Imagínate un escenario desalentador, donde las condiciones de vida son paupérrimas, las oportunidades laborales escasas y la persecución es un peligro latente en cada esquina, sobre todo, si te manifiestas contra el poder político imperante. La vida transcurre entre calles oscuras, que poco a poco, se perciben más vacías. El aire es pesado, en las calles, flacos cuerpos se arrinconan en pequeños almacenes con la finalidad de lograr comprar algo de comida, si tienen suerte alcanzará para alimentarse un par de días. Al otro lado de la calle, un grupo de niños revisan los desperdicios de un basurero con la esperanza de calmar un poco el hambre. Este no es el escenario de una película distópica o sobre la decadencia de la Unión Soviética, se trata de la cotidianidad de mi país, Venezuela.
Se podría pensar que, bajo este panorama, resultan difíciles los espacios de resistencia, especialmente de esa juventud con aspiraciones, inquieta y deseosa de cambios. Sin embargo, cuando creces en medio de una continua decadencia, creo que desarrollas otras formas para hacer incidencia, ese tipo de cosas que no están en ningún manual.
En múltiples ocasiones, desde otras partes de América Latina o el mundo, se preguntan cómo hacen los jóvenes venezolanos para continuar con un trabajo social o político, en el medio de tantos peligros e incertidumbre. La respuesta es simple, pero profunda. La juventud venezolana tiene un firme compromiso con la libertad y la democracia.
Esto sonará muy cliché, pero existen razones históricas y circunstanciales para destacar este elemento. Algo fundamental que se debe recordar es lo siguiente: el chavismo como fenómeno político ya lleva 20 años en el poder. Esto quiere decir que existen al menos dos generaciones de venezolanos, que no conocen nada además de la figura de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Todo esto, bajo un telón de fondo marcado por la constante polarización, un autoritarismo militar y una inflación ejercida como mecanismo de control social.
Solo para contextualizar mejor, cuando el chavismo inició en el país, yo tenía 5 años y ya tengo 26 años. En el caso del presidente Juan Guaidó, solo tenía 15 años y ya tiene 35 años. Si esto es así ¿Por qué digo que los jóvenes tenemos ese compromiso democrático? ¿De dónde viene? Existen ciertos aspectos a considerar, para responder esta pregunta. Aquí, mencionaré al menos cinco aspectos elementales.
Memoria colectiva
A lo largo de 200 años de historia, en su mayor parte, Venezuela ha sido un cuartel militar con caudillos a su mando, una patología difícil de curar. Para volver a colocar las cosas en perspectiva; en mi familia, yo soy el único que nació en democracia, en el año 1993. Mi mamá nació bajo la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958) y mi abuela nació bajo la dictadura del general, Juan Vicente Gómez (1908-1935).
Sin embargo, la generación de mis padres y mis abuelos sí tuvieron la oportunidad de vivir una época excepcional en Venezuela, ya que experimentaron los 40 años de democracia, entre 1959 y 1999. Se trató de una época vigorizante con avances sustanciales en la calidad de vida de las personas, el respeto a las libertades y la construcción de una clase media. El PIB pasó de USD 7.000 millones en 1960, hasta USD 98.000 millones para 1999. La esperanza de vida subió casi 25% durante este periodo. Se desarrolló la industria petrolera, así como la minería y las siderúrgicas para trabajar el hierro. Hubo una ola modernizadora en gran parte del país.
El poder político estuvo en manos de los civiles. Se presentaron 9 periodos presidenciales y 7 venezolanos tuvieron la oportunidad de ejercer la primera magistratura. La alternabilidad era una realidad. Esto no quiere decir que este tiempo haya estado exento de errores. La sobredependencia al petróleo, el clientelismo político y la corrupción socavaron las bases democráticas del país. La antipolítica se instaló en el discurso público, estimulando una añoranza patológica por los gobiernos militares.
Pero, los testimonios de esas generaciones pasadas se transmitieron de manera eficaz. Esa sensación de estabilidad y avance, todavía permanecen en los relatos y en la memoria colectiva. Ni el deterioro sistemático de la infraestructura pública o los intentos por reescribir la historia pueden borrar esa hazaña de millones de familias que superaron la pobreza, a través de una educación de calidad brindada por el Estado y un trabajo bien remunerado, que te permitía ahorrar. Ese pasado democrático es utilizado como una suerte de inspiración épica por parte de muchos jóvenes, que hoy buscan libertad y democracia para Venezuela.
Sensación de estancamiento
La interconectividad actual, no solo permite estar actualizado de los últimos acontecimientos noticiosos, sino, además, abre la compuerta para conocer sobre la calidad de vida de otras sociedades. En la medida que este siglo avanza, los jóvenes venezolanos se vuelven más autoconscientes de sus carencias al comparar cómo viven sus pares en otros países de la región. Para la fecha de este artículo, una persona promedio gana 8 dólares mensuales en Venezuela, este es el salario más bajo de todo el hemisferio occidental.
Las aspiraciones personales y colectivas se vuelven imposibles de alcanzar. La educación y el empleo como herramientas para el progreso no cumplen su función. Se puede ganar más dinero vendiendo divisas en el mercado negro o en un puesto de comercio ambulante, que a través del ejercicio de una profesión. En los últimos 10 años, la inflación pasó de 27% anual a 702.521 % para noviembre de 2018. Esto en la cotidianidad se traduce en una distorsión total de la realidad, cada segundo que pasa se encarecen los productos; y en esa misma medida, disminuye tu calidad de vida.
En este momento, poco importa si eres profesional o no. Si te esforzaste toda una vida para surgir o si eres el oportunista que le saca provecho al tradicional clientelismo político. El salario es el mismo, todos padecen de la misma hambre por igual. Ese el Socialismo del Siglo XXI. Una tragedia poco comprendida, pero muy comentada. Alrededor de 80 % de los hogares venezolanos están en situación de inseguridad alimentaria, según la Universidad Católica Andrés Bello.
No obstante, este ambiente de frustración es uno de los grandes motores de movilización ciudadana. La autoconciencia, no solo sirve para ensimismarse en la lástima y la depresión. También sirve como detonante para exigir cambios sustanciales en la política y la economía. Según el Observatorio Venezuela de Conflictividad Social, en 2018 se registraron cerca de 35 protestas diarias.
En muchos barrios y sectores populares de Venezuela, se construye un amplio tejido social, donde los jóvenes son los protagonistas. Se convocan asambleas ciudadanas para hablar sobre los problemas de la comunidad. Se buscan alternativas autogestionadas, ante la ausencia sistemática del Estado. Solo para mencionar algunos casos, que vale la pena buscar en la web, se encuentra la ONG Caracas Mi Convive, el Grupo Social Cesap y 1001 Ideas por Mi País. Si se preguntan cómo nace el ánimo, en el medio de tanta oscuridad, en estas iniciativas y muchas más es donde nace y se refugia la esperanza.
Migración forzosa
Esta precariedad económica y social, anteriormente mencionada, presenta varias expresiones en la cotidianeidad de Venezuela. Sin embargo, otra de las señales más claras es la migración de los últimos años, que en su mayoría es protagonizada por jóvenes. La sensación de frustración de la juventud, que percibe la no existencia de un pacto social ni de garantías que permitan el desarrollo, resulta tremendamente agobiante.
En función de eso, la migración de los jóvenes es particularmente pragmática. No se escogen los destinos al azar o por placer. En su mayoría, se basa en un criterio económico, bajo preguntas como ¿Dónde ganó más dinero para luego enviar a Venezuela? o ¿Dónde puedo continuar temporalmente con mi proyecto de vida?
Indudablemente que, en este aspecto, hay tantos casos sobre la migración venezolana como personas migrando. Pero, los jóvenes en su mayoría presentan un rostro amable y voluntarioso en sus países de acogida. Esto despierta una sensibilidad que tiene un impacto cada vez más global.
Según la Organización Mundial para las Migraciones (OIM), la cifra de venezolanos en el extranjero, se eleva a 3,4 millones de personas. Los países con mayor presencia son Colombia, Perú, Estados Unidos, Chile y España. Casi 10% de la población venezolana abandonó el país en los últimos 3 años.
Si hoy las naciones del mundo prestan mayor atención a este pequeño país petrolero, no solo es por la movilización interna, sino por la migración, ya que cada persona migrante sirve como testimonio viviente de nuestra tragedia.
En el exterior, el compromiso democrático por parte de las juventudes venezolanas se reafirma, ya que pueden observar y sentir que sí es posible un progreso en sus vidas. Esos venezolanos están conociendo que, a través de su esfuerzo y trabajo se dan resultados positivos en sus vidas. Esas cosas que se dan por sentado en los sistemas democráticos y libres, para nosotros resultan muy importantes. Cuando parte de estas personas regresen al país, ofrecerán una diversidad cultural y experiencia profesional fundamental, para la reconstrucción de la institucionalidad y el aparato productivo.
Inestabilidad como normalidad
Relacionado con el aspecto de la memoria colectiva, si eres joven en Venezuela, creciste con una constante inestabilidad en el ambiente político y social. Podría decirse que la estabilidad es la excepción.
Volvamos desde la perspectiva personal para contextualizar mejor. Cuando tenía 5 años, Hugo Chávez llegaba al poder. Ya con 7 años, recuerdo que empezaban las primeras movilizaciones contra él. En las vísperas de mi cumpleaños 9, se llevaba a cabo el golpe de Estado de 2002. Un año después, en 2003, se presentó un paro petrolero, que fue la primera experiencia de escasez de la que tengo memoria. No se conseguían alimentos y las personas podían pasar hasta 12 horas en una fila para poder adquirir un poco de gasolina.
Para mis 11 años, se gestionaron grandes movilizaciones a favor del Referéndum Revocatorio. Con 14 años, recuerdo cómo los estudiantes universitarios se enfrentaron en las calles contra las fuerzas de Hugo Chávez, todo a raíz del cierre del canal de televisión, RCTV y las pretensiones de imponer una nueva Constitución.
Con 16 y 17 años, recuerdo cómo las movilizaciones y la paralización volvían con nuevos impulsos: el referéndum para aprobar las reelecciones indefinidas y las pretensiones de acabar con la autonomía universitaria marcaron aquellos años de 2009 y 2010. Después de aquello, la inestabilidad giraba en torno a la salud del Presidente, sobre sus sucesores y las elecciones presidenciales de 2012.
Algunos jóvenes bromean, que con todo lo que ha pasado en Venezuela, en los últimos años, ya se sienten como una persona de 60 años o más. Sé que, en cada país existe un contexto amplio, rico y diverso. Pero, indudablemente, los jóvenes venezolanos, no solo no hemos conocido otra cosa además del chavismo, sino a su vez, se ha vivido sobre un escenario muy vertiginoso y agotador.
El compromiso y la búsqueda por una sociedad más democrática también responde a esa necesidad imperante por conseguir eso que no se conoce. Esa estabilidad económica y social, un ambiente de mayor distensión, donde el punto de partida para relacionarte con los demás, no sea tu parcialidad política o tu necesidad por conseguir algún producto regulado. En fin, un país sin caudillos ni vasallos.
Movilización y lucha
El último aspecto a mencionar trata sobre la constante movilización de la ciudadanía. Aquí, el papel de los jóvenes ha sido fundamental, ya que de forma incansable se manifiestan en contra de la injusticia, la falta de libertades y las pocas oportunidades laborales.
Si bien puede parecer que estos temas son compartidos por las exigencias de otros jóvenes en la región de América Latina, en Venezuela tienen unos componentes adicionales: la represión y la persecución.
Protestar en mi país es una de las cosas más peligrosas que puedes hacer. No solo te enfrentas a la intimidación por parte de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) o la Policía Nacional Bolivariana (PNB). Sino, además, te enfrentas a los grupos armados al margen de la ley, los colectivos, quienes actúan con total impunidad, siempre enmascarados, vestidos de negro, en motos sin placa y portando armas de fuego a la vista.
Otro peligro que siempre se encuentra latente son las visitas del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), quienes llegan a tu casa con fotografía en mano y te invitan a “conversar” en su sede. Así como también pueden llegar la Fuerzas de Acciones Especiales (Faes) y entrar violentamente a tu casa, para llevarte a la comisaría, bajo el argumento de realizar actos terroristas.
Una herramienta efectiva, dentro de este esquema de persecución hacia los ciudadanos movilizados son los medios de comunicación al servicio del régimen. En el programa de la televisión estatal “Con el mazo dando” de VTV, el chavista Diosdado Cabello nombra todos los miércoles a dirigentes políticos, sociales y estudiantiles con la finalidad de intimidarlos públicamente. Muchas personas, luego de ser señaladas en este programa debieron salir inmediatamente del país. Creo que ni Guy Debord se imaginó algo así, cuando escribió La sociedad del espectáculo.
Frente a este panorama existen dos opciones. Una de ellas es aceptar la intimidación y desmovilizarte. Se trata de poner en juego tu vida, tu familia, así como tu libertad. No obstante, los jóvenes demuestran su coraje y disposición por una segunda alternativa. Esta se trata de la adaptación y la generación de más espacios de resistencia cívica.
La realidad demuestra que esto ha sido efectivo. La juventud venezolana viene protestando de manera continuada, desde el año 2007 en adelante. Esto no es casualidad, sino parte de un nuevo proceso histórico, que se viene gestando al calor de un régimen represivo y autoritario.
La renovación de liderazgos y el trabajo en red, sí funcionan. Los jóvenes así lo hemos demostrado. Por eso, la preferencia del régimen de Maduro por reprimir, encarcelar y asesinar a las juventudes. Porque saben que poseemos una profunda vocación democrática y resiliente.
Acompañar el compromiso democrático de la juventud
Foto 7: Dentro de Venezuela, el Banco de Desarrollo de América Latina – CAF es una de las instituciones que sigue apoyando la formación profesional de funcionarios públicos y líderes emergentes, especialmente jóvenes.
Con estos aspectos esbozados, estoy convencido que Venezuela, se encuentra encaminada hacia un proceso de transición que, no solo corresponde a un cambio político; sino, también hacia un nuevo modelo de desarrollo económico y nuevas dinámicas sociales.
El escenario que tenemos por delante los venezolanos, no es fácil, ya que el país cambió. Hay un recurso humano esparcido por el planeta y no todos van a regresar. Tenemos que aprender a ser y hacer nación más allá de nuestro territorio.
Al mismo tiempo, se tiene la imperante necesidad de formar un nuevo recurso humano, para los innumerables retos que tiene el país. Se trata de entrar en el siglo XXI; y pensar en la Venezuela que queremos para el 2040 o el 2050. Solamente en recuperarnos de esta crisis podría tomarnos, entre 10 a 12 años.
Por esa razón, resulta necesario un acompañamiento hacia la juventud venezolana, ya que ellos se encargarán de ejecutar y llevar a cabo, los grandes cambios que se requerirán en los años por venir. En este aspecto, la solidaridad internacional debe transformar las palabras en acciones.
Necesitaremos ayuda para recuperar la institucionalidad democrática y crear una cultura política, que pueda evitar el clientelismo y los fenómenos populistas. Algunos países de América Latina, ya están empezando ese acompañamiento hacia la juventud, a través de la formación. Este es el caso de Chile, donde la fundación Konrad Adenauer y la Universidad Autónoma se encuentra gestionando un diplomado de gestión pública, dirigido exclusivamente a profesionales venezolanos. Por su parte, la fundación Asuntos del Sur con sede en Argentina brinda becas especiales, para que los venezolanos puedan realizar un diplomado virtual en innovación política. Estas acciones se tienen que multiplicar en la región, en diversas áreas del conocimiento como las ciencias, la ecología y la economía.
Las juventudes venezolanas han demostrado con su valentía, esfuerzos, sudor y mucha sangre, que están dispuestas a alcanzar una democracia, que no conocen. Como padre y joven al mismo tiempo, creo que esa es la mejor herencia que debemos brindarle a las generaciones venideras. En estas circunstancias, el compromiso moral y ético de las naciones latinoamericanas debe ser apoyarnos. Cualquier acción por muy pequeña que parezca, será la diferencia de cara al futuro.
Carlos Carrasco: Vocero de la ONG “Un Mundo Sin Mordaza” 2013-2014. Representante estudiantil de la Universidad Católica Andrés Bello (2013-2015). Delegado Juvenil de Venezuela de la VII Cumbre de las Américas en Panamá – 2015. Licenciado en Comunicación Social (2016). Diplomado en Gobernabilidad, Gerencia Política y Gestión Pública (2016). Curso de Gobierno Digital en la Era del Gobierno Abierto (2017). Ex Global Shapers Hub Caracas. Organizador del Foro Juventudes de América Latina y el Caribe 2030. Actualmente, investigador en el Observatorio del Gasto Fiscal de Chile y Director de la Asociación Civil Caricuao Propone.