Los aspectos activos de la construcción de poder desde la participación ciudadana y desde la acción institucional de organismos electorales especializados en el proceso electoral llevan a pensar en la dimensión positiva y productiva del involucramiento social que el sistema democrático reclama para no quedar relegado a un mero mecanismo repetitivo sin lugar para la transformación.
Por Erick Ricardo Barajas Guerra
Desde hace algún tiempo, en México se ha esparcido la idea de que nos encontramos en una sociedad dividida, en la que una gran parte de la población está a favor de la política del partido en el poder, mientras que la otra es fervientemente crítica, ya sea en términos de análisis político o por cuestiones subjetivas acerca de preferencias particulares. Sea cual fuere la causa, ese ambiente se ha sentido con más fuerza desde que en 2018 se efectuó la transición electoral hacia un partido que en su discurso formal se nombra como la izquierda de México.
Mucho antes de que este proceso comenzara a generarse existía la crítica hacia los sistemas de representación electoral. Tanto en la academia, como en los distintos movimientos sociales y en la vida cotidiana de la población, se fortalecía la duda acerca de si esta forma de democracia es capaz realmente de demostrar las potencialidades del poder del pueblo o solo es un sistema que sirve a una clase en particular o grupo en el poder que legitimamos a través del acto de votar, aunque sin estar de manera plena conscientes de ello.
Tal discurso no es exclusivo de la realidad de este país, dado que lo podemos encontrar en diversas partes del mundo, en especial en América Latina. En este sentido, frente a esa crítica a la democracia electoral, surgen dos cuestionamientos centrales. El primero tiene que ver con las otras formas de representación que existen: ¿es la democracia electoral la única forma de organización política válida? Después está el cuestionamiento interno a esa misma lógica: ¿no hay nada que se pueda rescatar del sistema electoral?
Es en este segundo punto donde centraré las ideas acerca de cómo es que podemos comprender el sistema electoral en México y hacer su crítica correspondiente, pero aun así argumentar que existen elementos valiosos que no podemos dejar fuera. Ello, a partir de la contextualización de la democracia electoral en México y su relación con la legitimación y reproducción del orden social. Estos elementos teóricos serán contrastados con la experiencia propia, al haber trabajado en el organismo autónomo constitucional que se encarga de organizar de forma periódica las elecciones en este país y cuyas observaciones realizadas aportan a una fuerte participación de la ciudadanía a la cual no se le ofrece la importancia suficiente.
Una postura de este tipo seguramente traerá críticas o dudas acerca de la validez de los argumentos presentados. Sin embargo, eso no es un obstáculo; al contrario, es importante abrir el diálogo a posturas encontradas, pues de esa forma es que se puede crear un conocimiento en términos dialécticos que aporte a la elaboración de nuevas ideas.
La democracia electoral en México
Hace más de cincuenta años se hizo pública la primera edición de La democracia en México de Pablo González Casanova (1983). Esta obra impactó fuertemente en la academia mexicana y en las ciencias sociales, dado que ofrecía de manera muy concreta las pautas para el análisis de la realidad política de este país. El autor generó ideas significativas acerca de la forma en que se podía comprender y explicar diversos procesos políticos de la democracia, tales como el presidencialismo y el partido único, los caudillismos y la relación de instituciones como el clero, el ejército y el empresariado en la constitución del sistema político. Aunado a ello, empezaba a vislumbrar las otras formas de representación, no necesariamente alineadas a la política oficial, sino provenientes de las luchas sociales en cada parte del país.
Estos planteamientos, provenientes de una reflexión de su tiempo, no pierden vigencia en su concepción más profunda, al describir una realidad condicionada por la legitimación y la reproducción de la clase en el poder. Ahora, podemos partir de estos planteamientos y relacionarlos con elementos que se han sumado y han complejizado el estado actual de la política y el sistema electoral.
La existencia del antiguo partido único en el poder se ha disuelto en las últimas dos décadas, en las cuales han surgido diversas opciones partidistas que oscilan entre ciertos grados de izquierda a derecha. Algunos integrantes de esos partidos poseen la característica de haber militado con anterioridad en el partido único, pero ahora se encuentran disueltos en la amplia variedad de partidos existentes.
Junto con los rezagos de la política formal y partidista ha habido un auge de expertos en la materia, formados en instituciones y universidades de reconocimiento internacional, cuyas intenciones son hacer más eficientes los procesos democráticos en México —a través de instrumentos pretendidamente científicos sin ningún ápice de ideología—. A este grupo se lo conoce como la “tecnocracia” y en los últimos años ha permeado la realidad política del país, llegando a tener representación en la cara más visible de la política electoral.
A la par de este proceso, se han transformado también los procedimientos que rigen el sistema electoral. Con anterioridad, el partido único generaba sus propias elecciones a través de la Secretaría de Gobernación y anticipaba así los resultados de facto. Con el auge de la protesta social en los años 60, el sistema tuvo que empezar a abrirse a la pluralidad, tanto en cuestiones ejecutivas como en la organización electoral. Entrados los años 90 se contaba con el Instituto Federal Electoral (actualmente: Instituto Nacional Electoral [INE]): un organismo constitucional autónomo que organiza de manera periódica las elecciones. Se trata de una institución pública que formalmente no responde a intereses más allá de los de la nación y los ciudadanos que la habitan; para esto, opera con objetividad e imparcialidad y asegura la igualdad de condiciones durante el proceso electoral.
Con independencia de si el INE realmente opera o no bajo esos criterios, es cierto que la constitución de este organismo es un paso fundamental en la reformulación del sistema electoral mexicano. El objetivo de agregar estas cuestiones tiene que ver con entender la complejidad del sistema electoral, que ha tenido que replantear su funcionamiento debido a las críticas que décadas atrás tuvo, al haber gobernado en este país un solo partido por más de setenta años. En este sentido, al análisis que en su momento realizó González Casanova (1983), debemos sumarle la nueva diversidad de partidos, la tecnocracia y los organismos autónomos, como actores preponderantes en la lógica actual de la democracia electoral.
Reproducción y legitimación del orden social
La reproducción social es un tema que Bourdieu (2013) ha analizado en términos de vinculación entre la estructura de la sociedad y el individuo, acerca de cómo este moviliza sus capitales (económico, cultural, político) en los diferentes campos de acción social, a través de la cotidianidad y al pensar el mundo como algo dado previamente, al que nos vamos acoplando, pero también distinguiéndonos de los demás. Por su parte, la legitimación social se refiere a cómo esa idea de un mundo construido de manera previa es aceptada y se toma como algo normal, que preexiste a nuestra conciencia. Para un autor como Foucault (1980), este proceso está relacionado de forma directa con la construcción de discursos validados socialmente, que se utilizan como un medio de gestión del poder; el cual, además de ser una imposición de la voluntad, es una forma de producir cosas, es decir, poseedor de aspectos creativos:
“Lo que hace que el poder agarre, que se lo acepte, es simplemente que no pesa solamente como una fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir” (Foucault, 1980:182).
Bajo estas perspectivas podemos comprender que, en primera instancia, la democracia electoral en México se legitima a través de la gestión del poder y se reproduce en la cotidianidad del campo en el que los individuos actúan; en este caso, en el campo de la política, en el que los ciudadanos tienen poder. Para esto no basta con que un grupo de personas pertenecientes a la clase más acomodada se presente como candidatos, adquieran puestos de representación política y actúen siguiendo sus propios intereses personales. Lo que los planteamientos de Bourdieu (2013) y Foucault (1983) establecen es que un proceso social se estructura y funciona a partir de la interacción misma entre los individuos de todas las clases, los cuales tienen la capacidad de influir en la gestión del poder según la posición de la que cada uno de ellos parta y la forma en que movilice su capital.
En este sentido, el hecho fundamental para la reproducción del sistema electoral comienza, tal y como está planteando en la actualidad, en el acto de votar. Por su parte, la legitimación de este sistema en México se genera a través de las acciones del INE, que organiza el proceso electoral bajo un mandato constitucional. Al mismo tiempo, las acciones de este organismo son legitimadas por la ciudadanía al validar su existencia. Anteriormente, con el partido único en el poder, los elementos de reproducción y legitimación eran de otro tipo, dado que no existían instituciones autónomas que regularan el proceso electoral.
Una de las críticas a este breve planteamiento tendría que ver con si realmente ese proceso de legitimación existe a pesar de que no toda la población vota. En las elecciones federales más recientes (6 de junio de 2021), se registró un porcentaje de votación entre 51.7% y 52.5%, uno de los más altos de la historia reciente. Sin embargo, es apenas la mitad de la población en la lista nominal —archivo que contiene la información de todos los ciudadanos con derecho a votar—. En un panorama en el que solo la mitad ejerce el voto, ¿es realmente este el dispositivo que reproduce el sistema electoral? Es necesario continuar fortaleciendo los argumentos sobre este punto, hasta el momento solo se puede decir que, efectivamente, con ese porcentaje de participación es suficiente para la reproducción del sistema electoral y que, con base en esto, el organismo que se encarga de gestionar las elecciones legitime el proceso que vemos suceder de manera periódica.
Mi experiencia en un organismo constitucional autónomo
El lenguaje académico más formal exige que la escritura sea en tercera persona, para eliminar todo rastro de personalismo en los argumentos presentados. Sin embargo, en esta parte tendré que alejarme de ello, porque las siguientes ideas solo pueden ser dichas si se parte de la experiencia personal y se ejerce un acto de reflexividad (Giddens, 2012) sobre mi participación como capacitador electoral en el reciente proceso electoral, mientras trabajaba de manera temporal en el INE. Ante este proceso vivido, sitúo mis reflexiones a partir de mi experiencia privilegiada como un hombre cisgénero y con acceso a la educación universitaria (formado en ciencias sociales) en un país del Tercer Mundo o en vías de desarrollo, pero en una de las ciudades de más relevancia económica y política de México.
A partir de este punto de vista doy a conocer tres elementos que definieron mi paso como capacitador electoral y que pueden aportar a conocer, desde dentro, la forma en que funciona el organismo autónomo encargado de la legitimación del sistema electoral en México y cuáles son los elementos que se pueden rescatar de este criticado proceso.
El primer aspecto radica en la dificultad de afirmar que la democracia electoral en México, a través de la organización de las elecciones, es un plan orquestado desde un grupo en el poder o clase privilegiada. De primera mano, lo que observé fue un ambiente de trabajo como en otro tipo de empresas o instituciones públicas. Compañeros de trabajo que, al igual que yo, acudíamos a esta labor motivados por la necesidad económica. Con el tiempo, se forjaba la amistad y el compañerismo, al igual que los conflictos y el tedio que se percibía en tanto se acercaba la jornada electoral. Este tipo de elementos se acercan más a la idea de cómo el poder se ejerce desde la cotidianidad, en donde quienes trabajamos como capacitadores electorales tratábamos de influir en la forma de organizar el proceso, a pesar de que los encargados de la Junta Distrital nos orientaban por cierto camino ya establecido. En mi experiencia, en este trabajo no se observó un plan establecido para orientarse ante uno u otro partido, sino un conjunto de relaciones sociales que aportaron a la legitimación del sistema electoral desde dentro, aunque no fuéramos conscientes de ello.
El segundo aspecto tiene que ver con la evidente cantidad de burocracia que existe en el proceso electoral. Para que llegue el día de conclusión en que se ejerce el voto por parte de la ciudadanía es necesaria una preparación extensa, no solo en términos de tiempo, sino en cantidad de procedimientos burocráticos que se necesitan para que el proceso se lleve a cabo. En parte esto está marcado por la confidencialidad de la información personal, dado que el propio INE es el encargado de generar las credenciales de identificación de la ciudadanía una vez que esta cumple la mayoría de edad —que al mismo tiempo sirven para votar—. Por otra parte, en la Constitución de México se establece que son los mismos ciudadanos quienes reciben el voto de la ciudadanía. Antes de que llegue el día decisivo, el INE se encarga de capacitar a esos ciudadanos que servirán como funcionarios de casilla, que previamente fueron sorteados por la misma institución y se les invitó a participar.
Desde mi experiencia, el proceso de capacitación se diluye ante la burocracia, la cual responde a las necesidades de transparencia exigidas ante el organismo. Más que capacitar a los ciudadanos encargados de recibir los votos el día de la elección, lo que hacemos como capacitadores electorales es juntar una serie de requisitos que se nos exigían, marcados principalmente por diferentes etapas en las cuales tenemos que recolectar el consentimiento —mediante firmas— de quienes fungirán como funcionarios el día de las elecciones.
El tercer aspecto, más allá de la crítica al sistema electoral y la forma de democracia que se crea, tiene que ver con lo que se puede rescatar de ello a partir de lo que observé como capacitador electoral.
La participación ciudadana tiene que ser rescatada
A este último aspecto pocas veces se le otorga la relevancia que necesita, razón por la cual no se le han explorado las capacidades que puede llegar a tener. Como se ha mencionado, la crítica hacia la democracia electoral generalmente se realiza sobre una base gramsciana, es decir, de ser una construcción ideológica desde la clase privilegiada: “La estructura definitiva del Estado depende de las características de la actividad de los intelectuales, entendidos como ‘empleados’ de la clase dominante para el ejercicio de la dirección política y cultural del bloque histórico” (Portelli, 2011:35). No es que estos argumentos sean falsos o describan una realidad inexistente, sino que es necesario complementarlos con observaciones más precisas, incluso desde dentro de la misma gestión del proceso electoral.
La experiencia como capacitador electoral me permitió ver cómo es que una gran cantidad de personas todavía está dispuesta a participar en el proceso, a pesar de la crítica y desconfianza que existe hacia el sistema político y hacia sus representantes más visibles. Se trata de una participación ciudadana en términos de sentir la obligación de ejercer una función pública que está forjada en la misma constitución. No es que las personas que participan como funcionarios de casilla estén de acuerdo con los candidatos a representación y por eso participen. Al contrario, se puede apreciar de manera clara cómo también son partidarios de esas críticas, pero aún así tienen la convicción de ser importantes en el proceso, por más dudas y críticas que este posea.
Se trata de una participación ciudadana que se fortalece bajo la idea de “ver de primera fuente” de qué trata el proceso electoral, pero también por el hecho de “ser un buen ciudadano”. En este segundo punto está la potencialidad que se puede rescatar de la participación que se genera cada vez que se celebran las elecciones. Cabe mencionar que esta participación es totalmente voluntaria, no existe ninguna coerción legal para participar en el proceso electoral; solo en algunos casos se les apoya con una dieta alimenticia limitada, lo cual tampoco justifica la participación. De esta forma, lo que motiva la participación es la convicción y la recompensa en términos cívicos.
El problema de este proceso de participación ciudadana, visto desde dentro, es que se necesita una mayor organización. Generalmente las tareas de la organización electoral se concentran en lo burocrático, en ofrecer transparencia a la forma en que se gestiona el evento central, que es el día de la jornada electoral. El tema de la participación ciudadana ni siquiera es tratado de forma central, pues lo único que se hace —como capacitador electoral— es instruir a los ciudadanos para que cumplan un fin (contar votos) y recolectar su consentimiento, pero no se le da seguimiento a esta participación que bien podría ser muy útil en otros aspectos de la vida social.
Conclusiones
Hace casi un siglo que Karl Polanyi (2009) realizó uno de los tratados de economía política más importantes del mundo contemporáneo, en el que establecía una ruptura con el pensamiento liberal clásico: los individuos no solo actúan con el objetivo de obtener los máximos beneficios individuales, sino también porque entre ellos existe la reciprocidad, el deseo de servir y la ayuda mutua. En un proceso electoral todo parece funcionar para servir a un fin, que de manera muy crítica se ha definido como el hecho de legitimar a un cierto grupo en el poder que no representa los deseos de la mayoría. Sin embargo, aun en este proceso tan criticado existen voluntades, deseos de participación y ansias de transformación.
Si le proveemos importancia a esta participación ciudadana, llevándola a otros ámbitos más allá de lo electoral, se podrían conseguir beneficios colectivos para todos y fortalecer la cohesión social de México. No es que este tipo de participación no exista en otros ámbitos, tales como los movimientos sociales, las organizaciones civiles o las comunidades rurales; pero lo que se pretende resaltar es que, incluso en esos espacios electorales en los que todo parece perdido, la ciudanía todavía tiene mucho que aportar. La desconfianza en la democracia electoral está muy extendida, a pesar de los cambios realizados al sistema y la participación de organismos autónomos. Todavía la clase política encarna diversos aspectos negativos, justificados tanto en hechos pasados como presentes. Sin embargo, bajo la lógica de este sistema electoral hay aspectos a rescatar, tal vez para llevarlos a otro tipo de ámbitos, pero que condensan muchas de las capacidades que tiene la ciudadanía cuando está dispuesta a intervenir en los asuntos públicos.
Me aventuro a decir que si, en lugar de convocar a las personas para participar en el proceso electoral, se les pidiera apoyo en otros ámbitos (por ejemplo, en la lucha contra la pobreza y la desigualdad) también habría participación. Lo que se necesita es incentivarla, porque ante todo se trata de una participación que también se forja en tratar de aportar al mundo de manera activa. Harían falta instituciones para ello, pero estas no se conforman a partir de otros elementos que no sean las voluntades y los individuos.
Los planteamientos presentados en este conjunto de párrafos pudieran criticarse debido a su exceso de optimismo y por la breve argumentación en ciertos aspectos. No obstante, esto debería observarse apenas como una puerta a futuras ideas que pueden convertirse en pautas para observar esos elementos rescatables —incluso en hechos que parecen no tener más beneficio y que han sido criticados de manera amplia—. El mundo está en constante revaloración, de igual forman lo están nuestras ideas.
Referencias:
Bourdieu, P. (2013): Las estrategias de la reproducción social. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Foucault, M. (1992): Microfísica del poder. Madrid: Las Ediciones de la Piqueta.
Giddens, A. (2012): Las nuevas reglas del método sociológico: crítica positiva de las sociologías comprensivas. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
González, P. (1983): La democracia en México. México: ERA.
Polanyi, K. (2009): La gran transformación. México: Casa Juan Pablos.
Portelli, H. (2011): Gramsci y el bloque histórico. México: Siglo XXI.