Durante gran parte de la historia las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estuvieron marcadas por tensiones políticas, económicas y hasta militares. Pero la presidencia de Barack Obama marcó un significativo cambio con el histórico restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y la aprobación de ciertas medidas de apertura de Estados Unidos hacia Cuba. Fue así que desde Washington se esperaba que a partir de este clima de cooperación y mayor aperturismo se diera lugar a algunas reformas en el sistema político cubano.
Más allá de la esfera político diplomática, la administración Obama procuró también una apertura económica hacia la isla. Independientemente de la negativa republicana en el Congreso, las medidas liberalizadoras se dispusieron mediante decretos presidenciales, entre las que se destacaban la rebajas a las restricciones de viajes y elevación de limites de compra en Cuba.
Para Obama, el embargo económico era una política fallida, pues no había logrado su propósito de acabar con la dictadura cubana y, por consiguiente, la había prolongado. Por ello, apostaba por un cambio de estrategia, con la esperanza de que la normalización de las relaciones –diplomáticas y, progresivamente, económicas– ayudaran a mejorar la situación social de Cuba y contribuyeran, a medio o largo plazo, al cambio que el embargo económico no ha conseguido. Según Obama, este había tenido un impacto negativo, pues asuntos como la limitación del turismo o la poca inversión extranjera directa habían afectado más al pueblo cubano que al régimen castrista.
A pesar de todo ello, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no sólo implicó el endurecimiento de las políticas para con sus vecinos mexicanos, ya en campaña se vaticinaba un endurecimiento del discurso anticastrista de la nueva administración, que luego se volcó en políticas mucho más restrictivas, dando pasos atrás a lo planteado por Barack Obama. Pero aún así Trump planteó un horizonte mucho más amplio y ambicioso para la isla, de elecciones libres y la liberación de prisioneros políticos, teniendo presente que el régimen cubano no accedería a esas peticiones. Ante la falta de respuesta de La Habana, Trump insistió en su propuesta de mantenimiento del embargo.
Aún así y a pesar de un discurso cada vez más duro, Trump ha sabido respetar una tímida apertura económica pero siempre y cuando estas transacciones no sucedan con las empresas vinculadas al Ejército, la inteligencia y los servicios de seguridad cubanos. En tal sentido, el Departamento del Tesoro publicó el 8 de noviembre de 2017 una lista de empresas de esos sectores con los que no cabe ningún tipo de contacto estadounidense.
En este sentido, el agravamiento de la situación de Venezuela y la radicalización de la dictadura madurista han generado alertas en Washington a la hora de continuar con la apertura hacía Cuba, teniendo en cuenta la intima relación que existe entre estos dos países, es así que desde el comienzo del año 2019 se han vislumbrado mayores restricciones a la isla con el fin de disminuir el flujo de dólares al gobierno de Díaz-Canel. Esta medidas anunciadas por el gabinete de Trump buscan hacer frente al “papel desestabilizador” de Cuba en Venezuela y también Nicaragua.
El golpe está dado a uno de los sectores más importantes de la economía isleña: el turismo. Las restricciones prohíben los viajes educativos grupales de estadounidenses a la isla caribeña, así como la exportación de barcos y aviones privados desde Estados Unidos. La veda incluye a los traslados en cruceros y yates, así como los vuelos privados y corporativos. El fin de los viajes educativos en grupo supondrá un duro golpe para el turismo estadounidense en la isla, que creció de manera vertiginosa gracias a las iniciativas de Obama. La prohibición asesta un golpe al sector turístico de la isla, que es la segunda fuente de ingreso de divisas del Estado cubano, solo precedido por la exportación de servicios profesionales.
Según cifras del Ministerio de Turismo cubano, en el primer cuatrimestre de este año Estados Unidos era el segundo mercado emisor de visitantes a Cuba, con 257.500 hasta abril, con un crecimiento interanual de 93,5%, pese a que legalmente los estadounidenses no tienen permitido viajar a la isla como turistas, pero aquellos viajes “educativos” operaban como tales. Desde el Departamento de Estado alegaron que el turismo posee fuertes nexos económicos con los sectores de seguridad militar y de inteligencia en Cuba.
Es una muestra entonces que las relaciones entre estos dos países no se dejan de tensar y el futuro dependerá del rumbo que tomen las políticas de Trump y del paso de las reformas que pueda establecer el nuevo presidente cubano. Dado que no se prevén muchos cambios en la gestión de Miguel Díaz-Canel, al menos mientras viva Raúl Castro, el inmovilismo de La Habana en el campo político y económico se seguiría topando probablemente con la retórica de Donald Trump.