en Cuba es el ejercicio de la herejía, es el ejercicio de desprenderse, de dejar tus comodidades y privilegios. Algunos para enajenarse de esta dura realidad “luchan” un espacio académico en ambientes oficialistas, otros se van que es lo más humano. Otros se quedan al filo de la heterodoxia o en la renuncia, corriendo el riesgo de que se te vaya la vida. A Leo hoy lo que le mueve es permanecer, aunque en Cuba esta opción es dura e impredecible. Porque también de eso va mi opción, que no es ni el martirio ni nada así. Mi opción es ver la cruz como esperanza, o sea, la esperanza de la entrega. Eso me mueve en mi proyección social. Si yo no me entrego, si no busco cómo acompañar al otro no estoy viviendo mi fe. Si no vivo mi fe, no puedo regalar lo que no soy. Y, sobre todo, porque en ese prisma de la doctrina social de la iglesia, en ese prisma del sermón de la Montaña es desde donde intento transformar mi realidad. Bienaventurados los justos, bienaventurados los excluidos, bienaventurados los descartados, bienaventurados los perseguidos. Es en esa invitación me refugio para luego intentar cambiar mi realidad.
¿Desde las múltiples articulaciones en que has participado, y aún participas, cuales crees que son los principales aprendizajes y retos que te han dejado?
De las articulaciones en las que he participado puedo decir, porque no tengo el camino de otros, que participé en los momentos finales en el 27N, pero no podría decir que fue una experiencia, porque solo estuve acompañando algunos amigos. Creo mi participación más activa fue en Archipiélago. Las experiencias que me motivaron fueron el llamado a la diversidad de Archipiélago y la liberación de los presos. Al salir de la cárcel el 12 de julio y ver el tamaño de la injusticia, me prometí que esa sería mi prioridad. Mi presencia en Archipiélago también fue un intento para buscar un Estado de derecho para Cuba, donde el disenso político no sea criminalizado y el deseo, desde una plataforma plural, de buscar soluciones para mi pueblo. El aprendizaje más importante es lo que advertí desde el primer momento: tener muy claro que nuestro camino es hacia la democracia. Nuestro andar no puede pasar por los personalismos, por los egos, sino ver que lo que estamos haciendo es servir a Cuba, buscando soluciones, pero no poniendo paños tibios, menos relatos teatralizados. Por los personalismos y las expresiones ciegas hemos tenido que lidiar en estos 60 años. Necesitamos poder hablar de manera transparente, directa, hay que desprejuiciarse, aceptar la crítica, el disenso, pero también hay que saber cuál es la opción personal. Porque si yo no miro a Cuba con mis ojos y la miro con los del otro, y sigo en un espacio por fidelidad a una persona o por cerrar filas de modo acrítico, no vamos a ningún sitio. Creo que debemos estar en un espacio por coherencia a lo que vivimos, porque creemos que ahí somos útiles desde el servicio a la Patria. El día que, en una propuesta o iniciativa, veo que no me siento útil, que no estoy bien, creo que lo mejor es salir y buscar otra forma de aportar, así lo haré. Y aquí llega “Cuba en familia” que es un proyecto en el que estoy colaborando actualmente, que es un espacio para hermanar familias cubanas, para reconstruir tejido social, que es, sin dudas, uno de los aspectos a los que me siento llamado.
Después del 11J, da la impresión de que muchos procesos – de toma de conciencia, de articulación, de exilio, de represión-se han acelerado o masificado ¿Cómo evalúas la situación actual del país, del gobierno y de la sociedad civil cubana?
Creo que la situación del país sigue siendo compleja, como lo ha sido en los últimos treinta años. Tengo que reconocer que el final de la manifestación del 15 de noviembre y los sucesos asociados a la salida de Yúnior García Aguilera fueron un golpe al civismo en Cuba, puesto que, aunque no lo hizo la plataforma Archipiélago, sí los medios y ciertos círculos de reflexión política-ciudadana construyeron alrededor de Yunior García Aguilera todo un sentimiento de mesianismo, que proyectaba la solución en una persona, cuando sabemos que Archipiélago no funcionaba así. Creo que eso un gran sinsabor, porque para muchos era un líder, y con su salida fastidió todo a nivel del imaginario colectivo popular. Siento que ha sido muy injusto para los miembros de la iniciativa que nos quedamos, porque permanecemos aquí. Yunior hizo su opción, su camino, pero nosotros permanecemos y seguimos haciendo. Cada uno con sus tiempos, en su espacio, piensa cómo va a ser útil. Pero ha sido injusto porque también la ciudadanía sencilla, que observa, pero que no se atreve a dar el paso para articularse, dice “bueno, estos muchachos hacen mucho ruido, pero al final se fueron”. Muchas veces somos juzgados porque se fue una persona, pero, mientras, los otros permanecemos. Y eso le ha hecho un daño terrible a la articulación cívica y ciudadana. Creo que ahora mismo ese es el reto, reponernos de lo vivido, pero no hay tiempo para recuperarnos, porque hay 950 jóvenes en condición de presos políticos. Esa es la prioridad y creo que es el foco, que desde el primer día lo planteé, esta causa debe mover a la sociedad cubana. Hasta que esos muchachos no sean libres el totalitarismo va a seguir muy campante por el espacio temporal que dura la recuperación y rearticulación de la sociedad civil. Es el estado cubano lamentablemente el gran vencedor de esta batalla de desgaste, que en los dos últimos años ha costado destierros, prisiones y familias fracturadas. Hasta que los ciudadanos detenidos por motivos políticos no sean libres no vamos a tener oportunidad de articularnos y formar ciudadanía para construir una proyección de futuro.