Evolución de un sistema político social y económico sostenido en la represión y el control abusivo de la intelectualidad y de las ciencias sociales. Las transformaciones internas que ha sufrido el régimen cubano desde la revolución hasta la actualidad, dentro de un autoritarismo que permanece inalterable.
I. El Estado autoritario cubano: origen, transformaciones y continuidad.
Desde el surgimiento del régimen socialista en Cuba en 1961, Fidel Castro se encaminó a un modelo de socialismo de Estado de corte estalinista. Aunque dicho modelo ha evolucionado, y su organización institucional ha atravesado diversas etapas, con sus correspondientes adaptaciones para responder a los desafíos externos e internos, su esencia autoritaria se ha mantenido inalterable.
Este régimen político ha preservado, durante las últimas seis décadas, algunos rasgos fundamentales que lo identifican, entre los que destacan: el dominio pleno de la propiedad estatal dentro de una economía de planificación centralizada, el unipartidismo- representado por el Partido Comunista de Cuba (PCC)-, la autoridad carismática de su máximo líder Fidel Castro -hasta su retiro fáctico en 2006 y formal en 2008- así como el control personalista del Estado, el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la organización partidista y social, transferidos a Raúl Castro al recibir -de manos su hermano- el mando de la nación.
El Período Especial -iniciado en la primera mitad de la década de 1990- así como las medidas tomadas luego de este, produjeron una limitada reforma económica y algunas modificaciones al modelo soviético. Estas incluyeron, entre otros aspectos: la formación del sector mixto de la economía, la promoción de la Inversión Directa Extranjera (IDE), la modificación parcial de las relaciones de propiedad y producción en el campo y otros sectores de la economía, la flexibilización en el trabajo por cuenta propia, el uso autorizado de divisas para la población, la reorganización del sistema bancario, la eliminación de áreas del monopolio estatal de comercio exterior, etc.
Pero, en general, la implementación de esas medidas no permitió modificar la esencia del modelo económico existente. Fue una reforma incompleta y retardada en el tiempo, que mantuvo los niveles de ineficiencia de la economía, la insuficiente descentralización, la poca autonomía de las empresas, la falta de la convertibilidad de la moneda nacional, la sobrevalorización de la tasa de cambio, la dependencia a los ingresos en divisas, el bajo nivel adquisitivo de la población, los niveles altos de los precios, el carácter deficitario del sector agropecuario y el bajo nivel de inversiones extranjeras, el carácter extensivo e insuficiente crecimiento del modelo económico y el escaso ahorro interno, entre otras.[2]
El Período Especial produjo también dos transformaciones principales en la institucionalización política dominante desde los años de 1970: la reforma a la Constitución de la República de 1976 y la adopción de la nueva Ley Electoral No.72, ambas efectuadas en 1992.
Los cambios en el siglo XXI: el escenario de la sucesión.
Se puede afirmar que ni los cambios realizados durante el Período Especial, ni los producidos en el nuevo siglo, han alterado la esencia subdesarrollada de la economía y la sociedad cubanas; ni el control total del país por parte de la élite burocrática del régimen, que continúa edificando su objetivo fundamental de marchar hacia el mercado, pero preservando el orden unipartidista.
Dentro de estos cambios, de finales del Período Especial y del nuevo siglo, se incluyen las propuestas anunciadas en los recientes congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC): el IV Congreso (1991); el V Congreso (1997) y el VI Congreso (2011), cuyo elemento determinante fue la aprobación de los Lineamientos de la Política Económica y Social. Posteriormente, en el VII Congreso (2016) se aprobó la actualización de los lineamientos del congreso anterior y se dio a conocer la Conceptualización del Modelo Socialista y el Plan Estratégico de Desarrollo hasta 2030.
El elemento distintivo, en el escenario de la sucesión política, fue la ascensión de Raúl Castro como máximo dirigente del gobierno cubano a finales de julio de 2006, cuando Fidel Castro -a causa de una grave enfermedad- le delegó personalmente dicha responsabilidad. Transferencia del poder que se vio consumada en 2008, cuando la Asamblea Nacional, el parlamento cubano, promovió a Raúl Castro como presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, quien asumió además, algún tiempo después (abril de 2011), como Primer Secretario del PCC.
El 24 de febrero de 2019 fue aprobada la nueva Constitución de la República de Cuba, que sustituyó a la de 1976, previamente reformada en tres ocasiones: 1978, 1992 y 2002. La nueva Constitución de 2019 ratificó el carácter irrevocable del socialismo e incluyó espacios legales para la ampliación del mercado en la economía, ciertas formas de la propiedad privada, el reconocimiento de la necesidad de la inversión extranjera; conformando un modelo de economía a medio camino entre la Economía de mercado socialista y el Capitalismo de Estado. La Constitución de 2019 mantuvo al Partido Comunista como la fuerza dirigente de la sociedad y el Estado, manteniendo el carácter unipartidista del sistema político.[3]
En síntesis, la continuidad institucional ha conducido, durante la sucesión post Fidel Castro, a un régimen postotalitario en que se mezclan signos de la autocracia clásica personalista y de un autoritarismo de Partido- Estado, donde la cúpula acumula todo el poder del Estado, el Gobierno, y una sociedad civil estatizada. En correspondencia con lo que Juan Linz, denomina Totalitarismo Imperfecto, en el cual el totalitarismo pasa por una fase transitoria que tiende a transformarse en un régimen autoritario.[4]
Este régimen postotalitario es un híbrido en el que destacan: una economía dual -funcionando en moneda nacional y dólares-; un Partido Comunista con signos de debilitamiento -en el que parece estarse incrementando la distancia entre sus corrientes moderadas y duras-; un gobierno basado en el decretismo; el desplazamiento del marxismo por el discurso nacionalista y anti Estados Unidos; así como unas condiciones limitadas para la capacidad movilizativa del sistema que pierde legitimidad y se refugia en la represión y el control hermético de la sociedad.
Dicho orden retiene características notables del totalitarismo, entre las que se pueden mencionar: la prohibición de las manifestaciones colectivas o individuales ajenas a la ideología oficial; la propagación omnipresente de dicha ideología en los medios de comunicación; la vigilancia policíaca a la población y su intento de movilizarla para alcanzar los objetivos de gobierno. También un permanente perfeccionamiento del aparato represivo a través de su maquinaria militar, de seguridad e inteligencia, que componen un verdadero Estado policial.[5]
II. Periodización de las relaciones Estado-intelectualidad: las ciencias sociales.
La etapa de 1961 a 1985, correspondiente a la instauración y consolidación del régimen posrevolucionario, condujo al sometimiento de las Ciencias Sociales, del mundo académico y de la cultura en general, a las necesidades de la política oficial. También, a la neutralización y /o eliminación de cualquier intento de hacer progresar un pensamiento social, con algún grado de autonomía del Estado-Partido desde la intelectualidad o la sociedad civil.
En el libro ¿Intelectuales vs. Revolución? El caso del Centro de Estudios sobre América, CEA (2001) se presenta una periodización de las relaciones entre el régimen y la intelectualidad que atraviesa cuatro etapas principales. Estas son: a) Período 1961-1970: Construcción y búsqueda de un socialismo autónomo; b) 1971-1985: Sovietización del socialismo cubano y cancelación del debate intelectual; c) 1986-1995: Crisis del socialismo de Estado y emergencia del debate intelectual; y d) 1996-2020: Discurso triunfalista e intolerancia renovada (la Contrarreforma Política).
Una de las hipótesis de dicha periodización es que las relaciones intelectuales-Estado han sido permanentemente conflictivas, en particular en las Ciencias Sociales. Estos niveles de conflictividad han sido condicionados, en lo fundamental, por la percepción de debilidad o fortaleza que el liderazgo adquiere en diferentes momentos respecto a su poder. Dicho enfoque gubernamental provocó que la intelectualidad haya experimentado algunos pocos períodos de tolerancia, y otros, predominantes, con diverso grado de silenciamiento y estrictas restricciones en su labor creativa.
- Periodo 1961 – 1970: construcción y búsqueda de un socialismo autónomo.
Al declararse el carácter socialista de la Revolución, se abrió un período en el que se adoptaron importantes medidas económicas y sociales que contribuyeron a su legitimación en amplios sectores sociales. Esto se reflejó en una polarización de la sociedad entre los que favorecían la Revolución y los que discrepaban con ella y de su orientación socialista.
En ese escenario se produjo un período apreciable de debate, reflexión y producción académica que incluyó a las Ciencias Sociales. Se publicaron obras del pensamiento cultural, político y filosófico mundial, incluyendo a autores marxistas de diferentes enfoques. Muchos intelectuales –especialmente los de las Ciencias Sociales y Económicas- se dispusieron a repensar autóctonamente el socialismo, argumentando la crítica al capitalismo y la democracia representativa. Con el ánimo de buscar un modelo de desarrollo que se adaptara mejor a las condiciones del país; lo que dinamizó el desarrollo de los estudios sociales.
En aquella coyuntura, al liderazgo re la revolución le era imprescindible forjar las mayores alianzas internas e internacionales posibles para garantizar su supervivencia; por lo que debió tolerar esa intensa actividad de creación y debates de ideas entre las distintas tendencias de sus partidarios. Tampoco en esos momentos el poder contaba con un aparato político y represivo, capaz de controlar completamente la diversidad dentro de la creación artística, intelectual y los estudios sociales.[6] Sin embargo, aunque el modelo soviético -plenamente instaurado en la fase siguiente- fue portador de las formas autoritarias institucionalizadas, el liderazgo cubano aportó tempranamente su propia praxis intolerante contra la intelectualidad. Posición que fue resumida desde muy temprano (1961) en la conocida expresión de Fidel Castro en su discurso “Palabras a los intelectuales”, sostenido en el encuentro con dicho gremio en la Biblioteca Nacional: “con la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. Entendiendo por “Revolución” la política oficial y enajenando o “combatiendo” todo lo demás.
- Período 1971-1985: la sovietización del socialismo cubano y la cancelación del debate intelectual.
El final de la década de 1960 marca, para muchos autores, el fin de la Revolución y el paso definitivo a la institucionalización estalinista. Con el comienzo de los años 70s, apareció la llamada “década negra de la cultura y la ciencia social cubana”, más conocida -erróneamente- como el “quinquenio gris”. Período que se extendería sin interrupción hasta mediados de la década de 1980, con el resurgimiento de espacios críticos del socialismo de Estado, bajo el influjo de la Perestroika y el posterior derrumbe de la URSS y el socialismo de Europa Oriental.
Entre 1971 y 1985 las investigaciones sociales debieron reflejar incondicionalmente la “verdad oficial”, viviendo un periodo de empobrecimiento de las Ciencias Sociales y Económicas, a pesar de la cuantiosa actividad científica y del proceso de institucionalización de las ciencias promovido por el régimen. En la etapa se pasó a “depurar” -ese término peyorativo era el utilizado por el discurso oficial y sus directrices de orientación- las filas de la intelectualidad. Produciéndose hechos como: el encarcelamiento y confesión pública forzada de Heberto Padilla en 1971; el Congreso Nacional de Educación y Cultura también en ese año; la eliminación de meritorios proyectos académicos como las revistas El Caimán Barbudo (en su primera época, 1968) y Pensamiento Crítico (1971), así como el cierre del Departamento de Filosofía, en la Universidad de la Habana (1971). Junto a la marcha al exilio de varios intelectuales, estos sucesos condujeron a la ruptura con el régimen de destacados intelectuales de Latinoamérica, Europa Occidental y Estados Unidos.
Aunque desde los años de 1960 el control y la censura se habían convertido en política sistemática de las instituciones culturales y de la Seguridad del Estado, es en esta fase que se expandieron el ensañamiento, la vigilancia e intimidaciones personales, la prohibición a la divulgación de sus obras y otras formas de marginación y represión contra muchos intelectuales. Esto debido a sus posiciones políticas, a sus inclinaciones religiosas o sexuales, o simplemente a causa de las características de su trabajo. Ejemplo de ello es lo sucedido en diferentes momentos a Virgilio Piñera, José Lezama Lima, Antón Arrufat, Eliseo Diego, Reynaldo Arenas y Jesús Díaz, dentro de una lista interminable.
- Periodo 1986-1995: crisis del modelo del socialismo de estado y emergencia del debate intelectual.
Lo más característico y visible de esta etapa fue la crisis económica y social que comenzó a manifestarse tempranamente en 1986, mostrando importantes rasgos del agotamiento del modelo imperante. La Perestroika -y el posterior derrumbe de la URSS y el socialismo Oriental-, potenciaron la crisis nacional; lo que se agravó con los escándalos de narcotráfico y corrupción en los altos niveles de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y del Ministerio del Interior (MININT). Es así como comenzó a emerger, desde sectores de la sociedad civil y de la intelectualidad, un paulatino clamor por una mayor democratización -en buena medida a partir del modelo vigente- y la apertura de espacios de debates.
En aquellas condiciones, el liderazgo no pudo evitar que, a partir de 1990, se abriera una de las etapas más ricas del debate público en la isla. Aunque el régimen intentó mantener el consenso y su capacidad movilizativa, no tuvo más remedio que permitir una limitada apertura en el ámbito de las ideas. A diferencia de la década de 1960, cuando el socialismo cubano estaba en sus comienzos y las ideas de la izquierda se propagaban favorablemente por el mundo, la discusión ahora se concentró en repensar el socialismo ya construido, del que se conocían virtudes y defectos. Este había entrado en crisis en medio de un sistema internacional muy cambiante, bajo la tendencia a la globalización y el predominio del neoliberalismo.
En ese contexto se crearon y/o adquirieron amplia exposición pública, nacional e internacional, diversas instituciones de las Ciencias Sociales -centros de investigación, departamentos universitarios, etc.- que promovieron la emergencia del debate intelectual. La extrema debilidad externa e interna, unida a la crisis de sus paradigmas anteriores, hizo que el régimen debiera soportar aquel debate y el intento de reconstrucción de las Ciencias Sociales y de la producción intelectual, así como tolerar la legalización de algunas ONGs con cierta autonomía del Estado, al valorar el liderazgo que en esas condiciones el costo de reprimir era superior al de tolerar una liberalización controlada. Una de esas instituciones emergentes, que destacó especialmente, fue el Centro de Estudios sobre América (CEA).
- Periodo 1996- 2020: discurso triunfalista e intolerancia renovada (la contrarreforma política).
Oficialmente el CEA se creó en julio de 1977, por iniciativa de Manuel Piñeiro, entonces jefe del Departamento América del Comité Central del PCC. Desde mediados de la década de los 80s, pero muy especialmente en el primer lustro de la década de 1990, el CEA se consolidó, tal vez, como la institución de Ciencias Sociales de mayor productividad y publicidad al interior de Cuba y en el exterior. Sus investigadores comenzaron a realizar estudios sobre Cuba, a presentar propuestas para ayudar a dar solución a la crisis nacional, y sobre todo a divulgar sus ideas, mediante la revista de la institución -Cuadernos de Nuestra América- y a través de la prensa, la televisión e impartiendo conferencias y cursos de formación en diferentes ministerios, centros de trabajo, unidades militares, etc.
Entre los objetos de la reflexión de los investigadores del CEA se pueden mencionar los nuevos enfoques y propuestas para la reestructuración de la economía cubana, y para la elaboración de un programa de cambios socialistas ajustados a las nuevas realidades del país y del mundo. También nuevas formas de inserción de Cuba en la economía y geopolítica mundiales, en especial hacia Latinoamérica y el Caribe. Las relaciones entre las transformaciones económicas y los cambios políticos, así como los nexos entre socialismo, transición y democracia. Las interpretaciones sobre la política exterior e interna de EE.UU. Las tendencias emergentes en la izquierda latinoamericana y mundial, incluidos los nuevos movimientos sociales, etc.
A partir de 1995, estimulada por el tímido mejoramiento de los resultados macroeconómicos y la lectura triunfalista que hizo de estos, la dirección política del país se lanzó gradualmente a cerrar los espacios de tolerancia permitidos en años anteriores. El ataque a los sectores de la sociedad y a los académicos identificados con la apertura y los cambios desde el socialismo de Estado, resultó ser el núcleo central de la intervención de Raúl Castro, en el V Pleno del Comité Central del Partido, del 25 de marzo de 1996. Aunque vale la pena recordar que ya antes del V Pleno, Fidel Castro había hecho referencias al asunto, vinculandolo al llamado Segundo Carril (Track II) de la política norteamericana, entendido como vía de penetración en la sociedad cubana, en su intelectualidad y tendiente al debilitamiento del gobierno cubano.
Ese evento fue el inicio del fin del Centro de Estudios sobre América, CEA. Tras la difusión del discurso, el jurista Hugo Azcuy falleció de un infarto. Los investigadores enfrentaron, de modo lúcido y valiente, sesiones de presión con los burócratas del Comité Central del PCC, incluidos sus máximos dirigentes del área ideológica. Los trabajadores del centro, incluidos los administrativos y de servicio, mantuvieron en su mayoría una actitud solidaria con sus compañeros investigadores. Pero nada de eso pudo detener la interrupción y dispersión de aquel equipo. La dirección del PCC lo seleccionó como un punto fundamental de su proceso de contrarreforma. Se abría otro periodo oscuro para la intelectualidad y la sociedad cubana, de cierre, por parte del sector de línea dura de la burocracia, opuesto tradicionalmente a las reformas y a la democratización.
Una de las armas que lanzó Raúl Castro contra el CEA fue el señalamiento de que la institución constituía una nueva versión de la Revista Pensamiento Crítico, aparecida en los años de 1960 en la Universidad de La Habana, la cual había sido defenestrada en 1971 personalmente por el propio Raúl. Esta asociación entre Pensamiento Crítico y el CEA se puso de manifiesto en el Informe del Buró Político del PCC, aprobado en el V Pleno del Comité Central.[7]
Sin embargo, hay importantes diferencias que no capta la visión estalinista de Raúl Castro. La aparente consolidación del CEA a inicios de la década, así como su liquidación arbitraria en marzo de 1996, ocurrieron, a diferencia del Pensamiento Crítico 1970, en una etapa de retroceso global del marxismo y de la izquierda a nivel mundial, marcada por el derrumbe del “socialismo real” y el avance del pensamiento neoconservador y la ideología neoliberal. Estas desigualdades de contexto y tiempo políticos son importantes para explicar las diferencias interpretativas coexistentes en el CEA, donde confluyeron distintas generaciones de académicos, quienes generaron nuevas tendencias de estudios y una mayor diversidad de enfoques, frente a los temas específicos de investigación y las problemáticas del país, que aquellos de la joven y épica generación nucleada en el Departamento de Filosofía en los años 60s. Si el signo común de estos era su radicalismo revolucionario, con ambiciones transcontinentales; en el CEA lo característico -salvo algunas figuras, como Fernando Martínez Heredia- era un reformismo integral de la economía, la sociedad y la política. Un reformismo comprometido con una democratización, desde la izquierda, del socialismo cubano.
Con la acción de destruir al CEA, la dirección política del país cometió otro grave error histórico: la liquidación de un proyecto de pensamiento académico, orgánico al socialismo y promotor de valiosas ideas encaminadas a su mejoramiento. Por eso la intervención del CEA y la represión de las Ciencias Sociales y la libertad intelectual en Cuba, enmarcadas dentro de la contrarreforma de 1996, constituyen, además de una violación de derechos humanos universalmente reconocidos, una gran insensatez política.
Las lecciones de la contrarreforma y del caso CEA.
La primera y principal lección del caso CEA -y de la contrarreforma en general- es la evidencia de la necesidad del Estado de Derecho. Confirma que la histórica demanda de la “ampliación de espacios de debate y participación”, reclamada de forma permanente por la intelectualidad cubana -incluyendo la del sector moderado del partido- no es factible sin la construcción de las normas e instituciones de un Estado de Derecho. Esa es la única vía para que los intelectuales y la ciudadanía en general, puedan ejercer, defender y garantizar sus derechos y libertades.
Otro de los factores remite a una enseñanza de las transiciones a la democracia, ocurridas en las décadas de 1980 y 1990. Para la democratización es imprescindible la interacción y negociación entre el gobierno y la oposición. En particular, se necesitan el diálogo, los compromisos y los pactos que se establecen entre la oposición pacífica- democrática y los sectores moderados (soft liners) del campo gubernamental. La coyuntura política de Cuba en la década de 1990 -y posterior- ratifica que, aunque existan discrepancias internas, la mayoría de los moderados de la política oficial, continúan más próximos al sector duro (hard liners) que a la oposición emergente. Lo que constituye un impedimento para avanzar en la liberación política y el alcance del Estado de Derecho.
En tercer lugar, se demostró que la contrarreforma y el avance de los sectores de línea dura tienen su propia dinámica interna. Al lograr estos sus objetivos anti reformistas dentro del proceso político tienden a incrementar las medidas coercitivas y a profundizar el cierre de los espacios de participación, las libertades y los derechos. Después de la intervención del CEA y de la neutralización de la intelectualidad moderada del oficialismo, se acrecentaron las medidas represivas: la creación de nuevos aparatos de contrainteligencia especializados en el sector intelectual y en el control de las ONGs; el lanzamiento de nuevas medidas administrativas para controlar la actividad académica y otras acciones orientadas a controlar, de modo más eficiente, la regimentación autoritaria sobre las instituciones del país. En especial, sobre los intelectuales y las Ciencias Sociales.
Hacia los sectores críticos y de la oposición pacífica, la Ley 88 (conocida como “Ley Mordaza”) estableció penas de entre 20 y 30 años de cárcel por emitir opiniones que se consideren lesivas al interés del Estado. En los últimos años, el régimen está intentando complementarla con el Decreto 349, un nuevo mecanismo de censura que introduce restricciones adicionales a la creación artística, la actividad intelectual y la libertad de expresión. Y, pese al aumento de sus vínculos internacionales y el acceso a Internet, los intelectuales cubanos siguen padeciendo, junto con el resto de la sociedad, sistemáticas restricciones en el campo de las ideas, en el derecho a poseer fuentes de información alternativas a la oficial y en la carencia de libertad de expresión y de asociación autónomas.
El caso cubano, más allá de sus especificidades, no puede comprenderse de un modo diferente al funcionamiento del modelo de socialismo soviético. Su tendencia a la coerción y al control represivo del intelectual ha persistido, en todas las décadas siguientes al triunfo revolucionario, de 1959. El caso cubano se ubica, como sus aliados asiáticos (China, Vietnam) entre aquellos en los que la reforma -aquí más controlada y limitada- de la economía, se acompañó con el cierre de la apertura política, el bloqueo a la democratización, y la continuidad del autoritarismo.
Aunque personalmente, durante estas casi tres décadas de exilio, he roto radicalmente con las ideas de la izquierda, el marxismo y el socialismo, se le puede recordar a los jerarcas del régimen -incluido su sector moderado- y a la intelectualidad del PCC que la evidencia histórica muestra la necesidad de una reforma integral del modelo. En particular, guarda vigencia algo que escribíamos por aquellos años -bajo la influencia de los pensadores del reformismo progresista- cuando definimos que para consolidar una democracia completa, no solo formal sino también sustancial, resulta imprescindible una síntesis que incluya los tres principios básicos de la dignidad de los modernos, la libertad individual, la justicia social y la igualdad política (Álvarez, 1992).
Bibliografía
Alvarez Garcia, Alberto F. y Gerardo González Núñez (200) Intelectuales vs. Revolución? El caso del Centro de Estudios sobre América, CEA, pp.51-68, EDICIONES Arte D.T., Montreal.
Alvarez García, Alberto F (1992) América Latina: Crisis y democratización. Cuadernos de Nuestra América, No. 19, Ciudad de La Habana, julio- diciembre, pp.31-35.
Anderson, Perry, Norberto Bobbio y Umberto Cerroni (1993) Socialismo, Liberalismo, Socialismo Liberal. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.
Santillán, José Fernández (1993) Liberalismo y socialismo. Leviatán, No. 53-54, II Época. Fundación Pablo Iglesias. Madrid, pp.82-83.
[1] Ex Jefe de Departamento en el Centro de Estudios sobre América (CEA). Profesor de Ciencia Política en Humboldt International University (HIU), Miami.
[2] Una estadística abarcadora de los múltiples elementos de la crisis y la relación de los problemas a enfrentar en esta puede verse en: Fidel Castro. Esta tiene que ser la guerra económica de todo el pueblo, Granma 1985 y, Informe Central al III Congreso del PCC, 1986; Además, José Luis Rodríguez, Estrategia de desarrollo económico en Cuba 148-206, 1990; Julio Carranza 1992, 131-158; Elena Alvarez, 1991); Mauricio de Miranda Parrondo, Cuba ante el reto de los cambios, 1993; Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, 1997; Pedro Monreal González y Julio Carranza Valdés. Problemas del Desarrollo en Cuba: Realidades y Conceptos, Temas, No.11 Ciudad de La Habana, septiembre de 1997, pp.31-36 y Omar Everleny Pérez, Estabilidad Macroeconómica y Financiamiento Externo: La Inversión Extranjera en Cuba, Ponencia al Congreso LASA 2000, Miami, marzo 16-18 del 2000, pp.2-4.
[3] Ver Documentos de los Congresos del Partido Comunista de Cuba, especialmente, el Informe Central de los respectivos Congresos, en Sitio oficial del PCC; Constitución de la República de Cuba de 1976, reformada en 1978, 1992 y 2002. Editora Política, Ciudad de la Habana, 2002; y Constitución de la República de Cuba,2019, PDF, sitio de internet de Cuba debate, 22 de diciembre, 2019.
[4] Ver Linz, Juan J. 2000 Totalitarian and Authoritarian Regimes, Rienner.USA.
[5] Ver Eusebio Mujal- León y Jorge Saavedra. El Postotalitarismo carismático y el cambio de régimen: Cuba en una perspectiva comparada. Encuentro, 6/7, Ibidem. pp.115-123; Juan Linz “Totalitarian and authoritarian regimes” en F.I Greenstein y N.W. Polsby (comps.) Handbook of Political Science, Reading, Addison-Wesley, vol. III, 1975; y Alberto F. Alvarez. La transición a la Democracia en Cuba, (CEDOF)-(STC) Caracas, Venezuela, 2002.
[6] Algunos de los hechos acontecidos en la vida intelectual de estos años iniciales de la transición socialista, fueron tratados en sus escritos, por distintas fuentes testimoniales. Ver. Jesús Diaz, el fin de otra ilusión. A propósito de la quiebra de El Caimán Barbudo y la clausura de Pensamiento Crítico, Encuentro, No.16/17, Madrid, primavera/verano del 2000, pp.106-119; Fernando Martínez Heredia, Izquierda y Marxismo en Cuba, Temas No.3, Ciudad de la Habana, Julio-septiembre de 1995, pp.16-27; Y Aurelio Alonso Tejada, Marxismo y Debate en la Revolución Cubana, Temas No.3, Ibidem., pp.34-43.
[7] Se han publicado dos libros sobre el caso CEA. Giuliano, Maurizio. El Caso CEA. Intelectuales e inquisidores en Cuba: ¿Perestroika en la Isla?, Ediciones Universal, Miami, Florida, 1998; y el de Alvarez Garcia, Alberto F. y Gerardo González Núñez. Citado previamente.
[author] [author_image timthumb=’on’][/author_image] [author_info]Alberto F. Álvarez
Ex Jefe de Departamento en el Centro de Estudios sobre América (CEA). Profesor de Ciencia Política en Humboldt International University (HIU), Miami.[/author_info] [/author]
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