Que nos dirigimos a un mundo complejo resulta una obviedad. Que este es difícil de prever, puede ser. Sin embargo, hay algunas pinceladas en la actualidad que nos permiten advertir lo que podría venir. Quiero concentrarme en el futuro de las elecciones. Se habla mucho sobre ello por lo tanto vamos a hacer algunas consideraciones intempestivas.
El contexto actual presenta algunas características notorias. En primer lugar, hay una evidente recesión democrática en el mundo que podemos asociar con muchas causas, pero más allá de todo análisis la sensación es que el mejor momento de la democracia ha pasado. La actualidad es la crisis. Las formas de la democracia responden a una cultura de base y esa cultura se encuentra relacionada con el liberalismo político que tomó forma luego de la etapa conocida como la Ilustración. De a poco esa cultura fue moldeando a las personas para que estas se constituyeran en ciudadanos portadores de derechos. Estos terminaron siendo los electores, la base sobre la que reposa toda democracia y estado de derecho. En este punto estamos mal en la actualidad. Los electorados se renuevan y los nuevos sufragantes parece que han perdido ese apego a las formas democráticas y le imponen a la dinámica electoral un vértigo pocas veces visto. Los nuevos electores oscilan entre la apatía y la violencia radical. Además, en las capitales europeas el peso de los nuevos electores provenientes de otros países sin cultura democrática comienza a incidir notablemente en el sistema político y en la actualidad resulta natural advertir cómo grupos de personas recorren las calles de Londres o de París hostigando a ciudadanos de origen judío sin costo alguno, ni legal, ni político. Algo impensado tan solo una década atrás. Estas imágenes de antisemitismo y judeofobia también se manifiestan en las universidades más elitistas de Estados Unidos sin que llame mucho la atención. Pero podríamos escribir páginas describiendo este tipo de hechos que nos dan la pauta de las características de los nuevos electores y su impacto en la democracia. Recomiendo leer a Alejo Shapiro para dar cuenta de la “traición progresista”, es decir, de la particular alianza política entre la izquierda y sectores oscurantistas, iliberales y antidemocráticos.
Además, a esta recesión democrática se la puede y debe asociar con la disputa entre democracias y autocracias que opera a escala global. Las “autocracias influencers” también hacen su parte financiando a organizaciones de sociedad civil y partidos políticos que se desenvuelven en sistemas democráticos para incidir en la conformación de las agendas públicas y en los procesos de toma de decisión. Hemos visto a partidos políticos o movimientos sociales hacer reivindicaciones de lo más irracionales que uno recuerde cuando no abiertamente antidemocráticas. Sobre este tema hago una segunda recomendación; los últimos trabajos de Fernando Pedrosa y Armando Chaguaceda aclaran muchas cosas al respecto. El reciente libro de Sebastian Grundberger, “La galaxia rosa”, también.
Pero vamos a las elecciones del futuro con sus dos problemas mencionados: presión autocrática y electores con poca formación democrática. Agreguemos una variable más: el avance irrefrenable de la tecnología. No hay que ser muy inteligente para concluir que las elecciones del futuro se realizarán con un celular en la mano. De hecho, eso ya está pasando y con mucho éxito en Estonia, por ejemplo. Un país que a pesar de la presión autocrática de Rusia logró implementar un sistema seguro y confiable de votación. Todo apunta a Estonia, aunque muchos no puedan ubicar a ese país con precisión en un mapa.
Pero el avance tecnológico no solo se relaciona con el teléfono celular como instrumento de votación, también se relaciona con otros aspectos centrales de un proceso electoral. La inteligencia artificial (IA) es uno de ellos, quizá el más relevante para el análisis y la reflexión. Como bien sostiene Gerardo De Icaza y Karen Garzón Sherdek, la IA puede ayudar y mucho en la integridad de los procesos electorales dado que pueden utilizarse para el procesamiento y conteo de votos de manera más rápida y precisa, lo que podría agilizar los resultados y reducir el margen de error humano en el proceso. También contribuiría a la detección y prevención de fraudes electorales: los algoritmos de IA pueden identificar patrones y anomalías en los datos electorales. Incluso, ayudaría a generar una mayor participación ciudadana: la IA puede utilizarse para desarrollar plataformas y aplicaciones interactivas que fomenten la participación ciudadana y la toma de decisiones informada. Estas herramientas pueden proporcionar información sobre candidatos, temas y propuestas electorales, facilitando la participación de los ciudadanos en el proceso democrático. En procesos electorales caracterizados por lo que defino como “manualismo electoral”, es decir procesos altamente burocratizados, en donde el papel es el insumo central, podría la IA cambiar este paradigma al permitir la automatización de tareas administrativas como la gestión de registros de votantes, la asignación de centros de votación y la organización logística. Esto podría agilizar los procesos y reducir costos.
Ahora bien, a pesar de estos aspectos positivos hay uno en donde nos llenamos de dudas. Se trata del vínculo directo entre la IA y el elector en cuanto al voto informado. El engranaje es el chatbot. Este problema se amplifica porque ya no se trata de la sesgada e intervenida Wikipedia, ahora estos chatbots se encuentran más concentrados y centralizados, y además con contenidos no elaborados por “editores humanos anónimos”, sino por IA. El sesgo de Wikipedia se potencia con la IA afectando seriamente el voto informado de los electores. Este escenario de discurso único en construcción o en potencia daña el carácter pluralista de toda sociedad democrática y seguramente dé lugar a altos niveles de tensión y conflictividad de los sectores sociales que se sientan discriminados o excluidos. Al respecto traigo un ejemplo: el rótulo de “extrema derecha” que se le pone a toda expresión política que no coincide con la posición política hegemónica “progresista”. Al agregar el calificativo de “extrema” a expresiones de derecha lo que se busca es deslegitimar su accionar, excluir del juego político a estas expresiones válidas.
Ahora, un ejemplo más personal sobre la manipulación y el sesgo que amplifica y convalidan los chatbots de IA. Hace poco interactué con el chatbot de GPT. Le pregunté quién había escrito el libro “Así se vota en Cuba” (lo escribí yo en 2018) y me respondió que lo había escrito Ignacio Ramonet. Me llamó la atención porque el libro que escribí y que critica técnicamente el sistema electoral de un régimen totalitario como el cubano, se encuentra digitalizado por Google y aparece siempre en los primeros lugares en las búsquedas de internet, es decir no se trata de un libro raro. Pero no solo el chatbot no vincula el libro con su autor (en este caso yo) sino que además nos lleva a un artículo de otra persona (Ramonet), publicado en Granma, el medio oficial del partido Comunista de Cuba y que obviamente defiende el régimen totalitario que se impone en la Isla. ¿Error o manipulación?
Cuando proyectamos estos “errores” a un futuro incierto no puedo no asociarlo con un fututo distópico. Un mundo manipulado a gran escala por grandes empresas de tecnología y gobiernos autocráticos. Con electores que no pueden discernir si en la Cuba de hoy hay una democracia o un régimen totalitario de partido único. Una neolengua al estilo de la novela 1984 de George Orwell que opere como marco de una nueva “comunidad de diálogo” iliberal.
En 1955 el inmenso Isaac Asimov escribió un cuento llamado «Sufragio Universal«. La historia está ubicada en un imaginario año 2008, en las vísperas de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Asimov supone para entonces -un lejano futuro para él al momento de escribir- que el sufragio universal en el que toda la población expresa su voluntad a través del voto, habría dado lugar a otro mecanismo por el cual el presidente sería elegido por un único elector en representación de todo el país. En el cuento, una supercomputadora de más de un kilómetro de extensión y tres pisos de alto, llamada Multivac, contiene los datos completos del padrón y las variables de todas las elecciones que se realizaron en el país hasta entonces. Luego de un proceso secreto que tiene en suspenso a toda la nación, Norman Muller, un simple empleado de una tienda de una pequeña ciudad del interior, es elegido entre 50 millones de personas como el votante universal. Llegado el día de la elección, la policía lo lleva entre distintas medidas de seguridad hasta el sótano del hospital local, donde el jefe de informática le explica qué sucederá y por qué será conectado a una serie de sensores y dispositivos. Le informan que «Multivac ya tiene toda la información que necesita para decidir todas las elecciones nacionales, estatales y locales. Sólo necesita verificar ciertas actitudes mentales imponderables, y lo utilizará a usted para eso. No podemos predecir qué preguntas le hará, pero quizá no tengan mucho sentido para usted y ni siquiera para nosotros.» Los científicos le aclaran que Multivac basará su análisis no en la información de las respuestas de Norman sino en sus sentimientos: en algún punto del algoritmo del Multivac de Asimov tiene que haber un sistema de filtro colaborativo, a lo Netflix.
Linda, la nieta de Muller, es un personaje interesante en este cuento distópico dado que podemos asociarla con el perfil del nuevo elector que mencionábamos al principio de este artículo. Ella le preguntó a su abuelo cómo votaba cuando era joven y el respondió que su “voto no valía mucho, pero valía como el de los demás”. Y le contaba que “el partido demócrata y el republicano elegían a sus candidatos y nosotros votábamos por uno de estos en las casillas. Luego se contaban las papeletas y el que tenía más era elegido como el nuevo presidente de Estados Unidos”. Y Linda responde: “pero ¿cómo sabía la gente a quién votar? ¿Multivac se los decía?”. Toda la incertidumbre planteada en este artículo se funde en esta repregunta que le hace su nieta al gran elector. El problema que anticipa el autor es el de la anulación de pensamiento crítico en favor del pensamiento automatizado proporcionado por las grandes empresas tecnológicas.
Por lo tanto, el gran problema que presenta la democracia del futuro es esta tendencia a pretender crear un elector promedio, un elector global que sea el “buen progresista”. Que crea que las soluciones al cambio climático sean unas predeterminadas, que crea que el problema en Medio Oriente es la presencia del “estado genocida de Israel”, que crea que en Cuba debe imponerse un régimen de partido único y sin estado de derecho para defenderse del “bloque imperialista”, que considere que un niño de menos de 16 años pueda someterse a tratamientos de cambio de sexo aunque asociaciones de pediatría lo rechacen, que crea que la inmigración sin control es un proceso de inclusión social sin consecuencia alguna en presupuestos y seguridad, y un largo etcétera. Toda oposición o disidencia parcial a estos nuevos dogmas representaba la adopción de posturas de “extrema derecha” que deben ser combatidas.
Por fin, en 2008 la “democracia electrónica” de algoritmos había llegado. Ahora un buen elector progresista promedio votaba por el resto de los millones de electores empadronados. Así lo anticipó Asimov. Hoy, en el 2024, algunos rasgos de este cuento de ciencia ficción comienzan a evidenciarse en el marco de una democracia a nivel mundial acosada por autocracias y empresas de big data concentradas.