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10 de marzo de 1952: a 70 años de la ruptura del orden democrático de Cuba

En recuerdo de la corta vida democrática interrumpida hasta el día de hoy en 1952 con el golpe de estado de Batista y sumida en el olvido definitivamente con el relato de la revolución castrista.

Por Dra. Constanza Mazzina*

 

Alguna vez hubo democracia en Cuba. Fue allá lejos, entre 1940 y 1952. Doce años, sólo doce. Atrás había quedado la historia colonial y la guerra por la independencia, también habían quedado la enmienda Platt y la tutela norteamericana. Pero los golpes de estado ya se habían hecho presentes y la región se debatía (en aquellos años y por varios años más también) entre dictadura y democracia.

En 1940, luego de un periodo de dictadura, se instauró la democracia, hasta el golpe de Batista de 1952. En ese pequeño espacio de tiempo, ese lapsus de 12 años, se realizaron elecciones congresionales y presidenciales competitivas. Más tarde, llegaría la revolución y en nombre de la misma se cancelarían las libertades políticas. Elegir ya no sería una opción. Y la revolución también creó su propio relato: todo lo ocurrido entre la guerra de 1898 y la llegada de la revolución en 1959, representa la decadencia y el imperialismo. Así, los años de este experimento democrático fueron teñidos de oscuridad y olvidados.

En ese entonces, la opción por la democracia era excepcional: entre democraduras y dictablandas, de Argentina a Brasil, Perú a Paraguay, el recambio vía electoral era raro y el golpe de estado la forma más común de llegar al poder.

La elección presidencial de acuerdo a la Constitución de 1940 (sancionada en junio de aquel año y promulgada en octubre) se llevaba a cabo vía colegio electoral, como fue en la Argentina hasta la reforma constitucional de 1994; pero sin requerir una mayoría absoluta y sin segunda vuelta (como la mayoría de los países de la región en la misma época) generaba una mayor polarización entre candidatos, mientras las reglas electorales para la conformación del congreso favorecían el multipartidismo. Así, las elecciones del 40 se realizaron con esta metodología, pero luego se sancionó un Código Electoral (1943) que para las elecciones del ‘44 permitió la elección directa del presidente. De todos modos, la lógica coalicional debía estar presente si el presidente quería tener chances de gobernar y llevar a buen término su mandato (o al menos a término). En el marco de la Constitución de 1940 se llevaron adelante procesos electorales con una competencia partidaria que, para los siguientes 70 años sería olvidada e impensada y, obviamente, bajo el monopolio del partido comunista es imposible hasta el día de hoy. La diversidad de partidos y la pluralidad ideológica, existieron alguna vez en Cuba.

En 1940 Batista fue electo presidente, en 1944 Ramón Grau San Martin y en 1948 Carlos Prío Socarrás. Para 1952, Fulgencio Batista -el ex sargento, ex coronel, ex jefe del ejército- que -como hemos dicho- había llegado al poder mediante elecciones en 1940, viendo que ganar las elecciones de manera competitiva le era prácticamente imposible, sintiéndose excluido de un juego político que se le escapaba, decidió terminar con este. Sabiendo que por la vía democrática no podría ya acceder al poder, que la victoria electoral era imposible, el golpe de estado fue el atajo elegido. Esto no estuvo relacionado con un clivaje socioeconómico, ni por la injerencia de la URSS o Estados Unidos en los albores de la Guerra Fría, pero sí por la irresponsabilidad y el oportunismo de los líderes políticos de aquel entonces que montaron estrategias desestabilizadoras entre aventuras golpistas y revolucionarias. Luego, el oportunismo y la irresponsabilidad se convierten en notas típicas de la política latinoamericana, aunque de eso hablaremos en otra nota.

Dejando de lado el comportamiento centrípeto y la búsqueda de consenso, el militarismo y la corrupción aparecieron como los elementos que polarizaron el sistema con un fuerte discurso antiestablishment. Al final del día, estos temas generaron su propio engendro: ya no el ejercicio de la alternancia sino las prácticas antisistema. Además, la presidencia se transformó en un juego del “ganador se lleva todo”, al mejor estilo linziano.

El golpe de Batista del 10 de marzo de 1952, seguido de la revolución del ‘59, borraron esta experiencia democrática de la historia, Cuba ha vivido más tiempo de su vida independiente bajo gobiernos autocráticos que democráticos: la diferencia es abismal en favor de los primeros.

Sin embargo, algo quedó: la constitución se convirtió en un modelo del constitucionalismo social latinoamericano. En su primer artículo se definía a Cuba como un “estado independiente y soberano, organizado como República unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”. Incluso, aquella constitución contemplaba mecanismos de democracia directa (MDD) que muchas -pero muchas- décadas después llegarían a las constituciones latinoamericanas: “La Constitución de 1940 reconoció diversos MDD, tales como las iniciativas ciudadanas, el referendo y la revocatoria de mandato. El diseño de la mayoría no se reglamentó por omisión del legislador, o porque faltaron muchas leyes de desarrollo de la Constitución, o no se tuvieron en cuenta en la codificación electoral. Tres propósitos fundamentales tuvo la regulación de los MDD en la Constitución de 1940: garantizar la autonomía del municipio, proteger determinados contenidos que habían causado inestabilidad política, y defender la Constitución de componendas políticas o fraudes contra ella que marginaran al pueblo, en su condición de poder constituyente[1]”.

Finalmente, una reflexión compartida: el golpe de Estado de Fulgencio Batista abrió una puerta, provocando un proceso de reacomodo en la estructura política cubana que culminaría con la revolución de 1959. Así, “las raíces de la Revolución cubana nacen de su dinámica nacional que se articula en, por lo menos, dos frentes: uno, en relación con la formación de grupos políticos de vanguardia por su tono insurreccional, concebidos y organizados fuera de los partidos políticos establecidos en el sistema parlamentario cubano; y dos, la formulación de un nuevo discurso político que justificará la creación de los grupos de vanguardia y su estrategia insurreccional. Aquí se encuentra, también, el origen de la cultura política que definirá al castrismo como ideología revolucionaria.”[2]

De esta breve experiencia democrática y de la dinámica generada entre actores e instituciones, pueden extraerse lecciones valiosas para el futuro, pensando siempre en que (ya más tarde que temprano) regrese la democracia a Cuba.

 

Referencias

[1] Guzman Hernández, (Teodoro) Yan, “Los mecanismos de democracia directa en Cuba: diseño normativo y práctica”.  En  Perfiles Latinoamericanos, núm. 50, julio-diciembre, 2017, pp. 103-127

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Distrito Federal, México

[2] Lopez Avalos, Martin (2010)  “La cultura política de la vanguardia o la construcción del ethos revolucionario. Cuba 1952–1959”, versión impresa ISSN 0188-2872. Disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-28722011000100003

 

*Constanza Mazzina. Coordinadora Académica de DemoAmlat. Doctora en Ciencia Política (UCA), realizó su postdoctorado en IBEI, España, sobre Política Latinoamericana. Es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad del Salvador, y magister en Economía y Ciencia Política (ESEADE). Es docente de grado en la UADE y en postgrado a nivel doctorado y maestría en universidades de la Argentina y de América Latina. Actualmente dicta cursos en el Doctorado en Ciencias Políticas (UB y USAL), en la Maestría en Marketing Político (USAL) y Análisis Institucional en la Maestría en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE). Columnista en medios de la Argentina y del exterior. Se ha especializado en temas de política latinoamericana.