Diseminado en mecanismos y estrategias, desplegado a partir de dispositivos que involucran la praxis discursiva de relatos que reproducen o refuerzan posiciones de dominación, el poder construido en la Cuba revolucionaria de Fidel Castro ha mostrado su efectividad en la sutileza con que ha permeado en el cuerpo social hasta lograr la dependencia afectiva y el disciplinamiento ideológico.
Las estructuras de poder en Cuba funcionan a través de un sistema centralizado que pudiera considerarse impensable e insostenible para muchos países en el siglo XXI. Explicar su funcionamiento y los dispositivos que lo conectan requiere de un análisis que vaya desde las teorías más antiguas —y para algunos superadas— que consideran el poder como una condición o cualidad dada a una persona, a una figura, hasta las propuestas del poder “disuelto” en la sociedad.
En dependencia de la perspectiva de estudio, en Cuba se identifican diferentes acepciones del poder que incluyen desde la personalidad carismática y dominante de Fidel Castro, capaz de controlar los destinos del país en casi todos los ámbitos, la construcción de un saber estratégico afín al poder hasta la estructura de un régimen social que se sostiene a través de la disciplina y obediencia.
Foucault (1982) se resiste a estudiar el poder desde su acepción negativa, como prohibición y castigo, porque verdaderamente esas herramientas no le permiten un sostenimiento en el tiempo. En cambio, la versión positiva se expresa a través de mecanismos mucho más eficaces y, a su vez, menos evidentes. No se trataría entonces de un solo poder, sino de varios, que operan en ámbitos y dimensiones diversas. Desde la monarquía como forma de Estado, la idea de que un solo ser controla y rige los actos del resto, ha demostrado una gran inconsistencia debido a que cada individuo posee voluntad y capacidad para conducirse, aunque eso implique recurrir a la ilegalidad.
Por tanto, entender que el poder no es una propiedad o una condición es tan necesario como identificarlo a partir de las estrategias que lo sostienen. Manipulación, castigo, coerción, constituyen variantes para un poder que necesita ser socorrido, que agudiza en su incapacidad para sobrevivir. El poder debe producir placer, debe generar una verdad que le dé sentido y desdibuje sus artilugios para la sumisión.
Kenneth (2013) identifica tres tipos de poder: condigno, compensatorio y condicionado. Los dos primeros buscan la sumisión por medio de recursos diferentes; el condigno se impone con el recurso del castigo y el compensatorio a través de la recompensa. Ambos condicionan las actitudes o preferencias de los individuos influenciándolos a decidir o actuar entre un determinado rango de opciones de las cuales tiene conciencia. Sin embargo, el condicionado apunta a las creencias: “La persuasión, la educación o el compromiso social con lo que parece natural, correcto o justo hacen que el individuo se someta a la voluntad de otro u otros.” (Kenneth, 2013, p.21) Esta variante del poder es central para el funcionamiento de la sociedad, por cuanto tiene que ver con la organización de la misma y la manera en que los individuos se implican con su entorno. Es un poder público que funciona a discreción, aunque se hable de democracia, soberanía y libertad.
Otra arista acuñada por Foucault se centra en la variante biológica del poder, encaminada a ocuparse de un bienestar de la población que garantice también su obediencia corporal y sanitaria. Mbembe (2011) retoma esta noción de biopoder para explicar la soberanía desde la disyuntiva de quién vive y quién muere, y no se trata solo de un condicionamiento físico. Ese tipo de control influye en la distribución, la subdivisión y la ruptura de la especie; y si se trasladan esas relaciones al nivel de Estado, eliminar al enemigo de esa institución se convierte en una cuestión de sobrevivencia que sirve de justificación para la crueldad y el terror. “El terror se convierte, por tanto, en una forma de marcar la aberración en el seno del cuerpo político, y lo político es a la vez entendido como la fuerza móvil de la razón y como una tentativa errática de crear un espacio en el que el «error» fuera minimizado, la verdad reforzada y el enemigo eliminado.” (Mbembe, 2011, p.28)
Entonces, ¿cómo interpretar en ese juego de poder el rol del disidente, del ilegal o contrario al sistema? Para Chul Han (2014), la aparición de una voluntad divergente, de un individuo opuesto, da cuentas de la debilidad del poder. La sutileza y verdadera eficiencia del poder radica en su capacidad para actuar en un silencio donde interesa más la dependencia que la sumisión. En nombre de la Revolución se construyeron en Cuba muros invisibles de gratitud y deuda. Los ciudadanos debían mostrar agradecimiento por cada servicio gratuito, por cada oportunidad de vivir en un sistema que poco a poco fue imponiendo una disciplina, una obediencia silenciosa. Se fueron modelando hombres y mujeres que vivían en gran medida para servir a la Revolución que les había dado “todo”. Es lo que Chul Han (2014) llama sistema cerrado, ese que mueve a los individuos de una unidad de reclusión a otra: del trabajo a la familia, de la escuela al hospital y así interminablemente.
Esa gestión y fiscalización de la vida ha de ocupar al poder disciplinario, a la biopolítica. Ese “cuerpo” que forma la población debe ser administrado y regulado a través del control de la natalidad, la mortalidad, esperanza de vida al nacer, mecanismos que también la Revolución cubana utilizó para incrementar su popularidad y gestionar aceptación y confianza de su proyecto de país.
Individuo – disciplina – relaciones
¿Cómo funcionan la disciplina y las relaciones entre los individuos de un cuerpo social? ¿Hasta qué punto interesan las instituciones y el Estado en el estudio del poder? ¿Qué rol corresponde a la memoria y el imaginario en el sostenimiento del poder? ¿A través de qué recursos comunicativos y discursivos se expresa?
En una entrevista que ofreció Foucault para la televisión en 1982, identificó a la disciplina como una tecnología individualizante del poder. Este mecanismo de control ubica a cada individuo en el sitio que le corresponde, desempeñándose en el rol que es más útil para el poder. En ese sentido, el poder deja de ser una apropiación y pasa a convertirse en relaciones que influyen o determinan la conducta del otro. ¿Cómo y por qué se han constituido las cosas? El Gobierno es una función, es un ejercicio que persigue determinados objetivos, cuyo blanco son los individuos.
Por tanto, el poder, ante todo, se ejerce en el marco de una relación de fuerza, pero no necesariamente de una fuerza represiva. No se trata de instituciones, ni del dominio de un grupo sobre otro, sino de una articulación de mecanismos o estrategias que funcionan mediante relaciones múltiples. La verdad, el saber y otros tantos ejercicios a través de los cuales no se sugiere la influencia del poder, pero cuya dimensión simbólica se extiende a todo el cuerpo social: “(…) el poder simbólico está diseminado en la totalidad del cuerpo social de manera que «oculta» la realidad de las relaciones de fuerza y la forma en que éstas se dan.” (Moreno, 2006, p.8) De igual forma se presenta el habitus como herramienta del poder a la que terminan atados tanto los poderosos como los que no lo son.
Entre estas formas de ejercer el poder con sigilo, Chul-Han (2017) identifica la «neutralización de la voluntad», entendiendo que el súbdito no llega a forjar totalmente una voluntad, por lo que se ciñe a la del soberano y este se encarga de decidir por él entre el abanico de acciones posibles. Sin embargo, existe una forma de poder superior: “(…) cuando el súbdito quiere[1] expresamente, por sí mismo, lo que quiere el soberano, cuando el súbdito obedece a la voluntad del soberano como si fuera la suya propia, o incluso la anticipa.” (Chul Han, 2017, p.13) El súbdito puede llegar a considerar que no es necesario forjarse una voluntad y deja esta responsabilidad al soberano para que rija sus actos, los cuales llevará a cabo no desde la negación, sino desde la afirmación consciente de que le corresponde efectuarlos.
Con la muerte de Fidel Castro, una canción homenaje escrita por el trovador Raúl Torres se convirtió en el himno de los cubanos durante aquellos días de luto. Su letra caló hondo y prácticamente todo el país la recitaba de memoria. Uno de sus versos reza “los agradecidos te acompañan” y otra de las estrofas también da fe de cómo habían operado en los cubanos la dependencia, la neutralización de la voluntad y la afirmación enfática de las decisiones del soberano que describe en su libro Chul Han (2017): “No quiero decirte Comandante, / ni barbudo ni gigante / todo lo que sé de ti. / Hoy quiero gritarte padre mío, / no te sueltas de mi mano / aún no se andar bien sin ti”[2].
Tal como lo describe Torres en su canción, Fidel Castro había logrado configurar el futuro y la acción del otro en una relación de dependencia, en la que el ciudadano asumía voluntariamente las decisiones del mandatario y, en suma, le hacía un lugar en su alma, entre sus afectos, similar al rol de un padre. De ahí, que la noción negativa del poder siga siendo insuficiente para explicar cómo este funciona. Hay un juego de emociones, saberes y estrategias que actúan mucho más eficientemente en el control y dominio del otro.
Estado– Gobierno – instituciones
Existe una concepción estadocéntrica del poder que conecta con el enfoque de la institucionalización del ejercicio del poder y que pudiera ser útil para contextualizar los medios de prensa en ese entramado de redes y relaciones que hemos descrito con anterioridad. Al referirse al poder desde los Estados-Nación, Blair (2011) acude a Agnew (2005) y enumera tres aspectos geográficos que sustentan la geopolítica: 1) el poder exclusivo de los Estados dentro de sus territorios, 2) la separación y regulación de los asuntos nacionales y los exteriores y 3) los límites del Estado extendidos a la sociedad. A través de estos supuestos se sostiene esa concepción estadocéntrica que sirve hasta cierto punto para explicar el caso cubano.
Por la condición geográfica de Cuba, en medio del mar y sin frontera con país alguno, el Estado como órgano regulador ha podido hacer uso de esos límites geográficos para establecer distancias aún más marcadas con el exterior. Llamada por algunos la “isla cárcel”, Cuba se ha mantenido en una burbuja que no ha sido penetrada ni por McDonalds, ni KFC, ni Burger Kings, ni ningún otro consorcio extranjero. El Estado lo centraliza y controla prácticamente todo.
Esta forma de organización política la integra un grupo de personas que se distinguen del resto de la sociedad y que, además, insisten en mantener esa distinción. El Estado tiene el poder público político, por lo que alcanza a todos, pero a su vez es un ente parasitario que no produce riquezas, sino que se sustenta de los impuestos. Por tanto, cuando a los cubanos se les ha recalcado la salud y la educación gratuitas como logros de la Revolución, se ha obviado que ellos mismo han pagado esos servicios a través de sus impuestos y con salarios mínimos que han aceptado por años y años. El Estado cubano, como explica el Doctor en Derecho Julio Antonio Fernández Estrada[3] en el medio de prensa independiente El Toque, no pide permiso, no se disculpa, solo informa sus decisiones y al ciudadano le corresponde acatar.
Desde el triunfo de la Revolución en 1959 y hasta 1976 se vivió en Cuba una etapa provisional, donde se crearon nuevas estructuras estatales y un sistema político con un Partido único; de esa base emergió el Estado socialista cubano. Pero, comenzaron a confundirse, incluso desde el discurso oficial, términos y funciones: parecía que Estado, pueblo, Revolución, Patria, socialismo, historia… eran lo mismo. Ello ha contribuido a que la ciudadanía no sepa deslindar cuáles son los límites entre unos y otros, ni qué funciones corresponde a cada cual. El Estado cubano ha hecho así un uso condicionado del territorio y del pueblo que necesita para existir. Los ha puesto a su disposición, olvidando que a ellos se debe.
Atendiendo a estas particularidades es importante subrayar que a la cabeza de este sistema se encontraba Fidel Castro, quien fungía como presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y ostentaba el grado de mayor jerarquía militar, Comandante en Jefe, es decir, gobernaba en todos los frentes sin posibilidad de oposición. De ahí que resulte tan difícil desligar la concepción estadocéntrica y de personalidad del poder en los análisis del caso cubano.
Sin obviar este marco de referencias contextuales, pretendemos explicar el poder como una agencia con fines determinados, cuya capacidad de acción se extiende a mecanismos específicos de funcionamiento como el discurso periodístico oficial. El poder no se posee, se trasmite; no se concentra, se difunde; no es personal, es anónimo. Más allá de la voluntad que quiera imponer A sobre B, el poder es comunicación simbólica. En este sentido, las instituciones vienen a formar parte de esta red o tejido, pero no desde su concepción más tradicional. Tirado y Doménech (2001) conciben la institución como “establecimiento abierto” que no se distingue por su solidez o materialidad, sino por sus conexiones.
Moreno (2006) advierte la institucionalización como una forma de economizar del ejercicio del poder: “Se instituyen un cuerpo de normas, se institucionaliza una creencia. Se crea lo verdadero para designar lo falso, lo no verdadero que es contrario a lo que establece lo social, de esta manera se oculta al poder mediante una economía que dosifica las relaciones de fuerza descentrándolas, desmenuzándolas hacia el cuerpo social (p.5)”.
Estas diferentes formas de control que disciplinan a los individuos en sociedad se instalan en la subjetividad y operan gestionadas por el gobierno o, al menos, a eso aspiran los gobiernos. La teoría del actor-red pudiera ayudar a explicar cómo funciona ese dominio entretejido que busca perdurar por sobre la movilidad y la distancia.
Foucault (1988) propone superar los análisis del poder que solo se centran en el estudio de las leyes o de instituciones como el Estado para inclinarse hacia el sujeto. Opta por variar las preguntas que nos hacemos sobre el poder. No se trata del cómo se manifiesta, sino de por qué vías es ejercido. Para analizar las relaciones de poder sugiere focalizarse en determinadas instituciones por la perspectiva que ofrecen de este, sin obviar los problemas que el ejercicio traería: estudiar sus funciones reproductivas para conservar el poder, explicar el poder por el poder y terminar centrándose en las regulaciones legales del aparato institucional. El estudio de las relaciones de poder debe seguir estas pautas:
- Las diferenciaciones entre unos y otros que los ubican en posiciones sociales diversas.
- Los objetivos que llevan a los poderosos a influir en las acciones de los demás.
- Los medios utilizados para sostener el poder.
- Las formas de institucionalización con sus estructuras jerárquicas y reguladoras.
- La racionalización del ejercicio del poder. (Foucault, 1988, p.15)
Pero para dominar esa esfera de lo público donde el Estado busca imponerse, este se apropia de la memoria, la oficializa o estataliza con el propósito de presentar los hechos a conveniencia, de construir un saber estratégico que lo sostenga. En muchos países, circula una pluralidad de memorias que se han creado, redefinido y resemantizado por otra pluralidad de grupos e instituciones, pero ese no es el caso cubano.
Memoria – representaciones – sentido
¿Cómo hace el poder para construir una comunidad de sentido? ¿Qué rol juegan las representaciones como herramientas del poder? ¿Se construye la memoria en función del poder?
Lo que le da sentido a la frase, al enunciado, al discurso se maneja en el ámbito de lo político y entre las posibilidades de sentido siempre marcará la sociedad aquello que no entra en esa lucha, lo que es sagrado o indiscutible. La representación también supone una voluntad de construir un marco de referencias que respondan al interés social: “Una sociedad democrática no es aquella en la que predomina incuestionado el «mejor» contenido, sino aquella en la que nada ha sido adquirido de manera definitiva y siempre existe la posibilidad de cuestionarlo” (Laclau, 1993, p.11).
Un estudio de la sociedad colombiana (Blair, 2011) señala cómo el poder confiere diferente lugar a las memorias: unas subterráneas, otras dominantes. Estas son el resultado de ciertos espacios de poder que responden a actores sociales y circunstancias históricas diversas, por lo que pueden mutar y modificarse. Esto significa que “(…) la memoria como reconstrucción del pasado de una sociedad es, ante todo, política, es decir que existe una estrecha relación entre Memoria y Poder” (Blair, 2011, p.70).
De la relación memoria/poder, el autor extrae aspectos a tener en cuenta como la identidad de grupos e individuos que producen y comparten esas memorias y la legitimidad de las mismas en función del pasado que reconstruyen. Habrá un intento por parte del poder de imponer una versión del pasado que se presente como la oficial, pero que además legitime su posición social. Ese espacio de negociación que vienen a ser las memorias sirve para enfocar el presente y sus desafíos desde un pasado reformulado y diseñado por el poder.
Las memorias se jerarquizan, toman formas ideológicas y se visibilizan también de acuerdo con determinados intereses. Los cubanos no han escapado a esa “administración” de la memoria, como le nombra el intelectual Desiderio Navarro al reflexionar sobre los intelectuales y la crítica social en la esfera pública cubana: “En cada período se trata de borrar (minimizar, velar) de la memoria colectiva cultural todo lo relativo a la actividad crítica del intelectual en el período anterior: ora el recuerdo de las formas que asumió, las vías que utilizó, los espacios en que se desarrolló y las personalidades concretas que la ejercieron, ora el recuerdo de cómo se la combatió, reprimió o suprimió, y quiénes fueron sus antagonistas (lo cual, en la incierta primera mitad de los 90, vino a facilitar el lavado de biografías, el travestismo ideológico y el reciclaje de personajes de línea dura) (Navarro, 2000, p.120)”
De la misma forma que se han borrado personajes, se han ocultado errores políticos y reescrito biografías, se ha fiscalizado la historia, su enseñanza y su investigación. En nombre de los enemigos de la Revolución, de las verdades que podían afectar o confundir a los cubanos, del conocimiento que rompería la burbuja de la unidad ideológica y política, se ha ido cerrando la historia de Cuba a un orden cronológico esquemático que se ciñe a la búsqueda de la independencia. La memoria del periodo revolucionario ha cruzado extensas lagunas de silencio para ocultar hechos que afectaban al poder y cuya divulgación fragmentaría su discurso humanista y progresista. Bajo el argumento de “razón de Estado” se eludió al intelectual disidente, bajo el calificativo de “hipercrítico” se silenció la voz propia y los periodistas, menos testarudos y arriesgados que los artistas, se fueron ajustando a escribir solo una parte de la memoria colectiva, empezaron a seleccionar mejor sus batallas y a evitarse el disgusto de tener que archivar un trabajo.
Comunicación – discurso
¿Qué estructuras del discurso revelan la influencia del poder? ¿Cómo interpretar en un análisis los sesgos relacionados con el poder? Autores como Zamorano y Rogel-Salazar (2013) y Luhmann (1995) consideran que la comunicación es central para entender el funcionamiento del poder.
Si hasta aquí se ha defendido la noción de que el Estado y las leyes no definen ni determinan las redes del poder, sino que resultan insuficientes para explicarlo; la comunicación viene a complementar ese análisis. En el ámbito comunicativo se politiza, se funda y extiende el poder. Entenderlo como “medio de comunicación simbólicamente generalizado” desarticula la teoría del poder centralizado en un monarca o institución.
Mari (1988) explica que para que el poder funcione debe constituirse de fuerza o violencia, discurso del orden e imaginario social. Sin embargo, cuando la fuerza, la coerción y los métodos violentos se imponen, el poder no se fortalece, sino que se debilita, demuestra que tiene grietas y carece de recursos más eficaces para sostenerse. Por tanto, lo que interesa de la propuesta de este autor es su visión del discurso como legitimador del sistema de poder, como el lugar de emisión de los enunciados que le dan vida al poder. No circunscribe ese discurso de orden a la ley, reconoce que existen formas más sutiles de lograr la obediencia y el control. Mientras, el imaginario social “decora” el poder, por medio de recursos que garantizan su reproducción, el respeto y el decoro que merece.
Para Luhmann (1995), la comunicación es más que poder, es la que construye los sistemas sociales y consiste en trasmitir la complejidad en su forma reducida. Invita a entender el poder desde la limitación a la posibilidad selectiva del otro, a la neutralización de su voluntad. En este proceso intervienen los símbolos que de manera normativa establecen las partes implicadas en el proceso comunicativo, atendiendo al rol que juega cada una por su posición social, jerarquía, etc. “Todos estos son equivalentes funcionales para medir el poder y para hacer pruebas del poder como premisas de decisión.” (Luhmann, 1995, p.16) Por eso, la explicación del poder mediante la comunicación resulta más coherente para entender las selecciones del otro y sus efectos, independientemente de la voluntad; porque el poder regula la contingencia.
Las propuestas teóricas anteriores explican la relación entre comunicación y poder, pero no ofrecen las herramientas metodológicas para estudiar las expresiones del poder en el discurso. Van Dijk (1994) propone hacerlo desde los estudios críticos del discurso, enfocados en quienes detentan el poder y el uso que hacen de este por medio de estructuras de dominación y legitimación. Se enfoca en descubrir cómo reproducen la desigualdad y la injusticia quienes hacen uso del discurso. Sus criterios de análisis son:
- Búsqueda de crítica generalizada de actos repetidos inaceptables, no aislados.
- Búsqueda de crítica estructural, de instituciones y de grupos más que de personas.
- Focalización en actos y actitudes inaceptables que indiquen un abuso del poder y evidencien la dominación.
- El Análisis Crítico del Discurso se ubica en una perspectiva de disentimiento, de contra-poder, es una ideología de resistencia y al mismo tiempo de solidaridad. (Van Dijk, 1994, p.7)
Desde estas perspectivas, Van Dijk entiende el poder como control de los actos y de las mentes de las personas, porque explica que el control mental también es discursivo. Ese control mental guarda relación con la limitación de elecciones que supone la comunicación según Luhmann. Pero ¿cuál es el origen de esa intención de invalidar la voluntad, de construir ciudadanos dependientes y obedientes? ¿quién tiene acceso a ese discurso público y cómo se da ese acceso? Entre las primeras estrategias y estructuras discursivas se ubican el contexto, que informa sobre quiénes hablan y desde qué posiciones, con qué recursos cuentan, entre otros elementos; y el control de texto, que explica el orden, presentación y distribución de esa información.
Dichas estructuras del discurso se construyen también como resultado de la identidad, relaciones, metas y actividades de grupos: “These are all crucial for the social definition of groups, and especially of Us vs. Them, a polarized structure controlling power abuse, domination, competition and cooperation among groups, as well as all ideological discourse.” (Van Dijk, 2009, p.64) El discurso construye así una red de significados que representa los intereses de quien domina el campo discursivo. Se imponen significados de la misma forma en que se excluyen.
A modo de conclusión, se entiende el poder como una red de relaciones donde la comunicación ocupa un lugar privilegiado. No es el Estado, un monarca, una ley, ni una institución; opera en un nivel micro. No se posee porque no es posible apropiarse de él, sino que se ejerce, se trasmite. El propósito del poder es crear dependencia, disciplina, más que sumisión. Si debe recurrir a actos violentos para existir no es fuerte, porque demuestra a través de la fuerza su incapacidad de utilizar formas más sutiles para neutralizar voluntades y limitar la capacidad selectiva del otro.
Referencias:
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Entrevista a Michel Foucault, Universidad de Lovaina, 1981. Accedido: 27 diciembre 2020: https://cutt.ly/hnFHoXl
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Zamorano, R. & Rogel-Salazar, R. (2013). El dispositivo de poder como medio de comunicación: Foucault – Luhmann. Política y Sociedad.
[1] Las cursivas pertenecen al autor Chul Han (2017).
[2] Disponible en el blog “Fidel, soldado de las ideas”: http://www.fidelcastro.cu/es/poema/cabalgando-con-fidel
[3] En el canal de youtube de El Toque se explica cómo funciona el Estado cubano. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=xu7ikx30h4s
Por
Laura Roque Valero. Licenciada en Periodismo por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas y Maestra en Estudios Históricos y de Antropología Sociocultural Cubana, por la Universidad Carlos Rafael Rodríguez de Cienfuegos. En la actualidad cursa el Doctorado en Historia de Iberoamérica de la Universidad de Guadalajara. Ha participado en congresos internacionales y publicado en revistas especializadas en comunicación. Investiga la relación entre el poder y el discurso periodístico oficial en la Cuba de los años 1990.